La Jornada Semanal,   domingo 2 de abril  de 2006        núm. 578

MENTIRAS TRANSPARENTES
Felipe Garrido


MINERVA

Treinta años esperé a Minerva. En un tiempo la aguardaba a la puerta de la iglesia, la seguía en la calle, podía pasar la tarde ante su casa. Su padre detestaba mi timidez y en cuanto hubo un pretendiente serio la casó. Soy hombre cabal. Si antes no le había hablado, entonces menos. Si ella pasaba por mi tienda, yo veía a otros clientes y mis empleadas la atendían. Nada tuvo que reprocharme su marido. Guardé una soltería impoluta, hasta que enviudó por segunda vez. Cuando la primera, yo estaba en Estados Unidos; Minerva tenía tres niños y la gente aprobó su matrimonio con un ganadero ocho años menor que ella. Regresé con fortuna y suspiré de nuevo. Para entonces Minerva tenía otros tres hijos y estaba más bella que nunca. Volvió a enviudar y, terminado el luto, empecé a cortejarla. Nos casamos rodeados por sus hijos y nietos. He ido envejeciendo; veo mal y uso bastón. Ella está rozagante, firme, esbelta. Dicen que espera volver a enviudar.