Usted está aquí: miércoles 10 de mayo de 2006 Opinión Los sirios, obsesionados por la ocupación estadunidense en Irak

Robert Fisk

Los sirios, obsesionados por la ocupación estadunidense en Irak

En Siria el mundo se ve a través de un vidrio oscurecido. Tan oscuro como las ventanas ahumadas del automóvil que me lleva a un edificio en el lado oeste de Damasco donde un hombre al que conozco desde hace 15 años -hemos de llamarlo una "fuente de seguridad", que es como los corresponsales estadunidenses llaman a sus propios y poderosos funcionarios de inteligencia- me espera con su particular y feroz narración del desastre en Irak y de sus peligros para Medio Oriente.

El suyo es un aterraror retrato de un estadunidense atrapado entre las arenas sangrientas de Irak, tratando desesperadamente de provocar una guerra civil en torno a Bagdad para poder disminuir sus propias bajas militares.

Es un escenario en que Saddam Hussein sigue siendo el mejor amigo de Washington, y en que Siria ha golpeado a los insurgentes iraquíes con una violencia que Estados Unidos ignora deliberadamente. En este escenario, el ministro del Interior sirio, hallado muerto de un tiro en su oficina el año pasado, se suicidó debido a su propia inestabilidad mental.

Mi interlocutor sospecha que los estadunidenses están tratando de provocar una guerra civil iraquí para que los insurgentes sunitas gasten sus energías asesinando a los chiítas en lugar de soldados de las fuerzas occidentales de ocupación. "Le juro que tenemos muy buena información", me dice la fuente, enfatizando con un dedo al aire. "Un joven iraquí nos dijo que fue entrenado por los estadunidenses como policía en Bagdad y que empleó 70 por ciento de su tiempo aprendiendo a conducir y 30 por ciento en entrenamiento de armas. Le dijeron: 'Regresa en una semana'. Cuando volvió, le dieron un teléfono móvil y le dijeron que fuera en automóvil a una zona muy concurrida, cercana a una mezquita y de ahí los llamara por teléfono. Esperó en el vehículo, pero su móvil no tenía señal, así que se salió del vehículo tratando de encontrar mejor recepción. Su automóvil estalló".

Imposible, pensará el lector. Imposible, me digo yo. Pero luego recuerdo todas las veces que iraquíes de Bagdad me han contado historias semejantes. Estas anécdotas se creen aun cuando parecen increíbles. Y yo sé de dónde proviene mucha de la información: de las decenas de miles de peregrinos chiítas musulmanes que vienen a rezar a la mezquita de Sayda Zeinab, en las afueras de Damasco.

Estos hombres y mujeres vienen de los barrios pobres de Bagdad, de Hilla e Iskanderia, así como de las ciudades de Najaf y Basora. Los sunitas de Fallujah y Ramadi también visitan Damasco para ver a amigos y familiares, y hablar libremente de las tácticas estadunidenses en Irak.

Mi encuentro en Damasco fue procurado por el hombre en el brillante cuarto de piso de mármol. Mencioné que había llegado a Damasco y en 15 minutos ya me encontraba en su oficina.

"Hubo otro hombre entrenado por los estadunidenses para ser policía. A él también se le dio un teléfono móvil y se le dijo que condujera hacia una multitud, quizá una protesta, y que llamara para reportar qué estaba sucediendo. De nuevo, su teléfono no funcionaba, así que fue a un teléfono convencional, llamó a los estadunidenses y les dijo: 'Estoy aquí, en el lugar al que me enviaron y les puedo decir lo que está sucediendo'. En ese momento su automóvil estalló".

Mi fuente no dijo quiénes serían estos "estadunidenses". En el anárquico y dominado por el pánico mundo iraquí hay muchos grupos estadunidenses, incluidos innumerables conjuntos que supuestamente trabajan para el ejército estadunidense o para el nuevo Ministerio del Interior respaldado por Occidente, que operan fuera de cualquier ley o reglamento. Nadie ha rendido cuentas por los 191 maestros universitarios asesinados desde la invasión de 2003, ni porque más de 50 antiguos pilotos de aviones de combate iraquíes que atacaron Irán entre 1980 y 1988 durante la guerra han sido asesinados en sus casas de campo durante los últimos tres años.

