Usted está aquí: viernes 7 de abril de 2006 Opinión La otra campaña y sus detractores

Gilberto López y Rivas

La otra campaña y sus detractores

En los dos últimos meses se han publicado numerosos artículos y organizado foros a modo dedicados a denostar el singular proceso político originado con la publicación de la Sexta Declaración de la Selva Lacandona y la puesta en marcha de la otra campaña. Los ataques provienen en especial de quienes de alguna forma u otra apoyan la candidatura de Andrés Manuel López Obrador. Destacan la falta de sustentación teórica y ética de los argumentos en contra de la otra campaña y, en algunos casos, el ocultamiento de los mismos (y de sus inclinaciones electorales) en una supuesta declaración de fe zapatista.

No se busca un debate de ideas ni se tiene el cuidado de estudiar las declaraciones, crónicas, artículos y documentos que desde la otra campaña y sus adherentes se han producido. Basta con repetir el mismo discurso sobre que los zapatistas promueven el abstencionismo, hacen el juego a la derecha, fortalecen el sistema que dicen combatir, dividen a la izquierda, idealizan a "los de abajo" y, en suma, no son una opción de cambio sino meros comparsas de un gobierno que "les permite hacer política" para atacar al candidato que va arriba en las encuestas (y en las preferencias del "voto útil", ahora hacia la izquierda institucionalizada).

Son ignorados convenientemente los análisis y las refutaciones que desde la otra campaña se han hecho sobre estas acusaciones. En especial, sobre el abstencionismo, que, por cierto, ya estaba instalado en este país y en casi todos como un fenómeno de mayorías antes de que apareciera la otra campaña. En México votar es un derecho y nadie puede negar su ejercicio. El que casi 60 por ciento del padrón electoral no vote no es una novedad ni un hecho causado por una inexistente cruzada en favor del abstencionismo. Entre otros factores, la causa hay que buscarla en la incapacidad de la clase política y las estructuras electorales para convencer a millones de ciudadanos sobre la utilidad práctica de sufragar, a pesar de los inmensos recursos económicos destinados a bombardear por la vía de los medios de comunicación masiva a los potenciales votantes.

La exhibición de esa clase política de los tres poderes de la Unión como meros empleados de los poderes fácticos, la vacuidad de las propuestas electorales, el descrédito generalizado y la falta de legitimidad de los partidos políticos, convertidos en receptáculos de candidaturas "convenientes" y del ir y venir de políticos de una patente de corso a otra (lo que el subcomandante Marcos identifica, refiriéndose al PRD, como "la venta de su franquicia al cacique en turno de cualquier estado"), constituyen algunas de las expresiones del agotamiento de la democracia tutelada que muchos ciudadanos perciben como razones suficientes para no votar.

Escoger conscientemente la opción de votar en blanco o no votar, dado que la alternancia no ofrece posibilidad alguna de transformación social, es también un derecho que debiera ser respetado, incluso como parte del juego democrático imperante. En esta dirección, si la otra campaña es una actividad de minorías sin importancia y no ofrece opción frente al poder -a decir de algunos enjuiciadores-, ¿por qué tanta preocupación por ella? ¿Por qué tanta insistencia en que se sume al "voto útil"? ¿Por qué llegar incluso al ataque personal y al improperio, que más denigran a quienes los practican?

Es un hecho que los procesos electorales están cada vez más determinados por la lógica y las técnicas del mercado, en el que los zapatistas y adherentes a la otra campaña ni entran ni tienen interés en incorporarse. Si no tienen lugar acontecimientos de violencia intra-elite, elecciones de Estado o fraudes electorales tan comunes en la tradicional cultura política mexicana, el 2 de julio ganará el candidato que mejor maneje su oferta mercantil no sólo frente a los electores individuales sino, principalmente, frente a los grandes electores: el empresariado, la iglesia, Estados Unidos, las televisoras, el crimen organizado, el monopolio institucional de la violencia y la represión. En estas pistas del circo de la democracia tutelada es donde se decidirán los procesos electorales. ¿Por qué, entonces, poner la responsabilidad de lo que ocurra en la única opción de acción política que está llamando al diálogo pero también a la organización de los desposeídos y explotados?

Pero quizás la más retorcida de las críticas es suponer que el candidato de sus preferencias tiene interés en invitar a los adherentes de la otra campaña a trabajar por un proyecto nuevo de nación, cuando ha sido manifiesto que se parte de dos perspectivas políticas e ideológicas diametralmente opuestas y contradictorias entre sí, y cuando el candidato de marras lo que menos desea es ser asociado con esa izquierda anticapitalista que lo apartaría de la buscada posición centrista que tanto éxito tiene entre sectores indecisos y clases medias en la mercadotecnia electoral.

Ya el subcomandante Marcos ha hecho referencia a los intelectuales que "desde la comodidad de la academia se erigen en los nuevos jueces, los neocomisarios de las buenas maneras en el debate sobre lo que realmente significa el irresistible ascenso de AMLO en la modernidad democrática, es decir, en las encuestas. Son quienes dicen que toda crítica a la clase política es promover el abstencionismo y, con una lógica tomista, que con eso se favorece a la derecha. Los que seleccionan y editan la realidad nacional para presentar lo impresentable".

Muchos de los supuestos nuevos caminos por andar ya se conocen en las experiencias mexicanas y en las de otras latitudes en donde la izquierda institucionalizada ha llegado al gobierno. Lo inédito está en la otra campaña y en lo que de ella resulte: en la nueva forma de hacer política, abajo y a la izquierda.

 
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