Usted está aquí: lunes 27 de marzo de 2006 Opinión Paraguas y máquinas de coser

Sergio Ramírez

Paraguas y máquinas de coser

Hay un fantasma que recorre América Latina: la izquierda. Aquí en México las apuestas y las encuestas favorecen a Andrés Manuel López Obrador, candidato del Partido de la Revolución Democrática, como ganador de las elecciones presidenciales del próximo mes de julio, y hay quienes se rasgan ya las vestiduras alertando de la amenaza que tal elección traería a la democracia en el continente, como ha hecho el ex presidente Carlos Salinas de Gortari hablando con la serenidad de rostro de quien nunca ha quebrado un plato.

También acusan a López Obrador, y él lo ha negado, de recibir dinero de Venezuela para financiar su campaña. Es porque corre la fama de que el coronel Chávez financia con mano generosa a todos los candidatos que en el continente se ponen la camiseta de la izquierda, como si se tratara de un mismo equipo de futbol, y no sólo eso: también, y de esto sí que hay evidencias, suministra combustible barato para la calefacción de la gente pobre de Harlem, compra la deuda externa de países a los que busca socorrer y paga carrozas de vida efímera a escuelas de samba en el carnaval de Río.

Parecería que el fantasma al que no pocos temen hace sus salidas conforme a un guión elaborado en Caracas, más que en La Habana. Caen las piezas del dominó por donde el fantasma pasa. Chile, Argentina, Uruguay, Brasil, Bolivia, ahora México. ¿Pero es asunto de susto o de la realidad? Más que en las sombras de la noche, a los fantasmas es mejor verlos a la luz del día.

André Breton, cabecilla surrealista, quiso demostrar la máxima tensión de las incongruencias al hablar del encuentro fortuito de una máquina de coser y un paraguas en la mesa de un quirófano. Me parece que ésa es la distancia que media entre Michelle Bachelet y el coronel Chávez, por ejemplo, o entre él mismo y Lula da Silva, y aun entre Evo Morales y otra vez Chávez. Y no es un asunto sólo de estilos y de atuendos que Morales se niegue a ponerse traje y corbata, y que Chávez se haga vestir por sastres exclusivos. Es un asunto de entornos, realidades y posibilidades.

Un ejemplo. Uno de los grandes proyectos de integración sudamericana patrocinados por Venezuela, en el que participan Argentina, Uruguay y Brasil, es la construcción de un gigantesco gasoducto de 20 mil millones de dólares que partiendo desde la Guayana venezolana se extenderá a lo largo de ocho mil kilómetros. Esta magnífica quimera tiene ya enemigos que aseguran que no es rentable. Pero su principal adversario es Evo Morales, supuesto pupilo de Chávez, porque Bolivia, cuya principal riqueza es el gas natural, no ha sido tomada en cuenta, y los países donde el gasoducto abrirá sus llaves, además de aliados, son hasta ahora sus principales clientes.

Aliados. Pero Bolivia ha ajustado hacia arriba los precios del gas a Argentina y Brasil bajo la consideración de que los que han pagado hasta ahora son injustos. De manera que más allá de las identidades políticas, o las simpatías ideológicas, lo que termina imponiéndose son los intereses nacionales. Y no hay duda de que en este asunto lleva razón Bolivia, un país pobre que tiene por clientes a dos gigantes vecinos, consumidores voraces de energía y de recursos naturales.

Una de las más importantes promesas de campaña de Morales fue precisamente la nacionalización del gas, ahora en manos de compañías extranjeras trasnacionales, que no son, como podía pensarse, mayormente de capital de Estados Unidos. La mitad de la explotación de los yacimientos está en manos de Petrobras, que es brasileña, y de Repsol, que es española. Un pastel de no poco tamaño: 50 trillones de pies cúbicos, y, como se trata de amigos, Brasil el primero, Morales, en variación de su discurso de campaña, ha procedido con cautela y en vez de nacionalización habla ahora de mejor control y de mayor participación en los beneficios. Una posición que podría llegar a variar si estos mismos amigos insisten en excluir a Bolivia del megaproyecto del gasoducto del sur que parte de Venezuela.

México, bajo un gobierno de izquierda, tendrá de manera inevitable una agenda crítica con Estados Unidos. La justicia en las relaciones de libre comercio, el narcotráfico, las migraciones, el muro fronterizo, para empezar, y no serán precisamente relaciones de confrontación, aunque tampoco de sometimiento. Pero México tendrá también de manera inevitable una agenda de cara hacia América Latina, por razones políticas y económicas más que por motivos ideológicos de suma de identidades.

Podrá sobrevenir, para empezar, una nueva competencia de liderazgos entre López Obrador y Chávez, como la que ya existe entre Lula y el presidente venezolano, tratándose, en todo caso, de personalidades fuertes que defienden intereses nacionales fuertes que necesitan, en consecuencia, de zonas de influencia. Y esa nueva competencia podrá tener por terreno de prueba, en primer término, a Centroamérica.

www.sergioramirez.com

 
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