Usted está aquí: sábado 20 de mayo de 2006 Opinión Músicas en la Muestra

Juan Arturo Brennan

Músicas en la Muestra

La reciente Muestra Internacional de Cine de la Cineteca Nacional fue, como casi siempre, una colección de películas buenas, mediocres y malas que, a pesar de su irregularidad, representó un remanso para el cinéfilo a la luz de la abominable y deteriorada cartelera comercial. Una de las muchas maneras de aproximarse a un análisis de la muestra es, por ejemplo, mediante la música de las películas exhibidas.

Como es de esperarse, el trabajo musical en las cintas de la muestra reflejó puntualmente la diversa calidad de los filmes. Resultó interesante en este sentido constatar no solamente la calidad diversa de las partituras compuestas para las cintas exhibidas sino, también, el diverso uso del soundtrack en cada una. Así, destaca por ejemplo el hecho de que sólo uno de los filmes tiene un tema específicamente musical, Allegro (Christoffer Boe, 2005), ya que el protagonista de la historia es un pianista. Sin embargo, Boe evade venturosamente los clichés del género y propone algunos elementos de música incidental muy interesantes, complementados por la música de fondo creada por Thomas Knak.

En el otro extremo estarían, por ejemplo, cintas como El niño (Jean-Pierre y Luc Dardenne, 2005), en la que la música está totalmente ausente, idea perfectamente congruente con la aproximación casi documental de los hermanos belgas a su material narrativo.

En este contexto, resulta interesante analizar el trabajo musical realizado en las tres cintas mexicanas exhibidas en la muestra, pues representan tres aproximaciones cabalmente diferentes (en su concepción y en su efectividad) al trabajo de musicalizar cine.

La primera es Sangre (Amat Escalante, 2005), película tan interesante como desconcertante, que tiene como una de sus características principales el hecho de que carece por completo de música. Acaso el espectador oye algunos trozos musicales de los programas de televisión que la pareja protagónica mira sin ver, como parte de su asfixiante rutina. No deja de ser interesante que a Amat Escalante lo han calificado como un epígono de Carlos Reygadas.

Más allá de lo que pueda discutirse al respecto, es claro que su concepto de musicalización es distinto del de Reygadas; ante la ausencia total de música en Sangre, consúltese el enfoque musical de Reygadas tanto en Japón como en Batalla en el cielo. La diferencia es notable.

La segunda película mexicana de la muestra fue El cielo dividido (Julián Hernández, 2005), fallida historia de amor que se queda en una narración de sexo y celos, y cuyo trabajo musical es de corte convencional. La música original, compuesta por Arturo Villela Vega y Juan Carlos González, cumple correctamente su misión ornamental, y está concebida en el mismo estilo visual, que tiende a lo parsimonioso, de la película.

Hay un momento, sin embargo, en el que el perfil musical de la cinta de Hernández se va por la borda, gracias a la inclusión gratuita y muy fallida del aria de la Luna de la ópera Rusalka, de Dvorák. La belleza conmovedora del aria no alcanza a ocultar el hecho de que nada tiene que ver con el resto de la pista sonora de El cielo dividido, y se oye y se siente como un auténtico pegote. (Cf. las fallidas interpolaciones de música de Mozart en El nuevo mundo, de Terrence Malick, actualmente en cartelera).

El trabajo musical de la tercera película mexicana de la muestra (sin duda la mejor de las tres) es a la vez el más complejo y más exitoso. Para su documental En el hoyo (2006), Juan Carlos Rulfo acudió al compositor Leonardo Heiblum, quien realizó una atractiva y efectiva música concreta (en varios sentidos del término) a partir del uso exclusivo (e inteligente manipulación) de los sonidos reales grabados durante la realización del documental.

Así, palas mecánicas, tractores, grúas, taladros, piloteadoras, martillos y cinceles son transformados en instrumentos musicales mediante el sampleo y las secuencias, e inclusive algunas voces de obreros y elementos de seguridad son utilizadas por Heiblum como fundamento de breves episodios análogos al hip-hop.

El resultado es una música que, además de su interés propio y autónomo, se convierte en una parte totalmente orgánica del filme de Rulfo, insertándose por momentos en corrientes contemporáneas como el minimalismo, sin perder su identidad propia.

Por razones diversas y méritos puramente cinematográficos, En el hoyo es una cinta que vale la pena no sólo de ser vista, sino también escuchada con atención, debido a un trabajo de muy buen nivel en la banda sonora.

 
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