Usted está aquí: viernes 28 de abril de 2006 Opinión "Pedimos trabajadores, pero nos enviaron hombres"

Ana María Aragonés

"Pedimos trabajadores, pero nos enviaron hombres"

En las semanas recientes no sólo las grandes ciudades de Estados Unidos como Washington, Chicago, Los Angeles y Nueva York están siendo testigo de las extraordinarias movilizaciones de migrantes, sino que se están extendiendo a cientos de ciudades más. Estos actos ponen en evidencia no sólo la importancia numérica de este grupo, sino su enorme poder de convocatoria, lo que finalmente se traduce en la consolidación de una fortaleza que no habían logrado demostrar. Y es justamente esta fuerza la que ha generado gran cantidad de sentimientos encontrados en Estados Unidos, que se ha reflejado en manifestaciones tanto de apoyo como de rechazo.

Una de las críticas fue en relación a que la mayoría de las banderas que ondearon en las primeras marchas eran de los países de origen de los manifestantes, y sin duda que hubo gran cantidad de insignias mexicanas. Esto fue una prueba, según ellos, de que los migrantes insisten en mantenerse hostiles a la cultura, los valores y a la gente que los rodea. Y señalan que la diferencia con migraciones anteriores, básicamente europeas, es que sí querían convertirse en americanos, y no había título más honorífico para ellos. En cambio, los mexicanos legales e "ilegales" llegaron a Estados Unidos para trabajar y lograr una vida mejor para ellos y sus familias, pero un país requiere, además de trabajadores, ciudadanos, no de nombre, sino con un compromiso real. (Thomas Sowell.)

Para Mark Krikorian, investigador muy reconocido por su posición contraria a la migración, las marchas fueron una muestra de un "descarado chauvinismo e irredentismo". Y llega a comparar esta situación con los desafíos que lanzan los "agresivos extranjeros" en otras partes de Occidente, tales como los migrantes musulmanes en Europa y en su forma más extrema los palestinos con Israel, aunque señala que Estados Unidos está enfrentando en este momento una versión marcada por "relativamente poca violencia", comparada con las bombas y los disturbios que se han producido en otras partes del mundo. Este autor afirma que si Estados Unidos se rinde ante el poder de los extranjeros "ilegales" aceptando alguna forma de amnistía "seguiremos a Europa con una versión propia", en la que "una decadente civilización anfitriona capitula ante las demandas chauvinistas de los extranjeros".

Lo que presento son sin duda posiciones extremas, pero representativas de un sector de la opinión estadunidense. Como puede observarse, en el centro de la discusión se encuentra la queja permanente de una supuesta falta de interés de los migrantes en relación con su asimilación, posición que ha sido abundantemente subrayada por autores como Samuel Huntington.

Sin entrar en la discusión acerca de si debe ser asimilación, integración o multiculturalismo el camino a la convivencia civilizada en una sociedad, en realidad aquellos que se oponen al fenómeno migratorio se enmarcan en posiciones racistas, ya que lo primero a destacar es que los migrantes se enfrentan a una sociedad que los discrimina. Y un aspecto muy claro se manifiesta en la desigualdad salarial, pues resulta que es el estatus legal el que determina los salarios. Un estudio llevado a cabo por el sociólogo Joel Perlmann, citado por Robert J. Samuelson, señala que los salarios de los migrantes mexicanos han declinado desde 1970 comparados con los de los blancos nativos. En contraste, los salarios de los italianos y polacos, que llegaron a principios del último siglo, se elevaron a lo largo del tiempo. Para los hijos de los migrantes, las diferencias son también muy grandes. La segunda generación de italianos y polacos gana 90 por ciento o más comparada con los blancos nativos. En cambio, para la segunda generación de mexicano-estadunidenses, el salario se sitúa en 75 por ciento en relación con lo que ganan los blancos originarios. Esto es muestra no sólo de una clara discriminación hacia los trabajadores mexicanos, sino de la forma en la que México está subsidiando la economía de Estados Unidos.

Una sociedad verdaderamente democrática debería encaminar su política a superar estas desigualdades, reclamo que se encuentra en el eje de las manifestaciones. Los migrantes, legales e indocumentados, exigen que se les reconozcan sus derechos tanto humanos como laborales y civiles, pues no queda de otra: "si quieren trabajadores se les envían hombres".

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