Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 28 de mayo de 2006 Num: 586


Portada
Presentación
Sobre Juárez
IGNACIO M. ALTAMIRANO
Viaje por la noche de Juárez
PABLO NERUDA
Carta a a Maximiliano
BENITO JUÁREZ
Legitimidad del Ejecutivo
IGNACIO RAMÍREZ
La escalera del deseo
AUGUSTO ISLA
Benito Juárez: cuando la perfección hace daño
EDMUNDO GONZÁLEZ LLACA
Dos poetas jóvenes
Juan Gelman y otras cuestiones
MARCO ANTONIO CAMPOS
Mentiras transparentes
FELIPE GARRIDO
Bazar de asombros
In memoriam

Columnas:
Ana García Bergua

Javier Sicilia

Naief Yehya

Luis Tovar

Alonso Arreola

Jorge Moch


Directorio
Núm. anteriores
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Ignacio M. Altamirano

Sobre Juárez

La energía de Juárez era indomable, pero la revolución crecía y se desarrollaba. Un acontecimiento inesperado vino a ponerle fin, produciendo la estupefacción de los partidos.

El presidente Juárez murió repentinamente en la madrugada del 19 de julio de 1872, de una enfermedad del corazón. El ataque fue súbito, la agonía corta, y aquel hombre singular a quienes no habían podido doblegar ni los reveses de la guerra ni las pasiones del partido, sucumbió por una enfermedad que minaba su organización de hierro sin que él mismo lo advirtiese.

Así acabó ese gobernante famoso que no ha sido juzgado todavía con absoluta imparcialidad y con sereno criterio. Murió combatiendo, como había vivido durante mucha parte de su vida. En ella fue juzgado por amigos y enemigos, como siempre sucede a los hombres célebres, con pasión infinita. Los unos le prodigaron alabanzas desmedidas, los otros lanzaron sobre él, a porfía, la calumnia, el dicterio y la diatriba en todas sus formas y tonos.

[…]

Además, su nombre está unido al período más importante y más fecundo en acontecimientos que hay en nuestra historia, después de la Independencia está identificado con grandes instituciones, con la destrucción de muchas cosas, con el establecimiento de muchas nuevas, con el nacimiento o ruina de infinitas reputaciones políticas y como es fácil comprender, el juicio sobre Juárez se liga con el juicio sobre su tiempo y sobre sus contemporáneos. Lo innegable a primera vista, lo que tanto en el antiguo mundo como en el nuevo no puede menos de concederle la opinión pública, es que tuvo grandes cualidades como hombre de Estado, que fue firme como demócrata y como patriota y que poseyó grandes virtudes privadas.

[…]

Con todo eso, una gran dosis de valor personal y civil, puesto a prueba muchas veces y victoriosamente.

Un escritor francés le echó en cara que no tuviese temperamento militar. Valió más: los temperamentos militares sufren a veces grandes pánicos y están sujetos a desfallecimientos. Juárez no sufrió pánicos ni se doblegó nunca. Fue sereno y firme.

Moctezuma había sido supersticioso, débil y cobarde cuando se presentó Cortez y merced a ese pobre carácter perdió su poder y perdió a su pueblo.

Juárez, por el contrario, fue animoso ante el poder del extranjero y conservó con la suya la dignidad nacional.

[…]

Tuvo, por un privilegio de la suerte y por las circunstancias de su época, la gran fortuna de haber contado entre sus consejeros de gobierno a los hombres más eminentes por su talento y su saber entre el Partido Liberal, los cuales pasando sucesivamente a su lado, en diversos períodos, fueron dejando en su administración el contingente variado y rico de su capacidad, con el que formó al fin ese capital de fama y de gloria que ha sido en la opinión pública como el patrimonio de Juárez. Así, Ocampo, Miguel Lerdo, La Llave fueron sus ministros en tiempo de la Reforma, Ramírez y Zarco; ilustres publicistas, Zamacona, Joaquín Ruiz y Juan Antonio de la Fuente, Doblado y Zaragoza, lo fueron en 1861. Don Sebastián Lerdo e Iglesias, en la época de la guerra contra el Imperio. Él sin embargo, con excepción de don Sebastián Lerdo, a quienes mantuvo a su lado hasta que se declaró su rival, prefirió siempre a estos grandes nombres los menos gloriosos de sus amigos personales. Pero aquéllos le habían dejado ya como producto de su genio o de su iniciativa los más brillantes timbres de su gobierno.

[…]

México, al saber de su muerte, se llenó de estupor. Es preciso hacer justicia: ni sus enemigos más encarnizados en la política de actualidad mostraron regocijo por esta pérdida con todo y que ella destruía el más grande obstáculo para sus aspiraciones.

Las armas cayéronse de las manos de los combatientes. Hubo luto en toda la nación. Pocas veces la muerte de un hombre ha apaciguado tan rápidamente los rencores levantados en su contra. Se recordó por todos los que Juárez había hecho a favor de su patria y de la democracia y aun hubo para él más elogios, respeto y admiración.

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