Usted está aquí: domingo 23 de abril de 2006 Opinión ¡Sí se puede!

Gustavo Iruegas

¡Sí se puede!

Hace ya algunos lustros un diputado mexicano dijo a don Alfonso de Rosenzweig-Díaz, eterno subsecretario de Relaciones Exteriores, que había tenido oportunidad de preguntar a tres secretarios del ramo cuál era la política migratoria de México, y los tres respondieron que no la había. El subsecretario comentó que si tres secretarios sostenían que no había política migratoria, esa debería considerarse una política migratoria. Ambas cosas eran ciertas. El mero hecho de que se le preguntara por la política migratoria a los secretarios de Relaciones Exteriores y no a los de Gobernación indicaba que, incluso para quienes estaban preocupados por el tema, resultaba aceptable el tratamiento que se daba a la migración: abordar el asunto sólo ante los hechos consumados, al otro lado de la frontera.

México extendía la protección consular a sus braceros (contratados) y a sus espaldas mojadas (indocumentados) pero, cuando en 1964, súbita e insidiosamente Estados Unidos dio por terminado el acuerdo de trabajadores agrícolas temporales de 1942, el gobierno dejó de aplicar las disposiciones migratorias y laborales que exigían la participación y supervisión de las secretarías de Gobernación y del Trabajo en la contratación y salida al extranjero de trabajadores mexicanos.

En esas épocas ya existía en Estados Unidos una masa importante de personas de origen mexicano que nosotros llamábamos despectivamente pochos. Muchos de ellos eran trabajadores agrícolas y sufrían condiciones de trabajo injustas y discriminatorias. César Chávez, de origen mexicano, y estadunidense de segunda generación, surgió en esas épocas como un destacado luchador social, defensor de los derechos de los trabajadores agrícolas en Estados Unidos. Además de las importantes conquistas laborales, su actividad tuvo dos efectos paralelos: por un lado, introdujo la consigna "¡Sí se puede!" en las luchas sociales del mundo, al responder con esa frase al desaliento que le expresaban sus correligionarios mientras estaba en una larga huelga de hambre. Por el otro, César se refería a la gente que representaba como "chicanos", nombre genérico que dio pie a que los aludidos adquirieran conciencia de su propia identidad. En México la identidad chicana tuvo aceptación inmediata y, sin intervención gubernamental ni campañas de ninguna clase, el término pocho desapareció del habla popular. Hoy también el nombre chicano ha dejado su lugar al amplio movimiento que abarca a todos los latinos.

Sin embargo, en México se ha olvidado que los mexicanos en Estados Unidos, aunque sean parte de nuestras familias y conserven la nacionalidad y la ciudadanía, pertenecen a aquella sociedad y no a la mexicana. El gobierno de Estados Unidos se enfrenta al hecho de que una parte importante de su sociedad no cumple los requisitos de la legalidad y, en estos tiempos de histeria antiterrorista, siente que no está en control de la situación.

Ante las intenciones manifiestas de legislar para hostilizar, detener y expulsar a los indocumentados, éstos responden con una movilización social de formidables dimensiones en defensa de su derecho al trabajo, a los servicios públicos y a una vida tranquila y en paz en la sociedad a cuya prosperidad contribuyen. Sus detractores alegan falta de lealtad a Estados Unidos por el uso de la bandera mexicana, por lo que no han dudado en sustituirla por la de las barras y estrellas para contrarrestar la desconfianza. No es algo que deba ser motivo de escándalo por nuestra parte, ni lo ha sido. Es la reacción lógica de quienes optaron por insertarse en aquella sociedad y vivir bajo sus reglas. Es más sano y oportuno recordar, pragmáticamente, el refrán que dice: "Tú eres de donde paces y no de donde naces".

El movimiento ha cobrado fuerza y está encaminado a obtener triunfos importantes. La convocatoria al paro laboral el primero de mayo -significativamente, el primero de mayo- es, en sí misma, un importante logro de un grupo social históricamente desorganizado y disperso. La cantidad modifica la calidad, dice la dialéctica, mientras los indocumentados corean: "¡Sí se puede!"

México y los mexicanos seremos testigos entusiastas de los logros de nuestros emigrantes indocumentados, pero no seremos los triunfadores ni los beneficiarios. La naturaleza del fenómeno migratorio produce dos efectos simultáneos en nuestra sociedad. La primera, y más inmediata, es la que suscita la legítima, incuestionable y muy personal decisión de emigrar que, ante el abuso y la injusticia, merece y motiva toda nuestra solidaridad. La segunda es el efecto que esa decisión, multiplicada por el número millonario y creciente de emigrantes, causa en la sociedad mexicana. Es un verdadero éxodo que ya ha diezmado a nuestra población y rompe nuestras familias.

Es preciso que México, empezando por el gobierno, abandone la idea de que exportar mexicanos es un buen negocio. Las remesas de los mexicanos a sus familias en 2005, según el Banco de México, fueron de unos 20 mil millones de dólares. Se sabe que los remitentes envían unos 2 mil dólares al año (o el 10 por ciento de sus ingresos), lo que indica que hay unos 10 millones de mexicanos que envían dinero a su familia. Considerando conservadoramente familias de cuatro miembros, tenemos 40 millones de mexicanos viviendo en familias rotas, cuyo proveedor vive en el extranjero, huyendo de la policía.

Como se ve, el tejido social mexicano está sometido a fuertes y peligrosas tensiones. El desempleo obliga a sus víctimas a optar por una de cuatro posibilidades de solución: emigrar, refugiarse en la economía informal, inscribirse en las filas de la delincuencia, o simplemente ahogarse en la miseria. Esa es la consecuencia de las políticas neoliberales, que han convertido a la economía mexicana en una fábrica de desempleados.

Detener el éxodo debe ser la prioridad de la política social, económica y exterior del próximo gobierno. Si algo podemos aprender de nuestra colonia en Estados Unidos es que ¡sí se puede!

 
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