En medio de este caos, un colega de mi informante me preguntó cómo puede esperarse que Siria logre que disminuyan los ataques contra estadunidenses dentro de Irak. "Sí, nunca fue segura nuestra frontera. En tiempos de Saddam, sus criminales y terroristas cruzaban nuestra frontera para atacar a nuestro gobierno. En ese entonces, construí una barrera de tierra y arena. Pero tres coches bomba de agentes de Saddam explotaron en Damasco y Tartous, yo fui quien capturó a los criminales responsables. Pero no podíamos detenerlos".

Me dijo que ahora, la persecución rampante a lo largo de cientos de kilómetros a lo largo de la frontera siria con Irak se ha intensificado. "Tengo alambre de púas a todo lo largo y hasta ahora hemos capturado mil 500 árabes, que no son sirios ni iraquíes, tratando de cruzar y hemos detenido en el intento a 2 mil 700 iraquíes. Nuestro ejército está ahí, en la frontera, pero ni el ejército iraquí ni los estadunidenses custodian su lado de la misma".

Detrás de estas graves sospechas se encuentra el recuerdo de la larga amistad de Saddam con Estados Unidos. "Nuestro Hafez Assad (el presidente sirio fallecido en 2000) se enteró de que a principios de su mandato, Saddam se reunió con funcionarios estadunidenses 20 veces en cuatro semanas. Esto convenció a Assad, según sus propias palabras, de que Saddam estaba del lado de Estados Unidos. Hussein fue el más importante colaborador de los estadunidenses en Levante (cuando atacó a Irán, en 1980, tras la caída del sha); ¡y lo sigue siendo! Después de todo, le entregó Irak a los estadunidenses". Cambié el tema para ocuparme de uno que es más perturbador para mis fuentes: la muerte de un disparo del brigadier general Ghazi Kenaan, quien encabezó los servicios de inteligencia militar de Siria en Líbano -que era una posición de asombroso poder- y fungía también como ministro del Interior libanés cuando se suicidó el año pasado.

El rumor más extendido afuera de Siria sugiere que los investigadores de Naciones Unidas sospechaban que Kenaan estaba involucrado en el asesinato del ex primer ministro de Líbano Rafiq Hariri, con un coche bomba, en febrero de 2005, y que el funcionario fue "suicidado" por agentes del gobierno sirio para evitar que dijera la verdad.

Mi interlocutor original insiste en que no fue así. "El general Ghazi era un hombre que creía que podía dar órdenes y que entonces todo lo que deseaba se cumpliría. Algo pasó que él no pudo reconciliar; algo que lo hizo darse cuenta de que no era todopoderoso. El día de su muerte, fue a su oficina en el Ministerio del Interior, luego salió y fue a su casa donde estuvo media hora. Después regresó a su oficina con una pistola. Dejó un mensaje despidiéndose de su esposa, pidiéndole que cuidara a sus hijos; y agregó que iba a hacer 'lo que era correcto para Siria'. Luego se disparó". Llegado este punto, mi interlocutor se apuntó dos dedos hacia la boca.

Sobre el asesinato de Hariri, los funcionarios sirios gustan recordar su relación con el primer ministro interino iraquí Iyad Alawi -un confeso ex agente de la CIA y del MI6-, y una supuesta transacción de armas por un total de 20 mil millones de dólares entre Rusia y Arabia Saudita en la que, aseguran, Hariri estuvo envuelto.

Los simpatizantes libaneses de Hariri siguen desestimando el argumento sirio y señalan, en cambio, que Siria tenía identificado a Hariri como el coautor, junto con su amigo el presidente francés Jacques Chirac, de la resolución del Consejo de Seguridad de la ONU que exige que los sirios se retiren del territorio libanés.

Si bien los sirios están comprensiblemente obsesionados, su añejo odio hacia Saddam -que comparten con muchos iraquíes- aún está intacto. Cuando pregunto a mi primera "fuente de seguridad" qué pasará con el ex dictador iraquí, me respondió golpeando la palma de una mano con el puño: "Será asesinado. Será asesinado. Será asesinado".

© The Independent

Traducción: Gabriela Fonseca

 
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