La Jornada Semanal,   domingo 2 de abril  de 2006        núm. 578

Germaine Gómez Haro

 DAMIEN HIRST: IRREVERENCIA Y HUMOR

¿Quién hubiera imaginado a dónde llegaría el joven artista Damien Hirst (Bristol, Inglaterra, 1965) cuando, todavía estudiante del Goldsmith College, organizó en 1988 la aclamada exhibición Freeze que constituyó el lanzamiento oficial de varios de los creadores británicos más relevantes de la actualidad? Pocos se habrán imaginado en ese entonces que solamente veinte años más tarde —no tan amplio lapso de tiempo en el desarrollo de una carrera artística— ese joven audaz y provocativo se convertiría en el segundo artista vivo más cotizado a la fecha (el primero sigue siendo Jasper Johns). Y es que la controvertida obra que lo lanzó a la fama —Physical Impossibility of Death in the Mind of Someone Living (La imposiblidad física de la muerte en la mente de alguien vivo— que fue comisionada por el célebre coleccionista Charles Saatchi en 1991 por 50 mil libras esterlinas, fue revendida en 2004 al millonario estadunidense Steve Cohen en nada menos que doce millones de dólares. Esa imponente "escultura" que consiste en un tiburón tigre de unos cuatro metros de largo que flota en formol dentro de un inmenso contenedor de vidrio, es considerada un icono emblemático del cutting edge finisecular. Esa pieza revela una de las tribulaciones persistentes del artista: la reflexión en torno a los procesos de la vida y de la muerte a través de la inquietante figura de un tiburón real que permanece suspendido en el tiempo y en el espacio, desafiando la mortalidad.

Actualmente tenemos la oportunidad de ver por primera vez en México una treintena de obras recientes de este multifacético creador que pinta, esculpe, "encapsula" órganos y animales reales en distintas posiciones y actitudes, y compone instalaciones ambiguas, subversivas y transgresoras. La exhibición titulada La muerte de dios. Hacia un mejor entendimiento de la vida sin dios a bordo de la nave de los locos, se presenta en la recién reinaugurada Galería Hilario Galguera (Francisco Pimentel 3, col. San Rafael) hasta el mes de junio. Cabe resaltar el inmenso esfuerzo que significó el traslado desde Inglaterra de piezas tan complicadas, y el montaje realizado por una veintena de operarios a lo largo de dos meses. Las obras, que siguen un riguroso y puntual guión museográfico, se incorporan de manera magistral a los espléndidos espacios de la casa porfiriana minuciosamente restaurada, creando la sensación de una obra integral que el espectador recorre entre la sorpresa, el asombro y la admiración. También habrá quien —como la que escribe— se estremezca al punto del escalofrío al entrar en la sala oscura que asemeja una capilla fúnebre, con sus cuatro cirios en las esquinas iluminando apenas tres de sus pinturas centrífugas (lienzos redondos con un cráneo humano al centro) que fueron creadas ex profeso en este espacio donde se dejaron las paredes y pisos salpicados de acrílico negro y rojo que sugiere inevitablemente sangre desparramada. En el centro de la sala se colocó un recipiente circular que contiene un corazón de toro atravesado por diversas agujas de plata.

Se incluye también un tiburón similar al mencionado líneas atrásm, aunque de dimensiones más pequeñas, el cual , a mi parecer, en el contexto de esta muestra y siendo ya una "variación sobre el mismo tema", carece de la fuerza del primigenio. Resultan mucho más atractivas las ovejas que yacen hincadas —también dentro de contenedores de formol— en actitud de rezo y portando una Biblia y un rosario entre las manos. Las pinturas realistas de pequeño formato son un espléndido ejemplo de lo que el artista llama "bodegones muertos", ironizando acerca de estas composiciones "a manera" de naturalezas muertas donde conviven elementos siniestros y disímbolos dispuestos de tal manera que proyectan un mórbido hálito gélido.

El libro-catálogo editado en Londres para esta muestra contiene una larga y divertida entrevista que realiza Hilario Galguera al artista, a través de la cual se revelan rasgos de su personalidad que se pueden percibir en su trabajo: un espléndido sentido del humor negro, una actitud desparpajada que rompe constantemente con esquemas y arquetipos sin por ello descuidar en ningún momento el rigor y el cuidado en el concepto y elaboración de sus piezas, y una energía desbordante para cuestionar sin tregua los valores establecidos, las dobles morales y los claroscuros de la condición humana.