La Jornada Semanal,   domingo 2 de abril  de 2006        núm. 578
LA CASA SOSEGADA

Javier Sicilia

LA CORRUPCIÓN DE LA IMAGEN Y LA MIRADA

En el libro del Éxodo, la tradición judía marcó una prohibición absoluta: no hacer imágenes ni de las cosas del cielo ni de la tierra. La razón tiene su base en la distorsión que la Caída hizo del hombre como imagen y semejanza de Dios y de toda la Creación. Hacer imágenes era, de alguna forma, fomentar la idolatría, hacer que se adorara una imagen distorsionada de Dios: su rostro invertido, demonisado.

La joven cristiandad, que nació de las entrañas de Israel, asumió al principio la prohibición, pero después de largas polémicas, terminó por romperla. La razón era del mismo orden, pero en sentido inverso, que la prohibición hebrea: en Cristo, el Verbo encarnado, el Nuevo Adán, un ser que está antes de la Caída y que reestablece en él la imagen y semejanza original, se puede ver, desde cualquier ángulo, a Dios, sin ninguna distorsión. Surgió entonces la iconografía.

El icono es, en este sentido, no una imagen, sino, como Iván Illich lo definió, un umbral: los Cristos resucitados, las vírgenes y los santos de la tradición bizantina, no son imágenes, sino presencias encarnadas de la Presencia, en donde el fiel, a través de la contemplación, pasa de la contemplación del tipo (el icono), al prototipo (la invisibilidad, cuya carne —la pintura— es su umbral). El icono es, como lo ha señalado Ricardo Blanco, "un conocimiento de Dios. Cristo y los que se le parecen [los santos y las vírgenes] nos permiten un acceso a Dios".

Podría decirse que la pintura propiamente dicha —aquella de la que emanará el cúmulo sin fin de imágenes que nos asedian hoy en día—, nace como una corrupción de ese misterio, una corrupción que implica un cambio en el punto de vista de la percepción que trajo el cristianismo. Si en la Antigüedad y en la Edad Media —época en que el icono nace— la mirada es, primero, un órgano de la pupila que, como un miembro eréctil, se echa sobre el objeto —todavía decimos en México "echar un ojo"—, lo abraza y se fusiona con él; y luego, le permite extraer, de las formas que irradian las cosas, las species, los universales o, en el caso del icono, el prototipo; en la Edad Moderna el ojo deja de percibirse como un miembro eréctil para volverse un instrumento de entendimiento de lo real que el ojo busca, sino algo que se echa sobre la mirada. Tanto la realidad, como la pintura y las imágenes que quieren dar cuenta de ella, ya no son imágenes y semejanzas de Dios, sino presencias en sí mismas que se imponen a nuestra mirada y que el ojo escudriña morbosamente para conocer. Ya no son umbrales, sino presencias concretas, que nos seducen y nos atrapan en su seducción.

Toda la lógica de la imagen moderna, que ha acaparado la pornografía, la propaganda y la publicidad, se basa en esa corrupción de la mirada que en sí misma es corrupción de la imagen. Pero hay algo todavía peor. El nacimiento de la imagen moderna ha desembocado, en la era de los sistemas, en lo que Illich definió muy bien como la Edad del Show. El surgimiento de la pantalla electrónica introduce una nueva corrupción que hace que entre el espacio en que se presenta el objeto y el espectador no haya ninguna continuidad y la mirada sólo pueda entregarse al show que lo absorbe por completo. Lo que la pantalla simula ya ni siquiera es la realidad corrompida de la imagen, facsímiles de la visión moderna, sino diagramas, planos isométricos, mapas. No es un umbral que nos permite entrar en la trascendencia revelada en el icono de la Creación, ni siquiera el facsímil que despierta nuestros apetitos profundos, sino simulaciones de lo invisible estructural: moléculas, genes, átomos, quarks, y de formas abstractas como el Producto Nacional Bruto o los índices de población o del sida. Lo que la pantalla electrónica nos muestra ya no representa nada de lo que la mirada pueda aprehender realmente y, sin embrago, esas formas, junto con las de la propaganda y la publicidad, nos invaden hasta hacer desaparecer nuestra percepción de lo real y de su misterio invisible que la prohibición judía custodiaba y Cristo reveló.

Hoy, bajo la corrupción de la revelación cristiana de la imagen, estamos atrapados en las interfaces, en los ojos modernos y vacíos de la Gorgona.

Además opino que hay que respetar los Acuerdos de San Andrés, liberar a todos los zapatistas presos, derruir el Costco-CM del Casino de la Selva, esclarecer los crímenes de las asesinadas de Juárez y sacar a la Minera San Xavier del Cerro de San Pedro.