Usted está aquí: jueves 18 de mayo de 2006 Opinión El reto

Soledad Loaeza

El reto

Todavía hay en México muchos que descreen de la democracia electoral. Los cambios graduales les exasperan, desconfían del voto secreto y desdeñan el discurso razonado frente a la estridencia o a la facilidad de la mentada de madre. Convertido el cerebro en víscera, reaccionan furibundos ante la diferencia política, rechazan el debate porque lo consideran un arma peligrosa, que lo es, sobre todo para quienes no tienen más recurso que el silencio pretendidamente digno o la violencia verbal; como temen a la discusión de las ideas y de las propuestas políticas diversas la descalifican implícitamente como si fuera ilegítima.

En 1999 el CGH, la grosera minoría que paralizó las actividades de la UNAM durante un año, encarnó de manera tan infantil como brutal el triunfo de las actitudes sobre las ideas. No obstante, no son pocos los actores políticos que hoy en día dan prueba de que el Mosh y sus compañeros de parranda impusieron un estilo de hacer política frente al cual no ha habido más que tolerancia. Muchas de estas actitudes son el marco de acción de quienes -líderes y seguidores- en semanas recientes han levantado lo que puede convertirse en un poderoso reto para nuestras instituciones electorales.

Las movilizaciones sindicales -es cierto, provocadas por la torpeza de las autoridades- y los machetes de Atenco, que parecen ser también de los Altos de Chiapas, pesan como una espada de Damocles sobre la futura elección del 2 de julio y, peor aún, sobre los más de 20 años de trabajos y recursos invertidos por todos en la construcción de un sistema político incluyente en el que la política no sea una cadena de actos mecánicos o la repetición de lugares comunes.

Muchos de los que hoy en día, voluntaria o involuntariamente, ponen en tela de juicio la fuerza de las elecciones como instrumento de cambio, no admiten las profundas transformaciones políticas de las últimas dos décadas, que son la prueba de que hemos superado el pasado autoritario. Están decididos a detener la construcción democrática y pretenden "... sacar su poesía del pasado..." en lugar de mirar al porvenir, como escribe Marx a propósito de los revolucionarios burgueses de 1851, aquellos mismos que fundaron las bases del poder dictatorial de Napoleón III.

Los organizadores de la otra campaña, pero, también los candidatos de lo que -por consistencia lógica imagino- sería esta campaña, por ejemplo, Andrés Manuel López Obrador y Roberto Madrazo, parecen empeñados en minar la credibilidad de la elección del 2 de julio y quieren retrotraernos "... a una época fenecida..." y entonces "... reaparecen las viejas fechas, los viejos nombres..." (Karl Marx, El 18 brumario de Luis Bonaparte), y hablan de elección de Estado y de guerra sucia como si Luis Echeverría todavía fuera presidente y no existiera el pluripartidismo trabajosamente construido desde 1979 o el Instituto Federal Electoral (IFE).

Algunos de ellos amenazan con la confrontación violenta, peor todavía, la ofrecen, como si se tratara de una promesa válida de futuro, y no fuera la suya en México una historia de fracasos, de traiciones y de costosos errores, y no únicamente de represión. Quienes hoy en día cuestionan la validez del voto y la legitimidad de las elecciones quieren hacernos olvidar cómo era el país cuando los partidos eran poco representativos, la participación política estaba limitada y en las elecciones no existía la posibilidad de elegir entre diferentes opciones. Con sus acciones y sus declaraciones niegan la pluralidad política de la sociedad que se refleja en la misma contienda por los cargos de representación popular, en los periódicos, entre los editorialistas, en los presentadores de noticias, los observadores, los ciudadanos.

Arrojar la sombra de la duda sobre las instituciones electorales equivale a negar la vigencia del pluralismo político, que es uno de los grandes logros de la democracia mexicana. La fórmula "Todos somos Atenco" ha perdido el sentido de solidaridad que inspiró su nacimiento en el siglo XIX para defender con otro nombre la universalidad del sufragio, y ha adquirido la insoportable resonancia autoritaria que se deriva de la concepción de la democracia como unanimidad.

Sobra decir que lo mismo ocurre con las diferentes invocaciones con que se utiliza una fórmula que ha perdido su grandeza porque ha sido utilizada para tan diversas y no siempre dignas causas, algunas de ellas de plano mínimas. Lo peor de todo es que en muchos casos sólo sirve para enmascarar pobreza de lenguaje, como ocurre con las respuestas de los políticos que recurren a las palabrotas en sustitución del argumento. Puede que nos hagan reír, pero no nos invitan a pensar. Probablemente eso es lo que buscan: trivializar la política, para disfrazar su propia trivialidad.

Defender la elección del 2 de julio no es un reto solamente para el IFE -que parece timorato y confundido-, es una obligación para partidos y candidatos, y es para todos los demás el instrumento más seguro y eficaz para garantizar la supervivencia de nuestra condición de ciudadanos.

 
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