Usted está aquí: jueves 30 de marzo de 2006 Opinión El arte de Ferragamo

Margo Glantz

El arte de Ferragamo

Hacer zapatos, ¿oficio menor?

Producto simple, artesanal, como el de los herreros, tintoreros y curtidores, el zapato fue un aditamento necesario, existía como función y sustancia. La historia documenta numerosas excepciones a lo largo de los siglos en que fuera concebido como producto de lujo, de especial diseño: en el siglo XII, la reina Leonor de Aquitania, le encomendó a su amante y árbitro de estilo, el trovador Bernard de Bertand, que diseñara suntuosos vestidos largos de amplia cola y ligera caída, imposibles de lucir sin su complemento adecuado, un hermoso calzado. Bertand los mandó fabricar en cueros dúctiles y hormas puntiagudas. Bellos pero incómodos, los pies de las damas comenzaron a sufrir, signo evidente, se pensaba, a la vez de elegancia y devoción religiosa.

Se afirma que de ese diseño podría provenir un tipo de calzado conocido como court shoe, en español llano, zapato de vestir, así puede advertirse en alguno de los innumerables modelos diseñados por Ferragamo, por ejemplo, el confeccionado entre 1948 y 1950, aún en muy buenas condiciones, de alto tacón Luis XVI -ligeramente curvado- en ante negro perforado en el frente y los costados con tiras irregulares de charol gris claro incrustadas y, casi idéntico, aunque lejano en el tiempo, a otro par, modelo Fiamma, manufacturado asimismo en Italia y realizado entre 1928 y 1930 que exhibe las mismas tiras irregulares -un poco más gruesas- confeccionadas en cabritilla color tabaco.

Si se cotejan ambos modelos es fácil advertir las semejanzas y ligeras diferencias (el ancho del tacón y las del grosor y forma de las incrustaciones), reiteradas en la ficha técnica que los cataloga y los clasifica como objetos artísticos, a la manera en que hoy se clasifican otro tipo de objetos de uso cotidiano: la cerámica, la cristalería.

Bueno es recordar que la mayoría de los museos dedican ya una sección importante de sus edificios -entre otros, el Metropolitan de Nueva York, el Albert and Victoria de Londres o la Galleria del Costume en el Palazzo Pitti de Florencia- para albergar el Arte de la Moda y, desde 1995, en Florencia, el Palazzo Spini-Feroni, sede de la firma Ferragamo.

Es admirable comprobar, a lo largo de su autobiografía, la obstinación literal con que, contra viento y marea, Ferragamo persigue su sueño de confeccionar zapatos como si fueran una obra de arte -objetos únicos, preciosos, hechos a mano siguiendo criterios rigurosos- y a la vez productos destinados a mejorar la salud y la prestancia de quienes los calzaran. Para lo cuál, en cuanto pudo hacerlo -hablar y leer correctamente el inglés y tener dinero-, estudió medicina y química, con el resultado de que pudo primero calibrar el impacto que el peso del cuerpo tiene sobre los pies y buscar luego la manera óptima de confeccionar hormas individuales, así como de explorar las muy diversas y múltiples posibilidades que distintos materiales podrían brindarle para enaltecer e innovar su arte.

Una nota aclaratoria, la mayor parte del calzado bellísimo que este artífice confeccionó cuando ya era célebre, lo hizo en la Italia fascista, gobernada por el Duce Mussolini, es más, varios de sus modelos llevan un sello que literalmente troquela el nombre del tirano: DUX.

Proveniente de un pueblecillo excesivamente humilde, hijo de campesinos, Ferragamo se enorgullecía de ser el proveedor de zapatos de la más alta nobleza, las estrellas de cine, los diplomáticos y otras figuras que, no cabe duda, son absolutamente siniestras. Transcribo sus palabras:

''Mis clientes se extendieron a la elite de casi todos los países: la reina Elena de Italia, esposa del rey Vittorio Emmanuelle III me mandó a buscar, hice los zapatos para la boda de la princesa Maria-Jose de Bélgica, hija del Rey de los belgas con el Príncipe (más tarde y, por un breve tiempo, rey) Umberto; Mussolini vino a mí con callos y ojos de pescado; su amante, Claretta Pettacci, vino también; Eva Braun, la amante de Hitler, llegó rodeada de guardias nazis; una mañana cuatro reinas estaban sentadas al mismo tiempo en los cuatro esquinas de mi salón de Roma: las reinas de Yugoslavia, Grecia, España y la de los belgas. La Majarani de Cooch Behar ordenó cientos de pares de mis zapatos. Duquesas y condesas, las mujeres de los más ricos negociantes y miembros del cuerpo diplomático, las principales estrellas del cine, todas vinieron a mí, mandaron sus órdenes o compraron mis zapatos donde podían encontrarlos.''

 
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