Ana García Bergua VIDA DE ESTATUA
Existe, sin embargo, una estatua que corre con más suerte que las otras, y no es por santidad. Es una estatua que cuida su propia tumba, por decirlo así, en el cementerio de Père-Lachaise, en París, la del periodista Yvan Salmon, alias Victor Noir.Victor Noir tenía apenas veintidós años cuando murió. Escribía para La Marselleise, un folletín revolucionario que atacaba a Napoleón iii, fundado por el diputado de extrema izquierda Henri Rochefort. La cosa fue que el príncipe Pierre Bonaparte, hijo de Lucien Bonaparte, quien a su vez era sobrino de Napoleón iii, se creyó difamado por un artículo de La Marselleise y retó a duelo al jefe de redacción del impreso, Pascal Grousset. Y aquí empieza la desgracia y la suerte de Victor Noir, quien fue enviado como padrino por este último a arreglar los detalles del duelo. En un momento exaltado de la entrevista con el príncipe, Victor Noir levantó su bastón; el Bonaparte se creyó atacado, le disparó un tiro certero y acabó con la vida del joven periodista. Tras unos funerales multitudinarios, acompañados de revueltas que desembocaron en la caída de Napoleón iii, a lo que quedaba de Victor Noir se le enterró en Neuilly y se le trasladó después al Père-Lachaise. Encima de la tumba yace la estatua de Victor Noir, en la misma postura en que quedó tras el pistoletazo, las ropas desarregladas, el sombrero de copa y el bastón caídos a los lados, una imagen muy romántica en realidad. El escultor se encargó asimismo de realzar su hombría, que permanece en guardia adentro del pantalón (quizá, porque, dicen, se iba a casar en aquellas fechas, como una especie de nota al pie que señalara la vida truncada del joven, o bien como una imagen del bastón levantado contra la prepotencia de la aristocracia), y que, al parecer, se ha convertido, a lo largo de los años, en una suerte de amuleto que las señoras a quienes Dios no bendice con criatura van a acariciar para que se la otorgue Victor. Cosas veredes, Sancho, estatua más querida que esa no se puede imaginar, si se atiene uno a las fotos en las que la parte a la que aludo está más que brillosa y extrañamente negro su derredor: a saber qué más le hará la gente. Qué destino de estatua, más semejante al de un San Antonio que al de un revolucionario. Bien sabemos que todo extremo aspira, en realidad, a la canonización. |