Usted está aquí: lunes 8 de mayo de 2006 Política El día después

Sergio Ramírez

El día después

La cultura contemporánea de Estados Unidos proviene de una fuente insuperable: el parque de atracciones Luna Park, que funcionaba desde el siglo XIX en Coney Island. Ni Hollywood ni Disneylandia ni Las Vegas pueden explicarse sin aquella fuente de ilusiones de la que habría de manar el gusto masivo por el espectáculo de inmensos escenarios, y la atracción invencible por la representación, o imitación, de toda suerte de catástrofes, terremotos, incendios, inundaciones, bacilos mortales fuera de control, y meteoros que chocan contra la Tierra.

Phineas Taylor Barnum, el rey del circo, que iba por el mundo buscando rarezas, desde sirenas disecadas a enanos con voz de tenor; Walt Disney, que reprodujo las más aventuradas fantasías a escala natural; Cecil B. de Mille, que convirtió los episodios bíblicos representados por miles de extras en atracciones de matiné, y Bugsy Siegel, que inventó en el desierto de Nevada un parque de atracciones con juego y pecado incluidos, son los herederos directos de Coney Island y los padres de toda una civilización que se solaza en el amor por lo falso y en el miedo.

En Coney Island, por un módico precio, el visitante podía presenciar el tornado del siglo movido por ventiladores gigantes, que se llevaba por los aires un pueblo de Kansas con todos sus habitantes, o la caída de un torrente de montaña sobre una aldea minera, un millón de galones derramados y luego reciclados en un tanque subterráneo de 250 mil pies cúbicos.

También estaba el espectáculo bíblico llamado Luces y sombras. El que pagaba su boleto vivía la experiencia de vagar por la laguna Estigia en la barca conducida por Caronte, y escuchaba los alaridos de los condenados sujetos al tormento eterno, hasta que la barca salía a plena luz y los magnavoces daban el aviso de que todos los pasajeros de la barca habían resucitado en la gloria de Dios.

Pero la atracción que encuentro más singular era La cacería humana. Trescientos jinetes, hombres y mujeres, aparecían al galope por la pradera persiguiendo entre disparos de armas de fuego y gritos de muerte a un greaser (mexicano), que huía desesperado por delante de la cabalgata, dando traspiés. Por fin le daban caza lazándolo, lo arrastraban hasta una pila de leña, lo amarraban a un poste y lo hacían arder en la hoguera fingida.

De esa estirpe es la película Vanilla Sky. Cuando David Aames, el joven multimillonario que tiene el mundo en su mano, sale a las calles de Nueva York, se encuentra que no hay un alma a la vista. Todo está de-sierto. Camina asombrado hacia Times Square, el lugar más bullicioso del mundo, y parece un cementerio. La soledad del personaje se vuelve una hecatombe silenciosa. La máquina de la civilización se ha detenido.

Un tema recurrente en esta clase de cine que atrae siempre a millones a las salas de proyección, y que tiene su marca de origen en Coney Island, es la propuesta del día después. Ocurre la tragedia. Un meteoro ha chocado con la Tierra. El casquete polar ártico se ha disuelto y las aguas suben hasta cubrir la Estatua de la Libertad. Una guerra nuclear. ¿Y el día después? ¿Qué pasará el día después?

Los inmigrantes hispanos en Estados Unidos han representado, al mejor estilo de Coney Island, un ensayo de desastre, en vivo y a todo color. Decidieron desaparecer por un día, el 1º de mayo. Quienes han sido educados en el gusto por las catástrofes han visto la puesta escénica en la que han participado millones en todo el territorio. La conspiración de los invisibles.

Legiones de obreros en las fábricas de piezas electrónicas en Silicon Valley, decenas de miles de mujeres en las fábricas de prendas de vestir en Las Cruces, mecánicos automotrices en San Luis, operadores de sistemas de comunicación en Phoenix, trabajadores claves de las líneas de ensamblaje de autos en San Antonio, empleados y cajeros de banco en Chicago. Guardias de seguridad de los grandes centros de compras en Atlanta, camareros de restaurantes en Newark, cocineros en Orlando, despachadores de gasolina en Baltimore, maestros de escuela en Los Angeles, empleados de tiendas en Washington. Las estrellas del beisbol. Las estrellas de la música pop. Todos desaparecidos por un día.

Primero estuvieron en las calles día tras día, semanas tras semana, llenando las avenidas y las plazas, para que todos vieran que existen, que son reales, que son millones, y que son necesarios. Y el 1º de mayo se esfumaron, como en el peor de los sueños.

¿Qué pasaría si no fuera un ensayo, sino la puesta en escena definitiva, y todos regresaran otra vez al sur, de donde vinieron? Un tema favorito para quienes sienten esa atracción fatal por la representación de las grandes catástrofes incubada en las tramoyas y poleas de Coney Island y en la mente de los padres fundadores del espectáculo a escala terrorífica.

¿Qué pasaría el día después? Prueben a imaginar la catástrofe los consumidores del miedo y el asombro; experiencia no les falta.

www.sergioramirez

 
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