Usted está aquí: domingo 16 de abril de 2006 Opinión Ahora, a rehacer Italia

Guillermo Almeyra

Ahora, a rehacer Italia

La alianza de centroizquierda -la Unión, dirigida por Romano Prodi- ha conquistado el gobierno en una dura lucha. Los equivalentes italianos del PRIAN y de Carlos Salinas han sido derrotados. Pero el país, en comicios récord en los que votó 83.4 por ciento de electores, aparece dividido en dos mitades iguales debido a los estragos político-culturales producidos por el neoliberalismo y el consumismo, jamás combatidos ideológicamente por los hoy "vencedores". Pero es posible gobernar con una sólida mayoría de diputados y una menor presencia en la cámara alta, a condición de que el sector de derecha de la centroizquierda "triunfante" no sea tentado en el futuro a conciliar con la parte menos cavernícola de la centroderecha, y a reconstruir, de ese modo, una especie de gran democracia cristiana con los restos de la vieja DC que están en uno y otro bloque, y con la orientación y apoyo del Vaticano.

Eso podría llevar, como contragolpe dentro de la centroizquierda, a un reagrupamiento de la izquierda del grupo de Prodi (teniendo como eje a Rifondazione Comunista, que en el Senado obtuvo 27 puestos y 7.4 de los votos y en la cámara joven casi 6 por ciento, a la cual podrían sumarse los verdes, los comunistas italianos, los socialistas y otos grupos menores, más los movimientos sociales). Pero por ahora ese escenario no está en el orden del día.

Las bases para que esta izquierda se diferencie -ahora frenada por la necesidad de no regalarle nuevamente el gobierno a Silvio Berlusconi y, por consiguiente, de posponer las definiciones hasta que el gobierno Prodi se afirme- serían la intransigencia frente a la derecha, la situación salarial y el nivel de vida, la desocupación y el fin de los empleos precarios y mal pagados, la retirada inmediata de Irak de las tropas italianas, la paz con Irán y el mundo, el fin de la sumisión estatal a las imposiciones del Vaticano -sobre todo en la educación y el derecho de familia- y la independencia de la justicia (respaldarla para que encarcele a Berlusconi y a buena parte de su grupo, que fueron varias veces juzgados pero que se salvaron de los barrotes por la inmunidad oficial). Lo primero en esa perspectiva debería ser una convención de la izquierda pacifista y radical para establecer acuerdos y líneas de acción. Pero eso sólo será posible después de ocupar el campo de batalla del cual no se quieren retirar las huestes berlusconianas a pesar de su derrota.

Italia tiene ante sí, en lo inmediato, la elección del presidente de la República, la ley financiera (el presupuesto) y la necesidad de dar una rápida solución al estancamiento de su economía y al déficit fiscal que supera el 4.3 por ciento, cuando para formar parte de la Unión Europea no debería ser mayor a 3 por ciento. Tiene, además, la urgente necesidad de diferenciarse de la política agresiva de George W. Bush, el patrón de Berlusconi y, sobre todo, de resolver el problema de la alianza conservadora-racista-clerical-fascista que tiene el apoyo de la mayoría de la población en el norte y de sectores menores en el sur.

Si Berlusconi sale del escenario queda todavía el problema de separar a los trabajadores reaccionarios, racistas (sometidos a la hegemonía ideológica del mercado omnipotente y el consumismo), de la mafia, la jerarquía eclesiástica y los patrones de choque que sostenían al ex primer ministro. Con la derrota en Francia de la ley del primer empleo y el debilitamiento consiguiente de Jacques Chirac y Dominique de Villepin, delfín del primero, se fortalece, en el campo popular, el movimiento social, que triunfó sin depender de los partidos de la izquierda tradicional (que tampoco dan ninguna solución a los jóvenes) y, en el campo conservador, el ministro del Interior, Nicolas Sarkozy, que reprimió ferozmente a los jóvenes suburbanos, pero buscó el diálogo con los de clase media y, por tanto, aparece como hombre "del orden" y como racista francés. En Francia seguirá la lucha para sacarse de encima a los Berlusconis locales (aunque más discretos, no menos reaccionarios) y eso ayudará en su tarea a los trabajadores y progresistas italianos, que deben barrer su casa y reconstruirla.

Las elecciones, pacíficas, con un puñado de votos, abrieron el camino a una lucha que se dará en las escuelas, las fábricas, los barrios populares y los sindicatos, para restablecer los espacios democráticos y dar paso a una salida a la actual crisis económica, moral y política que enfrenta Italia. Esa lucha, aunque respaldará a Prodi frente a la derecha, no se detendrá en los límites que aquél quiera imponerle, porque la dirección de la Unión quería un cambio, aunque político, para ocupar los puestos estatales desde los cuales la derecha ha hecho tanto daño, pero no para cambiar nada desde el punto de vista social, mientras gran parte de sus votantes -ese es el sentido de la muy buena elección de Rifondazione- quería, por el contrario, un cambio profundo, si bien no cuenta con la política ni la dirección para hacerlo. Si la participación en las elecciones fue masiva (casi no hubo votos anulados) se debe a la conciencia que tenían todos los sectores de lo que está en juego, es decir, de la lucha por una alternativa y no simplemente institucional. En esa fase entramos ahora, aunque confusamente, como entraron antes (con mayor fuerza) los bolivianos al ganar otra elección igualmente masiva para preparar la discusión, con una Asamblea Constituyente, sobre cómo reorganizar el país.

 
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