Usted está aquí: jueves 20 de abril de 2006 Cultura Teatro internacional

Olga Harmony/ I

Teatro internacional

Algunos pecamos de excesivamente ingenuos. A pesar del título, Eréndira, algunos esperábamos ver algo del desconocido, para nosotros, teatro de la India. No que pensáramos, después de Peter Brook, alguna versión del Mahabarata o alguno de los montajes de textos clásicos basados en el libro sagrado, como El reconocimiento de Sakuntala de Kalidasa, pero sí algo que nos acercara a ese lejano país y algunos de sus problemas o costumbres a la manera de los dramaturgos indios del siglo XIX, por no hablar del moderno Rabindranath Tagore (a quien nunca hay que confundir con la gran escritora Rabina la Tagore). En lugar de eso se nos ofrece una versión de La increíble y triste historia de la cándida Eréndira y de su abuela desalmada de Gabriel García Márquez con un grupo de actores y actrices indios dirigidos por Amal Allana y patrocinado por Conaculta, la Embajada de la India en México y Theatre & Television Associates de la India, como un indudable producto de exportación en que el elenco se atreve a bailar un triste flamenco y otros géneros ''latinos" para una posible gira por Latinoamérica.

Quizás el hecho de tener que leer un relato conocidísimo por nosotros en la pantallita superior, o la desilusión por las pobres soluciones escénicas que vimos, aunada a que, por lo menos yo lo sentí así, se nos diera gato por liebre, el espectáculo de la India -rematado por un señor al que se dirigían como Su Excelencia, posiblemente el embajador, que al final dijo un discurso en inglés, el idioma internacional del colonialismo- poco nos entusiasmó. Es una lástima que no pudiéramos conocer algo de ese teatro milenario, producto de una cultura muy rica y muy importante, o por lo menos en alguna buena muestra que nos hiciera reflexionar en el sentir actual de su pueblo. Y si nosotros conocemos muy poco de su cultura, el desconocimiento, por lo visto, es recíproco.

Dentro del ciclo Presencia Internacional en el Helénico ese indispensable espacio teatral ofreció como primera escenificación una coproducción Colima-Quebec en la que el grupo Cuatro milpas, A.C. de Janet Pinela presentó Presencias extrañas de Pascal Brullemans bajo la dirección de Eric Jean y producido por Conaculta (dentro del programa México en escena), la Secretaría de Cultura de Colima, la Office Quebec-Ameriques pour la jeneusse y la asociación comandada por la actriz y directora colimense. Entiendo que el texto es una especie de partitura compuesta a base de improvisaciones de los actores, método que ha distinguido a Eric Jean y con el que Janet Pinela ha tenido otras experiencias en Quebec. Este es un sistema que se emplea ya con cierta frecuencia y que en este caso ha dado lugar a nueve escenas, las nueve maneras de morir, poco articuladas entre sí, a excepción del extraño final que lleva a la suicida del principio hasta las galaxias, conducida por un ángel, antes de volverse estrella ella misma. Los nueve temores pueden o no ser fantasmas del pasado de la traductora suicida, lo que se desmentiría por la escena del travesti, pero la ambigüedad presta mucho a la imaginación del espectador.

La escenificación empieza en el teatro a la italiana, con una escenografía de Pierre Etienne Locas -responsable también del vestuario- y con iluminación de Martin Sirous, en una especie de prólogo en que los actores se despiden antes del supuesto viaje a Canadá. El público pasa después al escenario en un trasunto de teatro de cámara, con la escenografía mostrando su parte posterior, como improvisada, y se da lugar a las escenas propiamente dichas. El director hace que los miembros del reparto (Ariadna Galván, Nelly Magaña, Nadia Molina, Héctor Castañeda Arceo, Christian Rangel, Ernesto Cortés y la propia Janet Pinela) interpreten a los diferentes personajes, en alguna escena a base de números dichos en diferentes tonos y en otras mayor o menormente logradas. Los actores dibujan en el piso con gis, recurso que antes se había visto a Zaira Abreu en la dirección de Angeles probables de su autoría y de Carlos Nóhpal, aunque sigue siendo muy eficaz. Las nueve maneras de morir son los temores que puede abrigar cualquiera, desde el temor al diferente, al sexo, a la responsabilidad o la pérdida de alguien amado y el final que los recoge -a pesar de su carácter pseudometafísico- sería algo de esperanza para el temeroso o el sufriente.

 
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