La Jornada Semanal,   domingo 7 de mayo  de 2006        núm. 583

NMORALES MUÑOZ.
RINOCERONTE

No hay que hacer demasiado esfuerzo para retrotraer, en un somero examen historiográfico, los nombres que la Compañía Titular de Teatro de la Universidad Veracruzana (orteuv) ha logrado convocar a escena a lo largo de cincuenta y tres años de trayectoria: Montoro, Barclay, Magaña, Liera, Pineda, Villegas, Converso, Margules, entre otros, son algunas de las personalidades teatrales cuyos empeños han coincido en tierras xalapeñas, y que hicieron de orteuv un referente señero de teatro regional en México, cuando en este país podía hablarse de teatro regional y, más aún, de referentes señeros.

Nótese que la elección de tiempos verbales en el párrafo introductorio de esta entrega es en modo alguno fortuita y aleatoria, sino que obedece plenamente a un intento por describir mejor la relación y el contraste entre legado y heredad, entre memoria y presente: orteuv vivió, desde luego, períodos idílicos que le hicieron conquistar público allende los confines de la Atenas del Golfo (llegando incluso, en el ecuador de los años ochenta, a adquirir el Teatro Milán de Ciudad de México para mostrar sus productos en la capital), sentar una tradición de teatro local, cumplir una función de divulgación de las artes y formar cuadros artísticos de gran nivel. Hoy, empero, de eso queda poco más que el recuerdo, situación originada por un proceso cuyas constantes conocemos de sobra: anquilosamiento, conformismo, obsolescencia, burocratización. Si a estos factores aunamos la evolución natural del hecho escénico (de las masas a las catacumbas, de los elencos multitudinarios al teatro pobre y de allí al empobrecido y luego al paupérrimo, el teatro a la saga de la repartición de los presupuestos culturales), podemos configurar mejor el rostro actual de la compañía, y trazar la idea de sus necesidades y urgencias.

orteuv ha decidido perseguir de una vez por todas su renovación, y para ello ha traído del monstruo centralista a Alberto Lomnitz y Boris Schoemann como codirectores artísticos, en una elección con miras al largo plazo que se antoja adecuada a priori, pues ambos suman capacidad pedagógica y expositiva, versatilidad y, sobre todo Boris, un conocimiento cabal del teatro contemporáneo universal. Por lo pronto y como comienzo, podemos comparecer al primer fruto teatral de esta mancuerna, que escenifica al alimón un texto de Ionesco: Rinoceronte, cuya temporada acaba de arrancar en la Sala Chica del Teatro del Estado.

¿Por qué Ionesco?, cabe la pregunta. Podría decirse, pensando en lo operativo y en la condición de repertorio de orteuv, que un clásico contemporáneo es la mejor elección para una compañía de repertorio que busque refresco, pues la aleja de los vicios del costumbrismo aunque no asume riesgos excesivos. Ya en lo artístico, podemos pensar (tal como lo piensan los directores) que su abordaje a temas como la alineación y la demagogia son oportunos en vísperas de la contienda electoral que en unas semanas decidirá el rumbo sexenal de este país.

La validez de los argumentos, no obstante, no encuentra su correlato en lo que se ve en escena. Y es que los presupuestos estéticos de Lomnitz/Schoemann desconciertan de entrada: el tratamiento costumbrista del texto, el diseño aparatoso de la escenografía (debido a Gabriel Pascal) y un diseño escénico en general demasiado ortodoxo denota el triunfo de la cautela sobre el riesgo, y no parece ser de demasiada ayuda para un elenco cuya necesidad prioritaria parece ser una sacudida.

Porque los actores hacen lo que mejor saben hacer, y no son pocos (Guadalupe Balderas, Hosmé Israel, Alba Domínguez) los que hacen gala de carisma y presencia escénica. Empero, el tempo es farragoso, el abordamiento al texto convierte al absurdo en una comedia de costumbres, la puesta en general poco aventurada. Luis Rábago, en su condición de actor invitado, imagina a su Benito como el melancólico urbano, hastiado de la rutina y de las obligaciones, que el postmodernismo se encargó de erigir en arquetipo finisecular, y lo entrega aún con mucho por explotar, aunque ya con la impronta interpretativa del primer actor que es. El transcurso de la temporada puede coadyuvar a la maduración del montaje; el que el montaje pase a ser, con el tiempo, el primer eslabón de una cadena genuinamente revitalizadora es asunto de la dirección de orteuv, aunque desde ya se antoja que el riesgo, con todo lo que implica, debe ganar preponderancia en su imaginario.