Usted está aquí: lunes 5 de junio de 2006 Economía El plan económico de Andrés Manuel López Obrador

León Bendesky

El plan económico de Andrés Manuel López Obrador

AMLO suscita, sin duda, grandes reacciones, ya sea en favor o en contra. Puede ser a un mismo tiempo un peligro para el país, que un mecías (en este caso no de origen bíblico sino tropical); lo que ofrece es puro populismo vociferan algunos, mientras otros lo ven como un rayo de esperanza.

La propuesta económica que presentó López Obrador hace unos días no podía haber provocado un efecto diferente. Los analistas en los distintos medios se han ocupado de ver en ella las fallas, aunque tal vez lo que expresen sea sus fobias (o hasta su ignorancia de los fenómenos económicos).

El problema de la economía mexicana es el de las finanzas públicas, lo ha sido así durante mucho tiempo. Y ese asunto no se resuelve forzando un déficit cero, es decir, igualando los ingresos y los gastos y registrando las cuentas que no cierran como contingentes, con lo que sólo se posterga el pago.

La propuesta de AMLO dice de entrada que es un proyecto de equilibrios. Lo que se entiende es que ahora esos equilibrios no deberían estar asociados con una traba para la producción y la creación de empleos como ocurre actualmente. Esta es una visión distinta de la política fiscal. Se puede, en efecto, operar en condiciones de equilibrio, en donde cabe incluso un cierto nivel de deuda, ¡y que nadie se espante!, sin que ello signifique el estancamiento. Esta economía requiere urgentemente de un nuevo planteamiento fiscal que supere el que se ha aplicado desde mediados de los años 1980, y AMLO debe aprovechar para eso la estabilidad financiera que ahora existe.

Por supuesto que sería más fácil endeudarse y ya, pero no es eso lo que se propone. Al contrario, lo que hay que reclamarle al gobierno de Fox es que en una situación de muy elevados ingresos por exportación de petróleo en los años recientes no haya habido un saneamiento efectivo de las cuentas públicas y que, otra vez como sucedió en el auge petrolero de hace 30 años, esos recursos no hayan servido para potenciar la productividad y la capacidad competitiva de la economía. No perdamos de vista que esto ha significado que más de 2 millones de personas hayan emigrado desde 2001 por falta de empleo. No perdamos de vista tampoco que las remesas que se reciben de los trabajadores desde Estados Unidos, junto con los ingresos de exportación de petróleo, suman 170 mil millones de dólares entre 2001 y 2005.

En cambio, como todos saben, el gasto corriente del gobierno ha crecido de manera notoria en este sexenio, sin que haya una explicación clara del uso de esos recursos. Es obvio que el equipo económico de AMLO ponga ahí la atención, puesto que lo que necesita es dinero para financiar su plan.

El costo fiscal de las medidas que se propusieron se estima en 100 mil millones de pesos, de los cuales 80 mil provendrían de la reducción de los gastos burocráticos. Si hasta 2005 el aumento del gasto corriente fue de 470 mil millones de pesos, no es descabellado pensar que ahí hay mucha tela de donde cortar, incluyendo la gestión de los contratos públicos y la corrupción.

Lo que hace que muchos se tiren de los pelos es que AMLO quiera reducir el costo de la energía. Pero esto, que se considera como sacrilegio o una vuelta al descontrol de la época de López Portillo, se empezaría a aclarar si se reconociera abiertamente que el problema en este caso es Pemex y su relación con el sistema hacendario del país.

Los precios de los energéticos son muy altos y poco competitivos, sobre todo en un país petrolero, por la crisis de gestión de la empresa petrolera que se asocia con sus enormes vicios internos y, también, por la insostenible condición de ser la proveedora de un tercio de los ingresos del gobierno. Si esas transferencias no se reducen no habrá saneamiento fiscal ni renovación del sector energético del país. Esto exige un mayor cobro de los impuestos existentes y que hora el SAT es incapaz de hacer. Lo que hay que exigirle a AMLO es un plan para transformar el sistema fiscal empezando por Pemex y hacer de este un verdadero espacio de reforma económica.

En todo caso reducir las tarifas energéticas no tiene nada que ver con aquella propuesta del "copeteado" con el que Fox quiso vender infructuosamente su propuesta fiscal en 2001 con la homologación del IVA. La reducción de esas tarifas no tiene solo un impacto en el consumo de las familias sino, sobre todo, en los costos de las empresas. ¿Qué empresario, grande o pequeño se opondría a bajar su factura energética? Y ya en el campo del sector privado, AMLO propuso un programa de construcción de infraestructura, indispensable en esta economía, y convocó a la inversión privada para participar en las ganancias ¿Qué empresario considerará esto como irresponsable?

Así que no se trata sólo de "darles a los pobres", cosa que nada de malo tiene, sino de generar los recursos para poder hacerlo, y no como una dádiva, sino provocando que la economía genere suficiente riqueza y la distribuya mejor. Esa es la política económica que podría tener un nuevo sello. Pero mientras para muchos es imprudente hacer ese tipo de transferencias no lo fueron las que representó el salvamento bancario mediante el Fobaproa. No es cierto que esa era la única forma de enfrentar la crisis de 1995, solo recuerden esos críticos que hasta Pinochet optó por otras medidas en la crisis bancaria chilena que ocurrió en su dictadura.

La propuesta económica de AMLO es bastante ortodoxa en términos teóricos y de aplicación práctica. ¿Por qué se asustan tanto? Incluso hay que demandarle más. La política que hoy se aplica ya no puede sostenerse, llegó a su límite con pobres resultados en materia de inversión productiva, de aumento de la competitividad y del bienestar de la gente. Es hora ya de otra cosa para salir de la abulia y el desconcierto en que la derecha del PAN y del PRI ha sumido al país.

 
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