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Jueves 4 de mayo de 2006

Olga Harmony/ III y última

Teatro Internacional

Creo que está muy permitido indignarse. Si bien es algo bueno que la llamada Ley Sari haya quedado en la congeladora de las cámaras, es necesario -como muchos pensamos, afirmamos y suscribimos- que se haga un amplio debate acerca de las políticas culturales y las leyes que de ellas emanen, aunque todo parece que ya no será en el exangüe presente sexenio. Ignoro si se podrá hacer algo con ese extraño hara-kiri que las izquierdas se infligieron al aceptar que pasara la Ley de radio y televisión, pero queda cierta esperanza de que radios comunitarias, televisoras culturales, puedan subsistir a los embates del anti intelectualismo bárbaro de los que se quieren nuestros gobernantes. El estúpido agravio a Elena Poniatowska, machaconamente reiterado por Espino que agredió también a los intelectuales de primera línea que la defendieron (y que calló ante la defensa de la escritora que hizo el extraordinario Sergio Pitol, quizás por el azoro de verlo retratado junto al rey de España, porque para respetar a Sergio per se antes hay que saber quién es y haber leído sus libros) se revirtió en contra del miembro del siniestro Yunque que dirige un partido antaño respetable. Esta indignación es de gente interesada en la cultura.

Aun quedan muchas indignaciones, de ciudadanos de a pie, como lo que está ocurriendo con los mineros y todos los sectores sociales, tan bien ilustrado en el excelente cartón en que El Fisgón retrata al general Cárdenas llorando por lo ocurrido en las tierras que llevan su nombre gobernadas por su nieto -con lágrimas que pueden deberse también a otras cosas, como la extradición de los ciudadanos vascos. Este México se está volviendo un país de legítimas indignaciones que el autismo de nuestro teatro no retrata, y ojalá lo haga en algún momento, como lo han hecho Sergio Magaña, que tuvo un homenaje reciente, y Emilio Carballido, cuyo nombre se acaba de dar a una cátedra extraordinaria de su natal Veracruz, el reconocido Víctor Hugo Rascón Banda y otros. Debido al desconcierto que me produce la ruptura entre nuestra realidad y lo que alguna vez se denominó como su espejo, cóncavo o no, es que fui con cierta esperanza a ver El proceso de Giordano Bruno de Mario Moretti, a pesar de las reservas que tengo acerca del teatro ''italiano" de Adalberto Rosseti, porque Bruno puede suponernos en este momento un hálito de libertad ante la estulticia y cierta perversión existentes en quienes quieren imponernos ideas medievales a toda costa.

Todos en el gremio sabemos que la Compagnia Italia está compuesta, casi siempre, por actores mexicanos y es dirigida desde 1965 por Rosseti con el apoyo de la embajada de Italia. Hace tiempo que no vemos en nuestro país a una verdadera compañía italiana, pero dudo mucho que ésta de que hablamos sea una muestra real de lo que se hace en Italia, como alguno pretende. No logré, ni siquiera, en el para mi mágico Internet, encontrar datos acerca del autor Mario Moretti, excepto que es homónimo del fundador de las Brigadas Rojas y de un fabricante de calzado. Es en un texto suyo y en la película de Giulano Montalvo en que se basa la presente escenificación, que se inicia y tiene intercortes en dicha película, bien hechos pero que poco añaden a un texto extraordinariamente pesado.

Si el teatro de ideas no recurre a la metáfora está perdido, como es este caso en que el protagonista expone sus ideas ante la Inquisición y aun ante unos pobres prisioneros que lo acompañan en su celda. El espectador no tiene por qué conocer de filosofía o teología para entender la herejía que llevó a Bruno ante la hoguera. Es más, se supone que debería saber lo suficiente de las tendencias de pensamiento que privaban en la época y las razones de que el filósofo, matemático y astrónomo sea visto como un precursor de muchas cosas de la ciencia moderna, además de un paladín de la libertad de expresión, para lograr internarse en el texto, sin recurrir a alguna biografía que explique con sencillez estos términos, lo que es pedirle demasiado a cualquiera. Además de todo ello, la mala capacidad actoral del elenco, formado por actores no jóvenes pero poco conocidos, en el grito constante y la rigidez de actitud, poco invita a ahondar más en este montaje que ya se había estrenado en 2005 en el Teatro de la Ciudad.


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