Usted está aquí: viernes 19 de mayo de 2006 Opinión Conflictos de amor y guerra

Leonardo García Tsao

Conflictos de amor y guerra

Ampliar la imagen La actriz francesa Aissa Maiga posa para los fotógrafos a su arribo a la proyección de la serie París je t'aime, en la que participa Alfonso Cuarón Foto: Ap

Cannes, 18 de mayo. El segundo día de la competencia se dedicó a un par de películas emparentadas por mostrar qué tanto los hechos externos afectan la vida y decisiones del individuo.

El veterano cineasta inglés Ken Loach ha mantenido una constante preocupación política en su cine, y en The Wind that Shakes the Barley (El viento que agita la cebada) sitúa su relato en la Irlanda ocupada por el ejército británico en 1920 para describir la lucha y las diferencias ideológicas entre los guerrilleros opuestos a la ocupación.

Sin embargo, el estilo de Loach se ha anquilosado con los años, sobre todo al seguir el esquemático camino trazado por su ya habitual guionista Paul Laverrty. En este caso, el planteamiento es muy maniqueo al enfrentar a irlandeses nobles y heroicos con unos británicos tan perversos como los nazis de la SS.

La película pronto entra en un patrón repetitivo de la atrocidad inglesa, seguida por un ataque guerrillero que da pie a un debate acalorado... y así sucesivamente.

El asunto se vuelve apenas interesante en la parte final, cuando una amnistía declarada en 1921 divide a los partisanos: unos quieren aceptar el llamado Estado libre aun bajo el dominio británico, mientras otros intentan seguir la lucha.

Pero Loach y su guionista optan por el consabido recurso de usar a dos hermanos en bandos contrarios para ilustrar las contradictorias posturas de un mismo pueblo. Visiones más matizadas sobre el mismo conflicto han sido aportadas por Neil Jordan y Jim Sheridan, cineastas irlandeses, por cierto. Lo que es irreprochable es la calidad formal de la película. Loach es un maestro de la puesta en escena sobria.

En cambio, la cinta china Palacio de verano, cuarto largometraje de Lou Ye, confirma las limitaciones técnicas antes vistas en la sobrevalorada Río Suzhou y en Mariposa morada.

Lou describe el malestar amoroso y existencial de una mujer entre 1987 y 2001, quien deja a su novio de pueblo para ir a estudiar a Pekín, donde se enamora de un compañero, de quien se separa luego precisamente porque le parece ideal. Sus sentimientos de desesperanza se agudizan después de los hechos de la plaza de Tiananmen, en 1989.

En el panorama reciente del cine chino esta es una de las raras veces en que se aborda con honestidad la vida sexual y amorosa de una joven contemporánea, incluidas escenas eróticas insólitas y hasta desnudos frontales.

Además, no hay -al menos este enviado no la conoce- ninguna película china en la que se recree la represión de Tiananmen, aunque aquí se hace de manera tangencial, sin explorar causas ni efectos.

Da la impresión de que se ha visto un primer ensamble de todo el material filmado sin que nadie lo haya afinado. Sobra por lo menos media hora de película y, a ratos, el estilo directo de Lou, que intenta expresar una cualidad libre y espontánea, se antoja como chambonería (frecuentes desenfoques, encuadres desatinados, escenas con sombras de la cámara).

Lo más lamentable es que quizá haya varios cortes en Palacio de verano, ajenos a las decisiones del director. Se ha reportado que la censura china no había autorizado la exhibición de la película en Cannes. Tratándose de un sistema severo, que no deja pasar estas "irregularidades", es posible que Lou Ye y su obra sufran las consecuencias. Se agradecería ver en el futuro una versión pulida de esta cinta, pero no mutilada por las autoridades.

Veinte miradas sobre París

La sección Una cierta mirada se inauguró hoy con Paris, je t'aime (París, te amo), la colección de episodios dirigidos por veinte cineastas de todo el mundo en torno a diferentes locaciones de esta ciudad. Es el tipo de proyectos que conduce a una ocurrencia feliz, en el mejor de los casos, o al chiste sangrón en su mayoría.

Quizá el único que pudo desarrollar un personaje y ser fiel a su cine en tan sólo cinco minutos fue el estadunidense Alexander Payne. También se salvan los episodios dirigidos por la catalana Isabel Coixet, el gringo Richard LaGravenese, el japonés Nobuhiro Suwa y el francés Denis Podalydes. Sobre los demás es preferible guardar un discreto silencio.

 
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