Número 117 | Jueves 6 de abril de 2006  
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Director: Alejandro Brito Lemus

Un día para probarse

Desde hace tiempo, en varios países se celebra el “Día de la prueba”, jornada dedicada a promocionar la detección del VIH/sida y a combatir los miedos asociados a ella. ¿Cómo ayudan a la prevención estas acciones? En este artículo, algunas respuestas.

Por María Luisa García *

¿Es necesario establecer en el calendario un día de la prueba del VIH? Puede ser algo similar a, digamos, los días específicos para sensibilizar sobre el cáncer de mama, en el que se propone a las mujeres que hagamos conciencia de la importancia de hacernos periódicamente mamografías. ¿Es lo mismo la prueba del VIH y una mamografía? Veamos, si vamos al ginecólogo y tenemos una cierta edad, muy posiblemente sea el personal sanitario quien nos haga la sugerencia. No suele pasar lo mismo con el VIH.

¿Se abordan en las consultas médicas temas y asuntos tales como sexo, sexualidad o drogas que permitan valorar posibles situaciones de riesgo frente al VIH y, por tanto, recomendar la prueba? Parece que no, ya sea por las razones estructurales de la salud pública o porque el personal médico no está preparado para abordar ciertos temas. La falta de percepción de riesgo está arraigada también en el personal de salud. Una campaña para invitar a realizarse la prueba de detección sería eficaz si al tiempo se dieran herramientas para el abordaje del VIH al personal médico, especialmente al de atención primaria.

¿Para qué otro día contra el sida?
En todo caso, ¿es necesario un “día de la prueba” cuando ya existe el Día Mundial de Lucha Contra el Sida, el 1 de diciembre, que engloba desde una visión más integradora, respuestas comunitarias frente a la epidemia? ¿No sería más eficaz reforzar esta fecha?
Una campaña dirigida a valorar la importancia de hacerse la prueba puede mejorar la calidad de vida de las personas. La detección oportuna del virus puede facilitar el acceso al tratamiento clínico disponible (seguimiento médico, tratamiento farmacológico, etc.) que supone, en muchos casos, frenar la progresión de la infección, en otras palabras, aumentar la esperanza de vida. Sin embargo, no podemos equiparar mayor esperanza de vida con calidad de vida. En esta última, además de los aspectos clínicos, han de tenerse en cuenta aspectos psicosociales. El estigma hacia las personas afectadas por el VIH sigue existiendo y es un factor que disminuye en mucho su calidad de vida. El sida no ha dejado de ser una enfermedad que descalifica moralmente, como apuntó la escritora Susan Sontag.

Saberse positivo o positiva al VIH genera culpa, estigmatiza; hacerse las pruebas señala, descalifica. De ahí el miedo, el sentimiento de amenaza ante las consecuencias, no sólo de la enfermedad física, sino de la enfermedad social. Favorecer la calidad de vida, por tanto, implica también trabajar sobre el estigma que genera desigualdad social y que es reforzado por ella y que hace que algunos grupos sean infravalorados y avergonzados.

Para mejorar la calidad de vida, es imprescindible poner todos los esfuerzos necesarios para erradicar el estigma asociado a la infección, así como realizar los cambios oportunos para hacer de todas las sociedades comunidades más justa.

El riesgo de focalizar el “riesgo”
La campaña española a favor de las pruebas de detección pone el acento en un dato epidemiológico que sobresale por encima de todos y parece justificarla: 25 por ciento de las personas infectadas no saben que lo están. Alrededor de 30 mil personas se podrían beneficiar de un tratamiento médico que mejorará su calidad de vida si son diagnosticadas tempranamente.
Aun siendo importante la detección precoz, este dato también puede señalar como vector de la infección a aquellas personas que no saben su diagnóstico y siguen manteniendo prácticas de riesgo. Es decir, parece localizar la transmisión en las personas infectadas que desconocen su estado serológico positivo al VIH.
Esto no es nuevo. Si antes, y probablemente todavía, se focalizaba en los “grupos de riesgo” la responsabilidad de la expansión de la epidemia, en la actualidad se pone el acento sobre las personas que, “a pesar de los pesares”, siguen sin hacerse las pruebas para conocer su estado serológico.

Es más de lo mismo, ahora la culpa de la transmisión se relaciona con la “ignorancia irresponsable”. En definitiva, la responsabilidad vuelve a recaer en los otros, en lo ajeno. Pero tal idea, lejos de protegernos, nos pone en situación de riesgo al no tener en cuenta que cada uno de nosotros podemos adoptar medidas preventivas para disminuir riesgos frente a la infección, que no es lo mismo que frente a las personas infectadas, lo sepan o no.

Poner en los otros la responsabilidad nos limita la prevención. Como dice una campaña francesa “hablar nos protege”. Hablemos, pues, en la consulta con el médico, hablemos con nuestras parejas y, si es necesario, hagámonos las pruebas del VIH y después, hablemos.

El VIH pone de manifiesto que tenemos una responsabilidad individual con respecto a nuestra salud, que tiene que ver con las decisiones, en la medida que podemos decidir cómo queremos vivir nuestra vida y los riesgos que estamos dispuestos a asumir. Pero, sobre todo, una responsabilidad comunitaria en tanto que es necesario dar respuesta frente al estigma asociado al VIH/sida. Sin romper los estigmas será difícil poder tomar el control sobre nuestras vidas. Ésa es nuestra prueba, nuestro reto.

* Activista española de la organización Creación Positiva. Tomado de Lo + positivo, número 32, otoño de 2005.