Usted está aquí: viernes 7 de abril de 2006 Opinión Salvador Elizondo

Elena Poniatowska/ III

Salvador Elizondo

Ampliar la imagen Salvador Elizondo, autor de la novela Farabeuf, en 1982 Foto: Paulina Lavista

El 18 de agosto de 1966, en Novedades, publiqué esta otra conversación con Salvador Elizondo:

-Oye Salvador, ¿y cómo te atreviste a decir que habías estado en el manicomio?

-¿Por qué no decirlo?

-Es que más que una experiencia vivida, la relatas como una experiencia literaria.

-Creo que mi experiencia en el manicomio la viví realmente, porque fue uno de mis primeros encuentros con la realidad. No creo saber lo que es la realidad. En el manicomio no había la necesidad de tomar una decisión; estaba yo servido de cabo a rabo, para decirlo así, ¿no? Nada me hacía falta. Estuve bien.

-Pero, ¿tú estás loco?

-No.

-Pero, ¿quieres estarlo para asombrar a la gente?

-No.

-Pero siempre has dicho que consideras terrible la cordura.

-Sí, en mi caso el estado normal es el rechazo de la realidad y por eso tengo miedo a volverme cuerdo, y por eso tengo resistencias contra las curaciones siquiátricas, porque me obligarían algún día a aceptar el mundo en el que tú vives; el mundo de los cuerdos, el mundo de los que viven en la realidad, y esto me aburre mucho. Prefiero mi mundo imaginario, si quieres llamarlo así.

(Entonces escribí: Salvador Elizondo, Premio de Literatura Villaurrutia 1966, autor de Farabeuf, hacedor de una película Apocalipsis 1900, fundador de la revista Snob, becario del Centro Mexicano de Escritores, de El Colegio de México y de la Fundación Ford, es el personaje de quien más se habla en el mundo intelectual en este momento. Publicó un libro de poemas y un ensayo sobre la obra de Luchino Visconti, así como un libro de cuentos, Narda o el verano. Pero lo que más ha asombrado al público es su autobiografía, en la serie que dirige don Rafael Jiménez Siles, Nuevos escritores mexicanos del siglo XX presentados por sí mismos.)

Estoy en contra del futbol

-El tratamiento que se da al escritor en México es realmente deplorable. Se nos trata, en términos generales, con un desprecio profundo. Cuando yo veo un encabezado de 80 puntos anunciando nuestros empates que nunca llegan a más en el campeonato de futbol, pues obviamente me deprime. Cuando veo que la ciudad se paraliza durante un juego de futbol; que toda la gente está detenida en la calle viendo la televisión de los aparadores, creo que todo eso es sintomático de la pobreza de espíritu de la masa. Creo que este país es tan verdaderamente indigente espiritualmente, que muchas veces me he puesto a pensar en la carencia, por ejemplo, de traidores. En México el delito de traición no ocurre jamás, y eso, por una sencilla razón: porque no hay nada que traicionar. ¿La Universidad? No existe tras de ella una idea de ''universitas"... ¿El Movimiento de Liberación Nacional? ¿El Movimiento sinarquista? No se pueden traicionar porque son expresiones pigmeas políticamente hablando ¡No existen! ¿La Iglesia? La Iglesia en México tampoco constituye un valor lo suficientemente elevado para que cualquier atentado contra ella constituya una traición capital. ¡No se puede traicionar al Estado, porque el Estado patrocina olimpiadas y juegos de futbol!, ¿no?

-¿Por qué te parecen tan espeluznantes las olimpiadas?

-México se divide en dos: en pensantes y en futboleros. Yo estoy con los pensantes.

-¿Y los que juegan futbol, no piensan?

-¡Ja, ja, ja!... Por eso juegan futbol, porque no pueden hacer otra cosa.

-¿Y por qué te parece que hay que traicionar? ¿Por qué debe de haber traidores?

-Porque es un acto absolutamente individual.

-¿Y a ti, Salvador, ninguno de los problemas del país te interesan?

-No, ninguno. No, me repugna además pensar en ello. Yo creo en la aristocracia y en esas cosas.

-¿Cuáles cosas?

-A mí me parece que la tragedia máxima de México fue la caída del Imperio Habsburgo en México. ¡Fue absolutamente cretino matar a Maximiliano! ¡Estaríamos mucho mejor con Maximiliano que con Benito Juárez!... también estoy con Porfirio Díaz. Hizo muchas cosas, ¿no? Yo creo que introdujo, aunque no sea más que indirectamente, los buenos modales en las mesas de las familias mexicanas.

-¿Y eso te parece importante?

-Sí.

-Oye Salvador, ¿y tú quieres volver al manicomio?

-Me da igual...

-¿Todo te da igual?

-Absolutamente igual. Casi todo.

-¿Qué cosa no te da igual? ¿La literatura?

-La literatura y el arte, y yo mismo.

-¿Y todo lo demás se puede ir al diablo?

-No, yo espero que la música alemana no se vaya al diablo, el mundo del sueño, la concepción alemana del mundo, la concepción china del mundo; todo eso me interesa que no se vaya al diablo. Yo, por ejemplo, tengo el estigma de haber estado en el manicomio, pero me metieron por exceso de aprehensión familiar, porque me puse una borrachera. ¡Pero imagínate tú lo que sería de este país si todos los que se han puesto una borrachera hubieran entrado al manicomio!

-Pero en tu autobiografía cuentas que incendiaste ropas...

-Bueno, ¿y qué? Eso es parte de la borrachera, ¿no? Estoy hablando de una borrachera, no estoy hablando de un cuetecito. Yo quemé unas ropas, y hay otros que mandan fusilar a un líder ejidal con toda su familia.

(Y rematé: Salvador Elizondo es siempre sorprendente. Anárquico, incisivo, ubicuo, doloroso y dolido, habría que hablar con él muchas horas. Por de pronto, su autobiografía lo revela como el mejor, el más auténtico, más inquietante de los jóvenes escritores mexicanos.)

 
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