Usted está aquí: miércoles 31 de mayo de 2006 Política El acompañante y otros recuerdos

Arnoldo Kraus

El acompañante y otros recuerdos

Con toda intención prescindo del diccionario para definir el término acompañante. Me apoyo, mejor, en las ideas que Daniel Cazés da al concepto acompañar y acompañante. Hablar de uno o muchos acompañantes es un acto de constricción que permite, y exige, mirarse a uno mismo a través de lo que significa otro, otros, recuerdos, parqués, las manos de Marcela que siembran ocotes, los viejos idiomas y las ciudades que representan las vidas previas. El vientre materno, dice Cazés, es otro de los nichos que contribuyen a formar la identidad del ser humano: "Yo aún estoy orgulloso de que en las tradiciones ancestrales de mis padres la filiación se obtenga y se herede por línea materna".

La figura del que camina al lado de uno, inscrita en el peso de la memoria y de la nostalgia, es en las páginas que construyen El acompañante y otros recuerdos el esqueleto del autor y una especie de compañía perenne que oscila entre las tierras caminadas y el espejo que le revela a la persona quien es y quien fue. Las nuevas arrugas, las barbas, la voz y las gafas definen parcialmente la estructura del individuo y del mundo que lo circunda. Si bien es cierto que el espejo retrata algunos fragmentos de la realidad, también lo es que no reproduce adecuadamente ni la memoria de los recuerdos ni el significado vital de los acompañantes.

Dame la mano tú palomba, dice el verso que cita Cazés cuando bajan de su memoria las evocaciones que lo llevaron a recorrer las calles de la Salónica de sus padres, las de sus abuelos, quizás las de sus bisabuelos y las de su propia sangre empapada por la historia griega y por la cruda realidad de los destierros. De la Salónica que habitó en el Distrito Federal o en las ciudades que albergaron al Daniel joven y al Daniel maduro. De la ciudad de la memoria, tal como reza el último verso, vengo a durmir contigo. Y también de la casa poblada por los cuerpos de sus ancestros, por el uzo, por el suegro kirie, por el greco, por la dulzura empalagosa del lukum, por las albóndigas o kiftedes, por el agora vamos ande mi (a mi casa, en judeo español) y, sobre todo, por las llaves que los sefaradíes desterrados por los reyes católicos de España y Portugal habían llevado consigo a la diáspora, confiados en que un día regresarían a Toledo y a Sevilla, a Zaragoza y a Barcelona, a Córdoba y a Granada y a todas las casas de Cazés, donde una y otra vez las grúas removieron las tierras para configurar cuantas veces sea necesario la ciudad de la memoria.

En el apéndice de Si esto es un hombre Primo Levi anotó que "alguien, hace mucho tiempo escribió que también los libros, como los seres humanos, tienen un destino, imprevisible, distinto del que para ellos se esperaba y se deseaba". Renglones adelante agregó: "También este libro ha tenido un extraño destino". Levi escribió el apéndice en 1976, es decir, 29 años después de que su estremecedora caminata por las avenidas de la muerte, pero, fundamentalmente, por las posibilidades de la vida, había terminado. Confieso que los apéndices suelen gustarme cuando hay razones suficientes para agregar nuevos datos, y, sobre todo, cuando ha transcurrido mucho tiempo desde que se publicó el texto original.

Creo que Cazés no tendrá tiempo para escribir en 2035 el capítulo 13 de este pequeño relato que equivaldría al apéndice de Levi y cuyo título podría ser: Los acompañantes de Cazés. Es muy probable también que dentro de 29 años ni Cazés ni Kraus estarán vivos, y en vista de que sería una pena que El acompañante se quedase sin epílogo y sin nuevos amigos-lectores, me adjudiqué, sin solicitar ni el permiso de Cazés, ni de Plaza y Valdés, el derecho, aunque, más bien tendría que decir la obligación, de escribir hoy el colofón que deberá ser agregado en 2035.

Lo leo: "A Cazés lo conocía sin conocerlo, es decir, sabía que existía porque su nombre aparecía en La Jornada y después en Milenio. Conocer sin conocer a la persona que tiene nombre, pero carece de rostro y de cuerpo es, con frecuencia, una buena forma de apreciar a un ser humano. Queda a la imaginación y al deseo el derecho, o no, de hurgar más acerca de la persona. En mi lenguaje, persona, y, sobre todo, persona querida, significa compañero; en griego quiere decir máscara.

"He repetido en muchas ocasiones que la enfermedad es uno de los mejores censores para conocer a los individuos y a sus seres cercanos, a quienes, a partir de ahora, llamaré acompañantes. Sea por incertidumbre, por miedo, por dolor, por la idea de que 'a partir de ahora el mundo cambiará', o por tener que depositarse en las manos de otros, la enfermedad es un mundo nuevo que puede abrir o cerrar cualquier rincón y que desvela incontables facetas de los individuos.

"Conocí, como dije, primero a Daniel periodista y académico, después a Daniel paciente sin estar casi enfermo, y finalmente a Daniel un poco enfermo, esta vez, rodeado por familiares y amigos, quienes más que seres cercanos eran la parte medular del proceso de sanación y las suturas fundamentales del ropaje del cuarto de hospital. En ocasiones, en la habitación era imposible saber quién era la sábana, quién la cama, quién el estetoscopio, quién el enfermo, quién el médico y quiénes las personas que le restaban dolor a la enfermedad al transformar la complicidad en cariño, en solidaridad y en apego.

"El acompañante es un texto poblado por múltiples evocaciones. En sus páginas los habitantes de la ciudad de la memoria explican que muchos recuerdos adquieren el membrete vida por medio de las letras. Al lado del buró de la cama, y cuando la lámpara de lectura se apaga, dan ganas, muchas ganas, de convertirse, en uno de los acompañantes que tanto quieren a Cazés."

* Fragmentos leídos el 21 de abril en la presentación de El acompañante y otros recuerdos.

 
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