La Jornada Semanal,   domingo 2 de abril  de 2006        núm. 578

Y AHORA PASO A RETIRARME

Ana García Bergua

ALGUNOS CUENTOS DE BORGES CON CUCHILLOS

El protagonista del célebre cuento de Borges "El sur", Juan Dalhman, secretario de una biblioteca en Córdoba, descendiente de alemán y de gaucho, recibe un antiguo ejemplar de Las mil y una noches; ávido de estudiarlo, sufre un accidente trivial que lo manda al hospital. Recuperado, decide irse a reponer a un rancho que ha logrado conservar en el sur. En el campo, comiendo en un almacén, unos desconocidos lo molestan primero y le entregan una daga después. Cuando acepta la daga, sabe que va a morir. Este personaje es un poco el propio Borges y la suya una expresión como de vértigo por la intemperie, por abandonar el refugio de los libros. "El arma, en su mano torpe, no serviría para defenderlo, sino para justificar que lo mataran." "Mi destino ha querido que yo matara y ahora, otra vez, me pone el cuchillo en la mano", dice el negro en el cuento "El fin", cuando mata a Martín Fierro. "Cumplida su tarea de justiciero, ahora era nadie. Mejor dicho: era el otro: no tenía destino sobre la tierra y había matado a un hombre." Matar y ser muerto supone un encadenamiento de identidades, una condición mítica más allá de las individualidades de los hombres.

En el famoso "Hombre de la esquina rosada", el asesinato de Francisco Real es un silencio entre dos frases, y aunque el escritor nos lo sugiere desde un principio, nos sorprendemos siempre, arrullados por la torpeza del narrador que se vuelve poesía: "yo hubiera querido estar de una vez en el día siguiente, yo me quería salir de esa noche". Amante de las simetrías, Borges indagó después en "La historia de Rosendo Juárez" las razones por las que no acepta batirse con El Corralero, Francisco Real. Acepta que lo crean cobarde para cortar con el encadenamiento infinito de acuchillados. Quizá vio a "Los compadritos muertos" del poema de Borges, que "vuelven a su crepúsculo, fatales/ y muertos, a su puta y su cuchillo". De El informe de Brodie es "La intrusa". En él la daga es la mujer de la que están enamorados los hermanos Nelson y a la cual comparten. Para no perder su amistad fraternal, mejor la matan. Dice Borges: "En el duro suburbio, un hombre no decía, ni se decía, que una mujer pudiera importarle, más allá del deseo y la posesión, pero los dos estaban enamorados. Esto, de algún modo, los humillaba."

En "El encuentro", varios amigos se reúnen a pasar el día en una hacienda. Dos de ellos disputan por algo trivial y el destino pone en sus manos las armas antiguas que el dueño de la casa guarda en una vitrina. Todos se dejan llevar por una situación que en realidad dictan las armas, antaño pertenecientes a dos rivales, Juan Almada y Juan Almanza, que nunca lograron pelear: "las armas, no los hombres, pelearon… Se habían buscado largamente, por los largos caminos de la provincia, y por fin se encontraron, cuando ya sus gauchos eran polvo. En su hierro dormía y acechaba un rencor humano". Es una idea muy atractiva y misteriosa, la del rencor que sobrevive en las armas. "El encuentro" es, entonces, un cuento de fantasmas. Algo similar ocurre con la viuda del cuchillero de Palermo Juan Muraña en el cuento "Juan Muraña". Cuando la familia es amenazada de desalojo, la viuda asesina al casero con el puñal de su marido. "La daga era Muraña", dice el narrador, y la viuda perpetra el crimen convencida de que es su legendario esposo quien lo hace.

"El otro duelo" habla de la enemistad entre dos gauchos de Cerro Largo, Manuel Cardoso y Carmen Silveira, quienes se tienen una misteriosa porfía: uno roba dinero al otro, otro lo despoja de una mujer, el otro le envenena al perro, cruzan cuchillas y no llegan nunca hasta el fin. "Quizá sus pobres vidas rudimentarias no poseían otro bien que su odio y por eso lo fueron acumulando." Cuando la revolución de Aparicio se enrolan en el mismo bando: "En el curso de marchas y contramarchas, acabaron por sentir que ser compañeros les permitía seguir siendo rivales." Al ser derrotados, Nolan, el comandante vencedor, sabiendo de su rivalidad, les da el gusto de echar una carrera después de degollados. Las navajas, en manos de hombres torpes y envanecidos, cumplen su destino. Quizá es Dahlman, el de "El Sur", el que trae el cuchillo de regreso al refugio de la literatura, en la prosa "El puñal": "En un cajón del escritorio, entre borradores y cartas, interminablemente sueña el puñal su sencillo sueño del tigre y la mano se anima cuando lo rige porque el metal se anima, el metal que presiente en cada contacto al homicida para quien lo crearon los hombres."