Usted está aquí: miércoles 12 de abril de 2006 Opinión El electorado veleidoso

Luis Linares Zapata

El electorado veleidoso

La reciedumbre y, en especial, la consistencia mostrada por el electorado mexicano durante más de dos años en sus preferencias de voto se extravió, según hallazgos de encuestas recientes, en sólo 15 aciagos días de marzo: los siempre temibles y peligrosos Idus de Marzo con que se matiza parte de la antigua historia romana. Veleidades del electorado que cuesta trabajo aceptar. La culpa, de acuerdo con lo que difundieron los mismos autores de esos trabajos demoscópicos, recae en unos cuantos espots mentirosos y calumniadores que lanzaron al aire tanto priístas como, de manera por demás intensa, los panistas. Ahora sabemos que la grotesca comparación con Chávez caló hondo en el espíritu ultranacionalista y quisquilloso de los mexicanos, sobre todo los de perfil popular que, ofendidos, reclaman a López Obrador tamaña copia o parecido. Los tabiques donde apiló AMLO deudas y crisis perentorias para empujar aquellos programas sociales que sus rivales ahora le fusilan, junto con los segundos pisos de los que muchos millones de citadinos se sienten orgullosos, de repente pasaron a formar una colección de horrores financieros. La rijosa figura de un Madrazo retando a debatir, cual pleito de callejón a la salida de la escuela a un huidizo Obrador, desmadejó a sus partidarios que huyen, arrebatados de pavor y convencidos de que su preferido de otros tiempos es un cobarde y hasta mentiroso porque el peleonero priísta así lo afirma.

A ello le suman, interesados agentes promotores de tales ideas, lo que consideran errores de López Obrador al calor de la intensa campaña que lleva a cabo, a ras de suelo, por toda la dilatada república plagada de pobreza y marginación. Uno en particular le destacan: el cállate, chachalaca que le dirigió al presidente Fox. Tal parece que al oír tamaño desacato las demás chachalacas volaron despavoridas por el ingrato insulto. ¡Uf!, una falta de respeto imperdonable que impactó de lleno a miles de sus simpatizantes, muchos de los cuales, ante tan feroz desplante, están prestos a mutar al sujeto de sus gustos y empatías. Se irán, presurosos y hasta aterrados, con uno menos malo, con otro que los cobije en sus devaneos: quizá con el monaguillo valentón y mentiroso de las manos limpias o tal vez con el trampero de la sonrisa congelada por el cinismo.

Qué panorama tan siniestro. A los propios desaciertos se agregan dañinas piezas extraídas del museo y del catálogo de la guerra sucia. Una colección de espots ordenados desde conspicuos centros de poder es suficiente para descarrilar la campaña de López Obrador. Consiguie-ron, según versión del mismo Espino, su objetivo primordial. Un asunto hasta de vida o muerte, afirman con voz engolada para que se les identifique mejor en su irresponsabilidad. A ello se debe, declaran con autoridad sospechosa, la actual situación comprometida en que han entrado la coalición Por el Bien de Todos y su candidato. No se puede, en medio de todo este barullo, dejar de anexar el cotidiano esfuerzo difusivo que emprendió el presidente Fox. Durante prolongado periodo, sólo interrumpido por la Semana Mayor y el viaje al entrañable rancho, Fox se empeñó, con poca gracia y menos pudor, en contradecir, combatir, denostar y hasta burlarse de todo aquello que saliera como oferta en la campaña del tabasqueño.

Ahora todo es distinto, concluyen los opositores de AMLO, no sin un dejo de preocupación inocultable. Nada hay escriturado para nadie, se dicen a sí mismos y lo balbucean ante quienes quieran recalar en sus pronósticos. La competencia se ha cerrado: faltan más de 80 dilatados días y cualquiera de los tres aspirantes principales puede ganar. Y con esta consigna en mente, circulando por redacciones claves, ocupando espacios en los noticieros radiofónicos, repetida sin cesar en columnas a modo y estacionada en agencias de publicidad encargadas de producir los célebres espots de combate, los creadores, los estrategas, los promotores y sus bocinas repetidoras se retiraron a descansar unos cuantos días. Al volver retomarán el cálculo de sus esperanzas, tal como las dejaron estacionadas. La competencia se empató; es el horizonte que se requiere dejar asentado en el imaginario colectivo. Tal estado de cosas es bueno para multiplicar inversiones en medios y redoblar el número de las bien pagadas encuestas. La imagen de peligro que espantará a las conciencias tranquilas de las clases medias mexicanas, tan conservadoras y temerosas ellas, quedará colgada de la mente colectiva.

Don Felipe Calderón ya mandó a Felipillo al exilio. Acicateado y rijoso por el éxito encuestado, aunque aún no bien digerido por sus propios asesores que lo apabullaron con desviadas recomendaciones (obligándolo a presentarse como lo que no era), se lanza lleno de vigor forzado, en pos del delantero que ya ve, que presiente herido y a cercana distancia de su olfato de cazador reaccionario. Lo tiene a tiro de sus críticas en su propio corral bendito. Lo describe de manera espléndida sin escatimar traqueteos para denostarlo. Lo derrota una y mil veces en sus alegatos de sombra. Lo declara prófugo de los debates en los cuales él, y sólo él, se alzará con la victoria. Labia no le falta. Al contrario, y sin darse cuenta, la verborrea lo inunda con torpe regocijo. El futuro que encarna está al borde de la nueva frase construida con la velocidad de dos o tres adjetivos y algunas promesas al canto: será el creador de millonarios empleos, atraerá inversiones sin cuento y la estabilidad financiera, producto estrella del panismo, será por él reverenciada para contento de sus patrones los banqueros. Aunque nada de todo eso que alega, ni un solo gramo, se apoye en su corta talega de experiencias y, menos aún, adorne al equipo de rabiosos panistas yunqueros que le acompañan.

 
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