Usted está aquí: miércoles 3 de mayo de 2006 Opinión Las formas religiosas del futbol

Bernardo Barranco V.

Las formas religiosas del futbol

El futbol es el espectáculo, a escala planetaria, que mayor expectación levanta. Es, más que un deporte, uno de los negocios más lucrativos a nivel internacional, que involucra a los grandes medios de comunicación. En el próximo Mundial veremos la culminación de un complejo proceso social y cultural que de lejos rebasa lo deportivo, que envolverá a las grandes masas y audiencias en la mayor parte de los países. En suma, el futbol es el pan y circo de la era global.

Se trata de un fenómeno social que requiere ser estudiado con mayor agudeza por las ciencias sociales, ya que sea a nivel local o internacional, acapara la atención, la emoción y las expectativas de amplísimos sectores de la sociedad. Es muy probable que el futbol germine como explosión de emociones e hilaridad por la crisis de las grandes apuestas de la modernidad y el exceso de lo racional como forma convencional de existencia, provocando la emergencia de lo irracional reprimido. Fenómeno, por cierto, ampliamente estudiado en el caso del ascenso del pentecostalismo en América Latina.

La falta de significación de la sociedad moderna suscita búsquedas de nuevos sentidos de vida, y el futbol puede ser una respuesta lúdica y momentánea de rencantamiento. M. Eliade, en su libro Lo sagrado y lo profano, sostiene que la irreligiosidad en estado puro no existe aun en personas y sociedades altamente secularizadas. El universo de los tabúes, las supersticiones, las liturgias de origen mágico se camuflean al orden laico, bajo aparentes nuevos significados desacralizados en fiestas, ceremonias y rituales seculares; sin embargo, subyacen formas pararreligiosas híbridas que otorgan nuevo y poderoso sentido a la sociedad. Sería arbitrario determinar una relación directa entre futbol y religión; sin embargo, la sociología de las religiones podría aportar analogías que permitirían interpretar con mayor agudeza el fenómeno.

De manera muy resumida podríamos plantear analogías útiles, como el lenguaje, ya que existe una imbricación con lo religioso: "la catedral del futbol" es el desaparecido estadio de Wembley; el "rebaño sagrado", las chivas del Guadalajara; "la mano de Dios", aquella jugada en el Mundial de 1986 cuando Maradona anotó un gol. Los estadios se convierten en nuevos santuarios del peregrinaje moderno: en torno a su entramado se congregan miles de "fanáticos" de manera directa y millones vía la televisión para presenciar un ritual que llega a su clímax litúrgico cuando cae un gol. Es el momento de la explosión de los sentidos, de éxtasis, el gol como shock eléctrico catártico que conduce a los fanáticos a extraños comportamientos de euforia primitiva.

Otros rasgos analógicos que recuerdan las religiones politeístas de la antigüedad es el rol de los "ídolos", de aquellos jugadores que destacan de los demás por sus proezas y prevalencia entre sus "seguidores". Son los cracks que no fallan y recuerdan a los dioses griegos que vivían, sufrían, rivalizaban y eran puestos a prueba por las tentaciones mundanas, mas al fin y al cabo seguían siendo seres divinos. Ahí tenemos a Pelé y Ronaldinho en Brasil, a Platini en Francia, a Beckenbauer en Alemania, a Di Stefano en España, a Cruyff en Holanda. A Maradona, por ejemplo, los argentinos le han perdonado todo: sus adicciones, su promiscuidad, sus nexos con la mafia, su maltrato a la prensa, su rebeldía peronista, su castrismo demodé, ser feo, chaparro y gordo. Pero en la cancha, El Pelusa era un dios: parafraseando a Eduardo Galeano, se transfiguraba no sólo en un fuera de serie, sino se convertía en una especie de elegido, un redentor, que condensaba las expectativas: los sueños de un pueblo.

El futbol en tanto juego de reglas simples puede tener una dimensión de evasión de la realidad, como algunas religiones, de embrutecimiento masivo y enajenación funcional al status quo; sin embargo, esta dimensión de "opio" puede contrastarse con el lado lúdico, de fiesta, de exaltación y liberación de sentidos que coadyuva a sobrellevar una realidad cotidiana llena de insertazas, inseguridades y opacidades.

Algunos se atreverían a observar un carácter "liberador" en el futbol como espacio de protesta. Así fue la confianza recuperada de la gente al volver a las calles y retomar consignas en Buenos Aires, después de la conquista de la Copa Mundial de 1978. En nuestro país recordamos las rechiflas a los todopoderosos presidentes en el Azteca: una a Díaz Ordaz en 1970 y otra a Miguel de la Madrid en 1986.

Como las religiones, el futbol puede otorgar un sentido de agregación social, es decir, de pertenencia. Ser madridista, americanista, barcelonista, etcétera, conduce a que un individuo, independientemente de su raza, condición económica o género, obtenga un rasgo de identidad, cohesión y característica distintiva. No tenemos espacio para entrar en lo que se llama el hinchismo como expresión extrema y hasta violenta de este sentido de pertenencia, análoga a los sectarismos religiosos destructivos; cabe decir que estos sentidos de pertenencia están llenos de simbolismos como banderines, insignias, cantos, colores, imágenes, porras y consignas que refuerzan la afinidad colectiva y las adhesiones.

Otro rasgo característico de este deporte es el providencialismo y buena dosis de misterio en los encuentros. Siempre hay favoritos: el más fuerte generalmente lo es en el futbol; los aficionados guardan siempre una dosis de esperanza y de sorpresa para que el débil venza al grande; hay expectativa de que suceda lo inesperado, ¡un milagro!, como el de Maracaná, en 1950, cuando resultó vencedor Uruguay sobre el poderoso Brasil. Aquí caben todas las cábalas, desde los jugadores que se persignan o llevan fetiches religiosos como camisetas con la imagen de vírgenes, hasta los propios fanáticos que prenden veladoras, oran, realizan limpias y hasta protocolos de magia.

Esta analogía ofrece muchísimas vetas. Su carácter machista, el uso y manejo del sexo, los rituales, las supersticiones, el uso nacionalista y su carácter universal, etcétera. Los estudiosos las han llamado religiones laterales, religiones civiles o pararreligiones seculares; el hecho es que acontecimientos como el Mundial que viviremos "religan" no a una trascendencia metasocial, sino a una realidad histórica, mediante la cual una comunidad o una sociedad se cohesiona y afirma sus lazos de unidad e identidades culturales, e incluso legitiman procesos y liderazgos.

 
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