Usted está aquí: viernes 5 de mayo de 2006 Opinión I have a dream

Heriberto M. Galindo Quiñones

I have a dream

Aquel miércoles 28 de agosto de 1963, cuando el doctor Martin Luther King pronunció, al pie del monumento al gran Abraham Lincoln, ubicado en Washington, DC, el memorable discurso I have a dream, en defensa de los derechos civiles de los estadunidenses de origen afroamericano, él apenas había comprendido la lucha reivindicadora por mejores salarios y prestaciones para los trabajadores del campo, que enarbolaba César Chávez, el infatigable luchador social de origen mexicano, hoy convertido en emblema de nuestros paisanos residentes en Estados Unidos. Chávez, sin embargo, soñaba desde entonces en lo que llegaría a ser la fuerza y el poder de los trabajadores latinos en aquel país.

El 1º de mayo último, la semilla sembrada en los campos del valle de San Joaquín: Fresno, Deleno, Dinuba Bisalia y Reedley, confirmó su germinación y ha mostrado el surgimiento de un proceso social incontenible, imparable e impresionante, largamente aplazado.

Del discurso pronunciado por el líder evangélico de Atlanta, ante 250 mil estadunidenses, podemos recoger íntegras sus ideas y sus palabras. Si del texto de tres cuartillas leído por Luther King solamente cambiáramos la palabra negros por latinos, observaremos que su vigencia es total, pues la discriminación, la persecución, las vejaciones y los abusos que sufren hoy nuestros paisanos, en muchos aspectos son comparables con lo que sufrieron los descendientes de esclavos.

Fue merced a las presiones ejercidas contra la ultraderecha estadunidense y a las lecciones de resistencia civil no violenta, aprendidas de Gandhi, que los propósitos de King y sus simpatizantes fueron cumpliéndose.

En los tiempos actuales, las movilizaciones sociales que durante los últimos meses han protagonizado -en prácticamente todo el territorio de Estados Unidos de América- los ciudadanos de origen mexicano y latinoamericano rebasaron a aquellas que promovió y organizó el Premio Nobel de la Paz 1964. Sólo el lunes pasado se pusieron de pie y marcharon más de 2 millones de personas comprometidas con la causa de sus derechos civiles, en un testimonio sin precedente en el vecino país del norte que, esperamos, sea aquilatado con justicia, a fin de que el Congreso reaccione favorablemente, actualice y razone de mejor manera su legislación en materia migratoria, misma que nació como proclama represora del fondo de la reacción republicana, pero que, por fortuna y, precisamente, por la presión social de nuestros connacionales, y gracias a la madurez de muchos, es que varios senadores y representantes republicanos, y casi la totalidad de los demócratas, a estas alturas de la situación han revisado y corregido las redacciones originales, para dar paso a una reforma más consensuada, que ponga orden sí, pero que sea más permisible y tolerante y, sobre todo, que no califique como criminales a nuestros hermanos que, dicho sea de paso, con su trabajo están contribuyendo a la generación de riqueza en el país que, sin querer queriendo, les ha dado cobijo, muy a pesar de los xenófobos encabezados desde el mundo intelectual por Samuel P. Huntington.

El lunes pasado presencie en California las manifestaciones y el boicot comercial. Aquello fue impresionante. Las marchas multitudinarias, por un lado, y las tiendas y las carreteras vacías, por otro, dejaban perplejos a los observadores. El gigante social, que son los mexicanos y los latinoamericanos que viven en Estados Unidos, despertó para siempre.

Ahora habrá que ver cómo se encauza esa energía, cómo se promueve su organización, cómo se apoya y protege de manera más eficaz a los nuestros.

Para empezar, una buena invitación a los diputados y senadores mexicanos sería que vean cómo se asignan más recursos financieros para ese fin, pues los actuales francamente son insuficientes. Lo digo por mi experiencia como cónsul general de México, que lo fui en Chicago.

Los mexicanos y los latinoamericanos también tenemos nuestro sueño: Que algún día, más pronto que tarde, se respeten en Estados Unidos -y en todo el mundo- los derechos civiles, humanos, políticos y económicos de nuestros paisanos, pues ellos están dando lo mejor de sí por aquella nación y por su México inolvidable. Baste un ejemplo: Las remesas de más de 20 mil millones de dólares que anualmente envían a sus familiares en nuestro país.

La reconquista está en pie.

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