Usted está aquí: domingo 7 de mayo de 2006 Opinión ANDANZAS

ANDANZAS

Colombia moya

Danzvaria

EN EL CONTEXTO de la temporada de primavera Perfiles en Movimiento, organizada por el Instituto Nacional de Bellas Artes (INBA), se presentaron cinco grupos donde predominaron obras ya conocidas. La presencia de Limón Dance Company, en única función, figuró como el gran acontecimiento de dicha temporada, no sólo remarcada por Marco Antonio Silva, coordinador de Danza del INBA, en un breve discurso al final de su actuación, sino por la entrega de un reconocimiento a la directora del grupo, Carla Maxwell, por parte del instituto y la comunidad dancística mexicana. La Limón Dance Company, entrañable para los bailarines mexicanos de la vieja guardia, inició sus festejos por 60 años de existencia y un prestigio mundial que la avala como uno de los pilares de la danza moderna estadunidense, y que mantiene vivas las más notables obras coreográficas del gran bailarín y maestro José Limón (1908-1973). La celebración comenzó con Evening songs, de Jiri Kylián, en un sorprendente estilo en el que pareciera haber sido alumno del propio Limón, y que nos demostró la enorme evolución y desarrollo que tiene; Suite from a choreograpic offering, de Limón; las legendarias The moors Pavane y Psalm, también del maestro, todas de antigua factura.

THE MOORS PAVANE, con la espléndida música de Purcell, fue el gran atractivo para las nuevas generaciones que abarrotaron el teatro de Bellas Artes, el sábado 22 de abril, y que en los años 50 cimbró ahí mismo al público mexicano con la interpretación de José Limón como el moro; Desdémona, por Betty Jones; Yago, con Lucas Hoving, y Emilia, con la fabulosa Pauline Kooner, pequeña de estatura pero con una extensión a lá secónde que le rozaba la oreja, y que además soportaba 30 kilos de aquel terciopelo tan pesado que uno no lo podía creer. Inigualable elenco y coreografía, que en su sencillez el tiempo no logra desdorar por su magnífica estructura, y que durante 60 años ha cautivado a públicos de todo el orbe con su historia de amor y de celos, intriga y dolor, en la inevitable remembranza del Otelo, de Shakespeare.

LA OBRA DE Limón, reiteradamente señalado como cargada de humanismo y uno de los pilares de la danza estadunidense que se remonta a finales del siglo XIX y principios del XX, con Isadora Duncan, la alemana Mary Wigman y Greta Palucca, también europea, así como con Charles Weidman, Ted Shawn y Ruth St. Denis, quienes en su célebre escuela Danishawn, en Estados Unidos, recibieron a alumnos como Doris Humphrey, maestra de Limón, y Martha Graham, antes de echar a andar su teoría del movimiento, y por tanto su escuela, también situada en el nicho de los fundadores de ésta célebre Modern y Contemporary Dance, con fieles y fanáticos alumnos y seguidores por todo el mundo, sobre todo en la segunda mitad del siglo XX, hoy un tanto desdorada por la invasión portentosa de una mezcla de corrientes, escuelas y estilos, en los cuales se vale de todo, pero de alguna forma liberadora y de cauces insospechados para quien sepa escribir y hablar con el cuerpo en buen idioma.

LA GRANDEZA DE Limón, quien dejó profunda huella en la danza mexicana cuando fue invitado por Miguel Covarrubias a montar una obra en la compañía del INBA, entonces de Danza Contemporánea, consiste en esa belleza de movimientos sencillos en apariencia, siempre redondos y ligados, y en esa gran espiritualidad y pureza reflejadas en sus bucólicas y lúdicas combinaciones, carreritas y saltos tan reconocidos en medio de un profundo puritanismo. Sus danzas para 12 varones, inspiradas en los indios piel roja, son un homenaje de fuerza y ceremonia tribal sin música, de gran belleza e impacto, tocando siempre de alguna manera las más puras fibras de nuestra esencia humana. Sin embargo, la vorágine de la actualidad, su escencia competitiva y agresiva, impía y sensual, el virtuosismo acrobático para satisfacer a un público ansioso de emociones fuertes, tal vez, a pesar de su grandeza intocable, ya no le conceda el triunfal puesto de antaño, sobre todo entre la gente joven capaz de dar 40 piruettes, pero sin saber aún el secreto de la danza, ese que sabía José Limón, y que hoy día, mientras más técnicas hay, es una rara avis. Hoy, la técnica José Limón se sigue impartiendo en muchos países, y su obra perdura porque es bella e importante. Permítanme contarles con inmenso orgullo que alguna vez, cuando bailaba en la compañía contemporánea de Bellas Artes, como última generación de aquella famosa época de oro de la danza mexicana, el maestro Limón se expresó de mí en entrevista con Casandra Rincón (Novedades, "México en la Cultura", 5 de marzo, 1961) cuando le preguntó sobre los bailarines mexicanos: "Aquí hay verdaderos talentos -dijo-, y puedo afirmar que la joven Colombia Moya es una figura de primer calibre, que se puede colocar en cualquier ambiente y siempre será excelente". En otra parte dijo: "(...) también me quisiera llevar a Juan Casados". Había bailando con Casados y Rosalío Ortega un ballet del repertorio de la compañía dentro de un programa especial para él, en el teatro del Bosque, hoy Julio Castillo.

PERO NUNCA ME fui a su compañía, me quedé con una beca en Francia a despecho de doña Amalía Hernández, luego de haber cumplido una gira con el Ballet Folklórico de México, y mi fama de rebelde aumentó para siempre y yo dejé de bailar poco tiempo después para dedicarme a la difusión de la danza en radio, televisión, cine, escribiendo y aprendiendo siempre a descubrir los portentosos vasos comunicantes del arte, la cultura y la vida misma.

 
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