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Jueves 4 de mayo de 2006

Vilma Fuentes

Nuevo galardón a Pitol

París, 3 de mayo. Después de los varios discursos de traductores franceses y otros especialistas de la literatura en lengua española, la inconfundible voz de Sergio Pitol, reflexiva, murmullo en busca de la palabra exacta para nombrar la cosa, el término idóneo para invocar y dar un cuerpo sonoro al pensamiento, sonó con suavidad en la sala principal del hotel particular que sirve de sede a la Maison de l'Amérique Latine.

Elegante, vivo, nervioso, Sergio se veía verdaderamente conmovido por la ceremonia de entrega del Premio Roger Caillois, que se efectuó en París este atardecer asoleado, primer día estival en esta capital. Un sol mexicano iluminó el firmamento parisiense decidido a presidir el homenaje que se rindió al escritor.

En el verano de 1975, otro atardecer de ésos, que se prolongan luminosos aun cuando la Luna ya hizo su aparición en el cielo, Sergio comentó en una cena: ''¡Qué hermoso es París!" Una mujer alemana, entrada en años, interrumpió: ''París hermoso en 1942, 43..." Con Pitol siempre pasan cosas así: revelaciones, sorpresas, asombros, vértigos, resurgimientos de un pasado que no acaba, atropellos del futuro, hilos de oro que forman el enigmático tejido de su fascinadora escritura.

Un premio literario es siempre un acto con dos caras, a la manera del rostro de Janus. Quien lo recibe se siente dichoso, por esta marca de reconocimiento oficial, pero, al mismo tiempo, precisamente porque se trata de una manifestación de respeto, un ambiguo embarazo puede acompañar la ceremonia. Octavio Paz mismo, si no podía dejar de sentirse halagado por haber recibido el Nobel, tampoco podía dejar de recordar que ni Proust ni Joyce ni Breton ni Borges recibieron este premio, acordado en cambio a Sully Prudhomme, el más mediocre de los poetas.

Por fortuna hoy tenemos la dicha de ver coronado a uno de nuestros mejores escritores: Sergio Pitol. Con el Premio Cervantes, primero; con el Roger Caillois, hoy.

La Maison de l'Amérique Latine organizó una mesa redonda para celebrar el acontecimiento. Tuvimos derecho a numerosas miniconferencias, las cuales parecían más bien disertaciones de estudiantes de preparatoria en vez de verdaderos comentarios sobre la obra de Sergio. Tal es a menudo el destino de este género de mesa redonda. Cada orador repite lo que dijo el precedente, contentándose con cambiar algunos de los adjetivos del elogio convenido. Hay algo de elogio funerario en este tipo de ejercicio, los ramos y las coronas de flores se acumulan sobre el cuerpo del difunto.

Sergio Pitol no merece un trato semejante. Este escritor, tan vivo, tan caluroso, auténticamente original y cuya obra honra las letras mexicanas, habría debido provocar la imaginación de los organizadores del Premio Roger Caillois. Quizá a causa del fuerte calor de este día, el público (bastante reducido) presente en la sala parecía más bien sufrir de la canícula en vez de apasionarse por los discursos librescos que escuchaba. Sólo Pitol, discreto y modesto, supo hallar las palabras simples para hablar de su obra.

Cuando me dijo, al final de la ceremonia, que guardaba un recuerdo maravilloso del homenaje recibido en Madrid por el Premio Cervantes, no pude impedirme observar que en París ningún representante de la embajada o el consulado de México consideró bueno desplazarse hasta la Maison de l'Amérique Latine. Un escritor, celebrado con el Premio Cervantes, no parece merecer el desplazamiento. Sin duda otras citas más importantes ocupan a nuestros tan trabajadores diplomáticos.

En cambio, en la sala, pude constatar con gusto la presencia de Elena de la Ribera de la Souchère, quien tanto ha hecho durante años por México, y a quien Sergio saludó con ternura y respeto. Igual agrado ante la presencia de Alberto Ruy Sánchez y de su hija Andrea, estudiante en París, tan caluroso uno como otra. Y la de Cristina Rubalcaba quien, como la artista que es, estuvo presente en la ceremonia para celebrar con toda su generosidad a Sergio.

Bravo, Sergio Pitol, bravo Maestro, estoy orgullosa de ser tu amiga, y Jacques Bellefroid, él también, se siente muy dichoso de conocerte, pues tú encarnas la mejor parte del genio mexicano.

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