Usted está aquí: martes 6 de junio de 2006 Opinión Joy Laville y Von Gunten

Teresa del Conde

Joy Laville y Von Gunten

En la Galería Croquis, de Presidente Masaryk,, se expone una muestra de cámara auspiciada por Isaac Masri, reuniendo a estos dos pintores que en tiempos pasados compartieron algún periodo de sus vidas en el Instituto Allende, donde ella, Joy Laville, llegó procedente de Gran Bretaña, en 1956. Roger von Gunten arribó a las costas de Manzanillo al año siguiente y pasó tiempo en ese sitio.

En 1985 me tocó presentar una muestra de Laville en el Palacio de Bellas Artes; yo ignoraba la convergencia de ambos en San Miguel y recuerdo que me referí a que en su pintura ''había algo que la hermanaba con Von Gunten". Dos personas, Meche Felguérez y Miriam Kaiser, quienes allí estaban, se rieron de mi observación y me dieron un codazo, porque ¡vaya descubrimiento!

La actual exposición, integrada por ocho cuadros de cada arrtista, tiene el defecto de no verse del todo bien, debido a que -como expresé en otra ocasión- la vista a contraluz de los cuadros que corresponden a los ventanales del recinto no alcanza a filtrarse a pesar de los bastidores negros que se colocan para ese efecto.

Ahora hay unos rieles de los que penden otros cuadros con lo que la capacidad del espacio aumenta. El lugar es bueno y resulta idóneo para la realización de exposiciones de este tipo, pero algo habría que hacer respecto a la museografía, que quizá funcione bien por las noches, pero no de día. Roger, que es un obseso de estas cuestiones, me hizo ver asimismo que la luz demasiado amarilla es absorbida por las telas y altera los colores, más los de él que los de Joy, por la preminencia de tonos azulados, verdosos y blancos que privan en sus pinturas pero también debido a la colocación. Ella trabajó al acrílico estas pinturas recientes, mientras Von Gunten lo hizo al óleo, usando un poco de barniz, lo que los hace brillar debido a la luz, cuando que se trata de pinturas ''secas", es decir, no aceitosas pese al medio con el que fueron realizadas. El ha modificado su vocabulario consabido, que ahora se antoja más saturado, resulta abarrocado si se compara con lo que presenta Joy.

Se diría que él propone siempre una teoría del color, usa complementarios y gradaciones a veces dentro de una misma gama. Sus formas casi siempre tienen que ver con organismos, atmósferas o rumores marinos o lacustres. En algún momento: un cuadro de formas amplias, me recordó a Arp, en otro: el complicado cuadro Tres pericos del rey, que a mi juicio es el más ambicioso de todos, produce vibraciones que revelan una observación estricta de los panoramas que tiene a la vista y que jamás entrega mediante la mímesis, sino de un ritmo de orden dibujístico que a veces se hace frenético.

Ocasionalmente subraya las superficies pintadas con carbón (o con algo que semeja serlo) que subraya el encanto conflictuado a fuer de hermético, que sus iconos predilectos proponen.

Las pinturas de Joy Laville son espacios de tranquilidad, de solaz, también de soledad. Son en extremo atractivos, cualquiera desearía poseer esa Reina de la noche flanqueada por un gato enorme y por un ramillete de flores; sus formas, no estilizadas, sino decantadas, están entregadas en su expresión mínima, sin balbuceo alguno. Es una maestra intimista de los espacios abiertos, que pueden también cerrarse sobre sí mismos.

¿Y hay algo que todavía hermana a ambos pintores? Un humor tenue, no ''gritón" ni desbordado, que cada uno manifiesta a su modo. Von Gunten, por ejemplo, planta un corazón en sentido opuesto al normal, color magenta, en el mencionado cuadro de los pericos, Laville denomina Casa verde a cierta formación irregularmente cuadrada que sirve de soporte a figurillas diminutas o planta un barquito infantil en su océano.

También ella gusta de recalcar ciertas formas utilizando un negro grisáceo menos intenso que el propio de Von Gunten u opta por plantar un florerito como personaje único de espaldas al paisaje verde azuloso. A ambos les gusta introducir palmeras, las de ella son apenas esbozos raquíticos, incapaces de provocar sombras, las de él son lujuriosas y potentes.

Von Gunten ha realizado lo que él llama ''el cubo no" en legítima defensa contra las vicisitudes atropelladas que han afectado sus bienes patrimoniales. El problema es añejo, pero volvió a cobrar cariz en estos meses en los que sufrió un ''operativo de desalojo" de la que fue su casa en Tepoztlán.

Cierto es que rentó un estudio, muy agradable, según cuenta, en el que pintó estas obras. Allí, en ese sitio, se sienten las buenas vibras del difunto escultor que lo ocupó antes y por ello sus cuadros acusan murmullos. ''Se los da la presencia del escultor", dice. Resulta indispensable que reaparezcan sus cuadros embargados, de lo contrario sigue perseguido por esa ''deuda fantasma" que lo acosa.

 
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