La Jornada Semanal,   domingo 23 de abril  de 2006        núm. 581

P O E S I A

INTERROGANDO EL LENGUAJE

Bernardo Ruiz

Miguel Ángel Muñoz,
El origen de la niebla,
Tierra adentro/Conaculta/dgp,
México, 2005.

Más allá de mitos y leyendas, se descubre que un poeta nace y se hace, que escasos poetas tienen esa excepcional cualidad que todo lector descubre en Rimbaud, por ejemplo, o en Lope de Vega. Y por ello pareciera mejor afirmar que un poeta se hace más a golpes de silencio que por sobreabundancia de palabras, ritmos y acentos. Xavier Villaurrutia lo decía con acierto: conviene desconfiar de la obra voluminosa. La antología de Tablada respalda su afirmación.

Mauricio Brehm, uno de los grandes lectores de poesía que he conocido, afirmaba que "la poesía es vida en luz hecha vida", frase en extremo oscura pero útil para un lector de catorce años; definición —entre las numerosas que se han formulado al respecto— que me basta. Con ella se percibe el esfuerzo que esconde la labor poética: alquimia del verbo que, como el trabajo de quienes buscaron la gran Obra, comprende una labor del espíritu donde la paciencia, la constante repetición del proceso, conduce al óptimo resultado —donde la estructura íntima de la naturaleza se transforma en contacto con las mínimas partículas que la componen.

El origen de la niebla, de Miguel Ángel Muñoz, volumen de cuarenta y dos poemas, ilustra la percepción de este camino. Al autor lo conocí hace una docena de años, recién egresado de la Escuela de Escritores de la sogem. Nacido en 1972, no tendría más de veinte años por aquel entonces y era editor de un revista de creación: Tinta seca, que ha evolucionado al parejo de su director. En ella leí sus primeros poemas.

Lecturas plurales y experiencias difíciles y favorables se han sumado en el tiempo junto con las enseñanzas de los grandes creadores de nuestro tiempo que han sido entrevistados por Muñoz. El poeta no ha echado en saco roto el amplio mosaico de reflexiones de las que ha sido testigo y se preocupa por experimentarlas y ponerlas en práctica en su trabajo poético. Esto da como resultado un volumen decantado durante años, en donde ha reunido bajo el pretexto de algunas obras plásticas los poemas de El origen de la niebla.

No es una reunión ni una yuxtaposición casual. Sobre todo porque la mayor parte del trabajo creador de Muñoz es una serie de volúmenes y ensayos sobre la pintura y las artes visuales donde ha aguzado los sentidos y buscado la fundamentación de cada estética. Pero no se ha quedado ahí: a partir de ese conocimiento su búsqueda poética se ha ido definiendo. Sus afinidades están principalmente en la poesía francesa del siglo pasado, en la inglesa y en la mexicana.

Tanto José Luis Cuevas como Marco Antonio Campos encuentran en el trabajo de Muñoz una decantación de la propuesta de Octavio Paz en la visión de la plástica, así como en la preocupación por el lenguaje del arte, de la creación y los ejes y dimensiones de sus respectivos ámbitos. Mas ello sólo es un antecedente propicio para investigar más a fondo el camino y los territorios explorados por el poeta de El origen de la niebla.

Muñoz prefiere el riesgo del poema breve sobre el de largo aliento, y la imagen y el asedio de la abstracción para describir sus ámbitos. Más que la circunstancia vital, domina en el libro la experiencia de una contemplación de un lenguaje que debe transmitirse por medio de otro con diferentes recursos, ya que su objetivo es distinto.

Una obra plástica captura la experiencia visual de un momento de la eternidad o una imagen concreta que aspira a ella, entre otras posibles. Sin embargo, el poema debe partir de este primer resultado hacia una experiencia verbal, donde otra pasión domina: la constante interrogación sobre el lenguaje, la imagen, el símbolo y el signo incluidos en una ráfaga de luz y en la brevedad estricta del verso.

Dice en "Inscripción": "Lenguaje,/ signo espiral y secreto/ oscilante, pendular,/ inmóvil./ Figura,/ hunde sombras/ como imagen incierta." Como toda percepción, ésta es inmediata. Tal es la condicionante de su concisión. La poesía de Muñoz define, captura. Para reducir el verso a expresiones mínimas, se apoya en el uso del asíndeton, la silepsis y del zeugma, lo que produce unidades mínimas, sintéticas: un efecto de ideograma en la expresión poética, esa condición característica del verso japonés o chino cuando se lee en español: "Muro de signos,/ como línea herida/ bajo sombras,/ estrella: piedra; voz/ sin voz, contracción de ecos." ("v . Diez apuntes para Ràfols-Casamada").

En contraste, Muñoz apela a otros recursos cuando requiere definir por ausencia o por presencia algunas entidades. El origen de la niebla, leído como una interrogación del lenguaje, se adentra por las partes mínimas, pone bajo el microscopio cada uno de los elementos e imagina —incluso— pinturas posibles o imposibles que afinen la percepción de cada uno de sus elementos. Un bello ejemplo de esta intuición llevada al papel lo encontramos en "Espacio en blanco", donde el uso de la anáfora da al poema un ritmo peculiar durante la última estrofa: "El cuadro es transparente es la nada,/ es espacio abierto es el olvido:/ entre ambos se asomó el silencio./ Nadie imagina ni observa,/ no asombra, se percibe./ No hay niebla./ No existen relámpagos./ No deseo encontrarlos./ Ni silencios ni palabras./ No hay sentidos opuestos."

Y si bien la luz y el contraluz, la perspectiva, la sombra, la profundidad, el trazo, la secreta geometría, la proporción y la oscuridad son con el color o su ausencia partes fundamentales para el espectador de un cuadro, llama la atención el título del libro. Asimismo, todo fragmento es "su cementerio". "El lenguaje comienza en el silencio", "cada signo es intocable/ sensación y percepción" ("Navegaciones"); "abolición de la realidad"; "signo espiral y secreto".

Así, a partir de "Imágenes", el libro cobra un nuevo aliento, donde la creciente calidad de la poesía de Miguel Ángel Muñoz, despojada de la niebla inicial y la estética de las definiciones, conmueve profundamente. "Paisaje nocturno", "Diez apuntes...", "Describo un dibujo ii" son algunos de los poemas que muestran con mayor claridad su fuerza creativa.

Estas líneas no agotan los diversos rostros de la poesía de Miguel Ángel Muñoz; desean sencillamente resaltar algunas de sus inquietudes y cualidades como poeta. Cada lector puede con él sumarse en su travesía, ante un trabajo que se vislumbra creciente, en una diversa madurez, en una decidida búsqueda de perfección, de belleza. Deseo a quien lo descubra que comparta la sensación de que ha tenido un encuentro privilegiado en su vida, un libro que ha llegado en el momento preciso hasta sus manos.