Usted está aquí: lunes 27 de marzo de 2006 Opinión Las piruetas diplomáticas de Bush

Molly Ivins

Las piruetas diplomáticas de Bush

AUSTIN, TEXAS. Es difícil mantenerse al paso de los vuelcos de George W. Bush entre el internacionalismo y el aislacionismo. Tal vez recuerden que cuando se postuló por primera vez a la presidencia declaraba estar contra la construcción de naciones y otros esfuerzos de mantenimiento de la paz; para él eran cosa de afeminados. No quería saber nada de esas tonterías de hacer el bien y construir un mundo mejor; ni siquiera se tomaba la molestia de aprender el nombre de esos griegos y kosovares.

Antes del 11 de septiembre, aparte de mirar profundamente en los ojos de gélido azul de Vladimir Putin y concluir que el viejo tiburón de la KGB tenía alma, Bush mostró poco interés por los asuntos exteriores. Pero luego se volvió un internacionalista furibundo. Todo el mundo se afilió al esfuerzo de perseguir a Al Qaeda en Afganistán; las ofertas de ayuda llegaron por docenas. Luego vino la campaña para deponer a Saddam Hussein porque tenía armas de destrucción masiva, inclusive un programa de armamento nuclear. Por desgracia, la mayor parte del resto del mundo no creía que Irak tuviera muchas, o por lo menos sentía que debía darse más tiempo a los inspectores de la ONU para averiguar si era cierto. La molesta premura con que Bush llevó adelante una guerra innecesaria aisló a muchos de nuestros aliados más cercanos, y su equipo no pudo hacer más patente su desdén de esos aliados y de Naciones Unidas.

Así, durante un tiempo fuimos los nuevos imperialistas y despreciamos al resto del mundo. No necesitábamos a nadie: iríamos por nuestro propio camino, y adiós a Naciones Unidas, esa manada de debiluchos. Fue la temporada de la fanfarronería, la arrogancia y la majadería.

El último gesto de "váyanse a la chingada" de Bush fue nombrar embajador en Naciones Unidas a John Bolton, hombre tan poco diplomático, ya no digamos tan opuesto a la ONU, que la mitad de los funcionarios del gobierno se quedaron perplejos. Eran esos días en que a los pigmeos de fuera del gobierno se les consideraba con desdén la "comunidad basada en la realidad". En una frase célebre, el asesor estrella de Bush lo explicó así: "Ahora somos un imperio, y cuando actuamos creamos nuestra propia realidad". Cielos, sí que eran tiempos emocionantes.

Por desgracia, la realidad, tan poco caritativa, no se sujetó a las demandas del gobierno de Bush; de hecho, siguió soplándonos en el rostro. En Afganistán, y sobre todo en Irak, se portó especialmente mal en eso de obedecer a nuestro aventurero presidente.

Varios meses después de nuestra invasión a Irak, resultó que en realidad habíamos invadido para llevar la democracia a ese afortunado paisito. En ese extraño modelo como de ensueño en que se da forma a la política de Bush, todos los conservadores comenzaron a hacer como si siempre hubiéramos ido allá con esa finalidad, y todos los que insinuaban otra cosa estaban recordando mal esa fastidiosa realidad.

De hecho, tan dedicados estábamos a la promoción de la democracia en el mundo que ése era el principio fundamental de nuestra política exterior. Y si todavía no estábamos tan intensamente dedicados a la construcción de naciones, bueno, era cosa de subcontratarla con los de Halliburton y que ellos se ocuparan de ella. Y qué buen trabajo están haciendo.

Así pues, henos aquí, internacionalistas una vez más, y Bush viajó a India, donde de inmediato puso fin a décadas de política exterior estadunidense para eximirla del tratado de no proliferación nuclear. Desde que Nixon era presidente era nuestra política negarnos a compartir tecnología nuclear con naciones remisas a firmar ese tratado. Tanto India como su enemigo mortal, Pakistán, se volvieron potencias nucleares en 1998, lo cual representaba la realmente horrorosa posibilidad de una carrera nuclear en el subcontinente.

Luego de firmar ese acuerdo lamentable, Bush continuó hacia Pakistán, que naturalmente se siente insultado por no haber obtenido lo mismo. El agravio es particularmente desafortunado porque el presidente Pervez Musharaf de Pakistán es esencial para el control y la captura de Al Qaeda.

Bush, que dejó caer el asunto de Osama Bin Laden como una papa caliente en 2003, ahora vuelve a decir que queremos atraparlo. Aparte de ofender a Pakistán, nuestro aliado esencial, Bush envió a Irán precisamente el mensaje que no debía y en el momento más inoportuno: mostró a los iraníes que si persisten en desarrollar armas nucleares, con el tiempo también ellos recibirán el mismo premio que India. Naturalmente, eso fortalece a los ira-níes de línea dura y socava a los reformadores pro occidentales. ¿Qué estaban pensando? ¿Alguien sabe cómo se juega a esto?

Hasta ahora parece como si Bush hiciera mejor política exterior cuando se pone aislacionista. Tal vez debería quedarse en casa y bajar algunos impuestos más a los ricos, o ir a exponer a alguna agente en represalia política contra su marido, o sencillamente ponerse a espiar a pacifistas estadunidenses.

Cuando lo escuché quejarse de la xenofobia por el acuerdo del puerto de Dubai, no daba crédito a mis oídos. Michael Chertoff, de Seguridad Interior, volvió a decir que el problema con la seguridad interior es que amenaza el comercio... el importantísimo y sagrado comercio, las ganancias por encima de todo. Por enésima vez, no sólo es posible, sino acertado insistir en ajustar las normas laborales y ambientales al libre comercio, y no por eso nuestros puertos van a volar en pedazos.

© 2006, Creators Syndicate Inc.

Traducción: Jorge Anaya

 
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