La Jornada Semanal,   domingo 23 de abril  de 2006        núm. 581


MARCO ANTONIO CAMPOS

VISITA A LA TUMBA DE REVUELTAS

Andrea Revueltas y Philippe Cheron, hija y yerno de José Revueltas, convidaron a un grupo de amigos para ir el Viernes Santo a la una de la tarde a visitar la tumba del escritor inolvidable en el Cementerio Francés. Se cumplían ese 14 de abril treinta años de su muerte. Llegué con los poetas duranguenses Evodio Escalante y José Ángel Leyva. Martín Dozal, que había llegado antes, había limpiado la tumba. Se leían con claridad los famosos versos de Goethe sobre la lápida: "Gris es toda teoría/ verde es el árbol dorado de la vida." Y allí estaba la breve escultura en hierro de Manuel Fuentes que hizo en aquel 1976. Viendo la lápida recordé las palabras de Neruda sobre José en una carta de febrero del 1969 dirigida a Díaz Ordaz cuando el amigo lejano se hallaba en la cárcel a causa de su participación en el movimiento estudiantil: "Tiene la rebeldía de México y una grandeza heredada de familia."

Llegaron cerca de veinte personas. Recuerdo, entre otros, al mismo Manuel Fuentes, su esposa Otilia y sus dos hijas (Yólotl y Citlalli); Eduardo Lizalde hijo; Martín Dozal, compañero de celda en Lecumberri de Revueltas entre 1968 y 1971; Roberto Escudero, uno de los líderes de Filosofía y Letras en el ’68, quien compartió mucho con Revueltas en los días del movimiento estudiantil; el cineasta Julio Pliego, quien filmó el año pasado un documental sobre José Revueltas; Francisco Ramírez, que escribió un libro sobre El apando; el filósofo Joaquín Sánchez MacGregor y los poetas Roberto López Moreno y Jorge Lobillo; la hija (Gilda) y una nieta y un nieto de Andrea. Gilda filma un documental sobre su abuelo. Estaban Adriana Meza y Maricela Terán.

Sentado al lado de la tumba del mentor y amigo, Martín Dozal relacionaba muy amenamente hechos de la vida y la obra de Revueltas. Parecía saberlo todo. A Martín está dedicado el extraño cuento de Revueltas, "Ezequiel o la matanza de los inocentes", que puede leerse, entre otras interpretaciones, como una lectura simbólica de la matanza del 2 de octubre de 1968 en Tlatelolco. Hace treinta años, cuando el secretario de Educación echeverrista, Victor Bravo Ahuja, intentó leer frente a la tumba un discurso, Martín lo paró en seco y lo increpó diciéndole, entre otras cosas, que venían a reconocer públicamente a un hombre a quienes ellos habían perseguido y metido a prisión. Bravo Ahuja debió tomar las de Villadiego. Evodio Escalante, José Ángel Leyva y yo comentábamos cómo, con el paso del tiempo, quienes estuvieron muy cerca de Revueltas en los últimos años (Manuel Fuentes, Martín Dozal, Roberto Escudero), tenían un parecido físico y un aire de familia con él. Hacia el final de la visita, el poeta Roberto López Moreno leyó frente a la tumba un corrido suyo escrito para Revueltas.

Ya de salida, a muy poca distancia de donde está enterrado José, Manuel Fuentes halló una tumba donde yacen dos Manuel Fuentes, padre e hijo. Alguien le sacó una fotografía al pie de la tumba. La imagen parecía más literaria que real.

Después comimos en el restorán Los Placeres, propiedad de Mario del Valle y Maricela Terán, en el llamado Castillo de las Brujas, situado en una esquina de la plaza Río de Janeiro. En las pláticas de mesa a mesa nos enteramos de que Martín Dozal guarda la primera versión mecanografiada de El apando, lo cual asombró a Philippe y a Andrea, quienes a su vez contaron que María Teresa Retes les dio en una copia en papel calca la versión de El quebranto que se suponía perdida. Los invitados dábamos por hecho que ya no había documentos o textos sobre Revueltas.

Todos recordaban de manera afectuosa algo de Revueltas. Se hizo una atmósfera muy agradable. "A mi padre le hubiera gustado que lo recordáramos así, informal y alegremente", repetía Andrea. Luego, en una breve alocución, Andrea la finalizó diciendo enfáticamente: "Cambiar el mundo, se puede cambiar el mundo", quizá queriendo homenajear, deliberada o inconscientemente, a su padre.

Yo recordé, con la frase de Andrea, los años sesenta cuando la generación a la que pertenezco creía que el sueño y lo imposible estaba al alcance de la mano. Lo fácil para nosotros entonces era cambiar el mundo. Todo era demasiado poco. No quisimos, como decía Paz en "Nocturno de San Ildefonso", su poema generacional, "enderezar el mundo". Queríamos otro mundo: un mundo más libre y fraternal. En eso José Revueltas fue para muchos de nosotros un ejemplo político, intelectual y moral sin límite.