Usted está aquí: domingo 16 de abril de 2006 Espectáculos El espíritu de la pasión

Carlos Bonfil

El espíritu de la pasión

Kim Ki-duk (Las estaciones de la vida, Por amor o por deseo) y Park Chan-wook (Old boy/Cinco días para vengarse, Señora venganza), son dos de las figuras más estimulantes del cine coreano actual. Conocer en México lo esencial de sus filmografías es mérito de los festivales fílmicos que las han proyectado y de distribuidores independientes y exhibidores que han apostado por su salida y eventual fortuna comercial. Ambos realizadores se han apartado un tanto del legado estético de un compatriota excepcional, el veterano Im Kwon-taek (Ebrio de pintura y de mujeres), pero también de toda una saga de cine industrial, donde la violencia obedecía puntualmente a las convenciones del gore y del género policiaco, desgastándose en rutinas tan previsibles como efectistas.

Casa vacía es la traducción del título original de El espíritu de la pasión (Bin Jib/3-Iron), onceavo largometraje de Kim Ki-duk; el relato es tan sugerente y enigmático que literalmente rompe con todo lo hasta ahora visto del cineasta. Están ausentes los paisajes idílicos de Las estaciones de la vida, como también sus diálogos de sabiduría budista; ausentes también, aunque en menor medida, los pasajes de crueldad que suelen escandalizar (y fascinar) al público de festivales internacionales (La isla, Dirección desconocida, Por amor o por deseo). La historia es sencilla y el tratamiento tan lacónico que prescinde casi por completo de diálogos. Los personajes centrales no pronuncian una sola palabra, acaso una expresión al vuelo, en su tortuosa relación de amor, trueque/confusión de identidades y deseo. Un joven, Tae-suk (Jae Hee) recorre los barrios residenciales de Seúl detectando casas temporalmente deshabitadas. De manera un tanto absurda ocupa alguna de ellas sin propósito de robarla, sino para simplemente instalar ahí, por un tiempo, un orden personal, intransferible. Limpia el lugar, riega las plantas, repara cualquier desperfecto, deja todo en su lugar y repite la faena en otra parte; al regresar de vacaciones, los propietarios apenas notan la invasión, y sí, tal vez, alguna inesperada mejoría. Al toparse en su ronda urbana con una joven, Sun-Hwa (Lee Seung-yeon), víctima de la violencia física de su marido insatisfecho, el trabajo solitario se vuelve rutina compartida, y la pareja parece animada por un insólito impulso libertario.

Kim Ki-duk refrenda su talento narrativo. La cinta avanza en tres tiempos, y cada uno está marcado por un tono distinto, pasando del absurdo a un misticismo enigmático, y también por escenas cómicas muy logradas, como el enfrentamiento entre Tae-suk y un carcelero, donde el ingenio es estrategia de fuga y lo fantástico recurso eficaz contra al autoritarismo. La violencia adquiere, sorpresivamente, una dimensión crítica que rápidamente rebasa las premisas iniciales del relato, emparentándose con tratamientos recientes de la sátira política coreana, como el filme histórico The President's last bang, de Im Sang-soo, presentado en la pasada edición del Festival Internacional de Cine Contemporáneo de la ciudad deMéxico, y que refiere, de modo delirante, la caída y asesinato de un dictador. El espíritu de la pasión combina una inclasificable historia romántica hecha de mutismos y miradas furtivas, de un erotismo casi masturbatorio entre una bellísima modelo y un invasor de tranquilidades domésticas, de los dos infractores siempre al borde de un delito jamás consumado. Lo notable en Kim Ki-duk es el modo de elaborar una crónica de lo cotidiano, donde el mínimo gesto, la rutina más inocua, alcanza niveles de fuerte expresión dramática. El voyeurismo es aquí un arte refinado, y el desvanecimiento de la realidad en beneficio de lo fantástico remite al tratamiento de Antonioni en Blow-up (Deseo en una mañana de verano), donde modelo y fotógrafo transitan de modo similar por senderos misteriosos hasta confundir materialidad, violencia criminal y sueño. En la cinta coreana surge como interrogante saber quién sueña a quién y qué elementos son aún tangibles en el relato, que es abstracción poética, registro de lo cotidiano a contracorriente de toda aproximación realista. Lo interesante, cabe insistir, es que siendo una película perfectamente legible y cautivadora, El espíritu de la pasión no resuelve de modo alguno sus enigmas, dejando en el espectador el apetito de disfrutar nuevamente el relato y desentrañar uno a uno sus misterios, dejándole también la sensación de haber asistido a un ritual libertario sin mayores equivalentes en el cine occidental contemporáneo.

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