La Jornada Semanal,   domingo 2 de abril  de 2006        núm. 578

N O V E L A

TRENES DE DESEOS

GABRIELA VALENZUELA NAVARRETE

Mónica Lavín,
Despertar los apetitos,
Alfaguara,
México, 2005.

El erotismo nos reconcilia con nuestra naturaleza arbórea, nos da conciencia de ser un ser otro diferente, distinto. Podría ser una especie de amor y placer al mismo tiempo, entrelazándose y viviendo en un tiempo preciso y exacto en el acto de realizar la unión del amor en cuerpo deseado, amado.
George Bataille

¿Qué hace un grupo de extraños cuando un viaje de trabajo a lo largo de Canadá se convierte en una aventura de exploración personal de placeres, temores y secretos que van emergiendo conforme pasan los kilómetros de bosques y praderas que se regocijan en su verdor veraniego? Las respuestas a tan extraña pregunta quizá podrían ser muchas, tantas como la imaginación del lector las permitiera. Una de ellas es la que ofrece Mónica Lavín al contar esta historia a cuyos personajes, a primera vista, sólo los hermana una ocupación singular: escribir sobre temas culinarios.

Seguramente, cuando los personajes empezaron su viaje en Montreal, sabían tan poco de a dónde los llevaría el destino como poco sabe el lector sobre dónde terminará la aventura narrativa en la que se sube apenas abre las páginas del libro. Mónica propone un juego de espejos en el que una de las viajeras se hace narrador de una novela donde sus compañeros de viaje y ella misma se convierten a su vez en personajes por segunda o tercera vez, y, como quien se mira en un espejo encantado capaz de descubrir realidades alternas, el relato se transforma en un constante encuentro de puntos comunes que hermanan a los compañeros de camino en formas más profundas de lo que hubieran podido pensar.

El tema de la exploración de las pasiones humanas no es nuevo en la narrativa de Mónica Lavín, quien ya en sus novelas anteriores, como Café cortado o Tonada de un viejo amor, lo ha manejado en los más diversos matices. Simplemente, en su pasado libro de cuentos, Uno no sabe, describe a un personaje masculino buscando a la mitad femenina de su ser erótico, representado hasta los límites en la figura de una madre que lo abandona siendo niño.

Con Despertar los apetitos, la búsqueda se repite. No obstante, a diferencia de la exploración de “Uno”, en esta ocasión los personajes se creen plenos hasta que se pierden en el laberinto del Minotauro en el que el hilo de Ariadna que los conduce es el más ausente de los viajeros: un fotógrafo japonés que no ha dejado más huella que una colección de fotografías intitulada “Comerlas vivas”, en las que se unen los dos placeres más carnales que el hombre pueda conocer: la comida y el sexo.

El apetito despertado en el lector puede sorprender por ser de la índole más diversa: suculento para los sentidos, tanto como para la mente, sitio primero en donde nace esa manifestación que hace superior al ser humano en cuestiones amatorias. “El erotismo”, dice George Bataille, “es tal vez la forma más sublimada del amor, su esencia en forma de caricia verbal o corporal”. O incluso, quizá, culinaria...