Giorgio Montefoschi ![]() Este es el retrato de Marina Tsvetáieva, la gran poeta rusa nacida en 1892 y que se suicidó en 1941, que nos deja su hija Ariadna Efrón en su libro de memorias, Marina Tsvetáieva, mi madre. Es un testimonio lleno de recuerdos dolorosos en el que aparecen la Rusia revolucionaria y el exilio: el poeta Aleksandr Blok, que en la penumbra de un palacio aristocrático, rodeado de estatuas y butacas rosas, recita sus versos y los olvida, y alguien, atento, se los recuerda; madre e hija sentadas en silencio en su casa, un minuto antes de abandonar Moscú; una pareja de jóvenes en la estación desierta de Berlín secándose las lágrimas después de creer haberse despedido para siempre. Sin embargo, hay que tomar en cuenta que las memorias de Ariadna Efrón aparecieron en la Unión Soviética nada menos que en 1975 y, por lo tanto, el lector que confíe sólo en ellas entenderá y sabrá muy poco. ¿Sabrá, por ejemplo, que Sergej Efrón, esposo de Marina y padre de Ariadna, después de haber militado en las guardias blancas y haberse refugiado en el extranjero cambió radicalmente de ideas en el exilio y trabajó para el servicio secreto ruso, involucrándose en obscuros hechos de sangre? ¿Sabrá que regresó a Rusia, pero fue arrestado en 1939 y después de un interrogatorio murió de un balazo que al parecer disparó el mismo Berija? ¿Sabrá que Ariadna, ferviente seguidora de las ideas de su padre, también fue arrestada y enviada a un lager siberiano durante ocho años y que totalmente ofuscada, después de dos años de gulag escribió a una amiga: "Lo que me sucedió es un caso único y lo que es grande, permanece grande." ¿Sabrá que su madre, desesperada, se ahorcó el 31 de agosto de 1941 en la ciudad tártara de Elabuga a la que había huido con su hijo Mur y que en sus últimos días, agotada por las promesas no cumplidas, el hospedaje negado, la indiferencia de sus colegas escritores, se había ofrecido como lavaplatos? ¿Sabrá que su cuerpo, como el de Mozart, fue arrojado a la fosa común en un cementerio de Elabuga? La respuesta es sencilla y aterradora: no.
"Yendo por el bosque escribió en 1923 a un joven amor, pensaba: ¿de dónde surge en el amor ese eterno lamento del alma que me hace tanto daño, ese deseo de dolor? ¡Oh! Dios verdaderamente quiere hacer de mí una gran poeta, de otro modo no me lo quitaría todo." Era una mujer excesiva, una mujer ante la que se sentía miedo, como un amigo suyo dijo: "un judío inteligente". Desde joven pensaba que el cuerpo de otro ser humano era un muro que impedía ver su alma. Odiaba esa barrera, por lo tanto, las únicas relaciones que apreciaba eran las que sucedían en la imaginación o en el sueño y tomaban consistencia en las estupendas cartas que escribía en borrador y después pasaba en limpio. "Entreviendo una centella de posible comunicación recuerda Ariadna empezaba a soplar como un huracán, con tal fuerza que acababa por apagarse." A Steiger, un joven poeta moribundo al que amaba sin haber nunca conocido, escribió: "Sepa que la apuesta en cada uno de mis juegos siempre he sido yo misma, hasta la inmortalidad de mi alma. Y siempre he perdido." Muchos años antes había escrito a otro amor, el crítico Bachrach: "Si lograra llevarle, a través de mi alma viva, en el Alma, a través de mí, en el Todo, sería feliz. Porque el Todo es mi casa." Y a Pasternak: "¡Mi querido Pasternak! La relación que prefiero es ultraterrena: el sueño. La segunda: la correspondencia. Se sueña y se escribe no cuando queremos, sino cuando tienen ganas la carta de ser escrita y el sueño de ser soñado. No amo los encuentros de la vida: uno se golpea de frente. El encuentro debe ser como un arco, más elevado." Amó a grandes poetas y a hombres desconocidos que muchas veces, por temor a las decepciones que de vez en cuando sufrió, prefirió no conocer su rostro.
Fue madre hasta sus últimos días. A sus familiares siguió, cuidó y alimentó como un ángel. Amor y maternidad algo que observa con inteligencia Serena Vitale, fueron para ella una sola cosa: fue una madre rusa primordial. De sí misma decía que había pasado la vida conduciendo niños de la mano. En un poema de la serie Después la Rusia, titulado "La sibila al niño", dice: "Ven cerca de mi pecho,/ más cerca:/ nacer, pequeño, es caer en el tiempo.../ ¡Pero te levantarás! Lo que llamamos muerte/ es caer en el tiempo.../ ¿Pero te levantarás! Lo que llamamos muerte es caer en lo alto... La muerte, niño, es regreso." Pero en su regreso al mundo, en el que evidentemente creía, hubiera querido sólo la compañía de la palabra. "Cuando pienso en la hora de mi muerte escribió a Pasternak, pienso siempre: ¿La mano de quién tomaré en la mía? ¡Solamente tu mano! No quiero ni a sacerdotes ni a poetas, quiero a quien conoce las palabras sólo para mí [...]¡quiero tus palabras, Boris, para llevarlas en esa vida!" Murió en la soledad más absoluta: todos la habían rechazado. A su hijo dejó esta nota: "Perdóname, pero seguir adelante hubiera sido peor. Estoy muy enferma. Ya no soy yo. Te quiero infinitamente. Entiéndeme: ya no podía vivir así. Dile a papá y a Alja si lo ves que los amé hasta el final y explícales que me encontraba en un callejón sin salida." Traducción de Annunziata Rossi |