Usted está aquí: domingo 7 de mayo de 2006 Opinión Nos alcanzó el destino

Rolando Cordera Campos

Nos alcanzó el destino

"Gritar es la nueva racionalidad; repetir la mentira es el argumento que se pretende imponer", ha escrito magistralmente Rafael Segovia en su entrega del pasado viernes en Reforma. De disparates habló el maestro, pero la cosa se ha puesto de verdad grave y la mitomanía que inundó el poder constituido del Estado desde el primero de diciembre de 2000 se estrella ahora contra el muro de sus propias omisiones y despropósitos. La marcha de los necios que nos contó la gran Bárbara Tuchman se quedó corta en esta inauguración mexicana del milenio.

La gran muestra de vitalidad y fuerza humana de que dieron cuenta nuestros paisanos y otros miles de inmigrantes en Estados Unidos, contrasta con la fragilidad ingente de nuestras estructuras básicas. La mental, que articula ambiciones e ilusiones, para empezar. Allá, los mexicanos entran a saco para (re) construir una nación. Acá, los dirigentes del Estado y las cúpulas de la sociedad se disputan la mano en la deconstrucción de un país siempre inconcluso.

La magnitud de la demografía y aun de la economía de México, poco tiene que ver con la precariedad de los tejidos distributivos y de cohesión social que subsisten pero se resienten a diario por la tensión de la pobreza y la carga inclemente de la desigualdad a la vista de todos. Con prácticamente todo lo necesario para relanzar la pujanza productiva y empezar a imaginar un país mejor, la mal llamada clase política nacional se las arregla para desarreglar lo poco que hay en materia de concertación social y la política se queda desnuda, al amparo de las veleidades de la coyuntura.

La irregularidad laboral es flagrante y cruel e inmisericorde en las minas de México. Pero en vez de admitirlo y echar a andar una jornada de seguridad y reivindicación mínima en el subsuelo, los gobernantes "descubren" un dirigente sindical que ya no está a su medida, declaran en los hechos el estado de emergencia en el mundo laboral, violan su propia e injusta legalidad, y desatan los perros de la represión y el país aumenta su inventario de víctimas obreras.

No hay manera de darle la vuelta a este hecho ignominioso, salvo por la vía del derecho y la justicia, que no pueden ponerse a disposición del mejor postor. La ley y el derecho del más débil es lo que se reclama y urge, pero la autoridad se rinde a la arrogancia del más fuerte y prepotente.

"Hay que ver hacia adelante", le decían el otro día a un dirigente sindical de la UNT dos destacados miembros de la elite empresarial mexicana. ¿Y como se hace eso? Ripostó el sindicalista, ¿Olvidando la muerte de dos trabajadores? Se exige seguridad y estado de derecho, pero a la primera prueba se recula y se sugiere entender a las "dos partes" y admitir que el dirigente minero se enriqueció ilegalmente. "Pues pongan las pruebas de que presume el vocero presidencial en manos del Ministerio Público. Nosotros no vamos a defender a ladrones", añadió el dirigente. "Hay Francisco, dicen los empresarios de pro, ya la radio y los periódicos lo dijeron, cómo pueden ustedes defenderlo".

Síntoma claro de nuestro debilitamiento ético y mental es la dificultad que connotados analistas muestran para abordar la agresión estatal a los sindicatos, en este caso el minero. Antes de admitirlo como tal, como un desvarío inadmisible en un Estado democrático, tienen que curarse en salud hablando de la corrupción ambiente, inventando conjuras corporativas que explicarían la represión en Lázaro Cárdenas.

La democracia y sus oráculos se detienen cuando la cuestión social asoma las narices. Huele mal, sin duda, pero así está el mundo del trabajo acosado por el desempleo y la informalidad, que nutren la desigualdad inicua a la que hemos llegado. No se ensucia nadie si con llaneza se señala el abuso y la irresponsabilidad gubernamentales en el tema laboral. Los tiempos de la ambigüedad autoritaria y corporativa debían ya ceder el puesto al examen claro de los detalles y las diferencias. Pero esto, cuando de trabajadores y sindicatos se trata, no parece ser todavía políticamente correcto.

Todo está suelto y Atenco es un botón sangriento de muestra. "Se les fue de las manos" suele decirse, pero habría que preguntarse si no es al revés, que de lo que se trata es de dejar las cosas al garete hasta que la sociedad admita y hasta convoque al orden, aunque sea sin progreso.

Todo está suelto, sin duda, para empezar el verbo presidencial. Pero las fuerzas del orden, sin Presidente al mando, hacen de las suyas, juegan a la contrainsurgencia y hacen mapitas de seguridad, mientras los ultras les hacen el buen servicio de jugar a la guerra prolongada. El resultado es claro: muertos y heridos, jóvenes activistas con su vida cancelada, policías humillados y sedientos de venganza. Y el coro de la violencia a todo meter, en busca del pronto beneficio.

Se gesta un cuadro de ingobernabilidad con el que se pretende justificar, cuando no enaltecer, el papel de la firmeza estatal, a pesar de su debilidad flagrante. Se quiere convencer de que sólo con la fuerza, supuestamente legitimada por los votos, el país saldrá adelante. Lo malo es que las campañas y sus principales protagonistas prefieren hacerse los desentendidos, y tejen sueños sobre un futuro que todos saben incierto y nublado.

Salir al paso de este destino que no nos merecemos es misión de todos. De la ultra emanan llamados a hacer caso omiso de la elección y a prepararnos para jornadas inolvidables de salvación nacional o revolución instantánea. De la sucesión, parecen pensar hoy los que mandan y no quieren ceder un ápice de poder y riqueza, que se encarguen las encuestas y sus horóscopos. Hacer honor y hacer valer la democracia alcanzada a tan alto costo se vuelve de nuevo programa máximo, que hay que empezar a hacer realidad de inmediato. Jugar a la revuelta o festinar la violencia popular es la mejor manera de empedrar el camino del infierno, del que hemos querido salir todos, o casi, desde hace demasiados años. Llegó la hora y el reloj dejó de hacernos concesiones.

 
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