La Jornada Semanal,   domingo 26 de marzo  de 2006        núm. 577
CINEXCUSAS
Luis Tovar
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 LAS COSAS POR SU NOMBRE

El habla popular en general y el discurso político mexicano en particular, son exageradamente fecundos en eufemismos y éstos, como sabe cualquiera, sólo sirven para escurrir el bulto a todo aquello que no queremos decir con claridad. Los ejemplos son inagotables: un obeso es "un gordito", un anciano es "un adulto en plenitud", la menstruación son "esos días", y así por el estilo.

Empero, aquello que --edulcorada e hipócritamente-- es definido con un eufemismo, acaba como la mona del refrán, que aunque se vista de seda... Así pues, y no importa qué tan machaconamente se repitan estos y otros nuevos engañabobos, las "economías emergentes" son ni más ni menos que aquellas sumidas en el subdesarrollo; las "reformas estructurales" no son sino el eufemismo bajo el cual se cobija el intento de privatizar cuanto antes los recursos energéticos; los pidiregas son una triquiñuela legaloide mediante la cual dicha privatización ya se está llevando a cabo; la "flexibilización laboral" no es otra cosa que la pérdida de cualquier derecho de los trabajadores; el "nerviosismo" de los inversionistas indica su indisposición a reducir un solo centavo sus ganancias, etcétera.

Notablemente productivo al respecto, el sexenio de Carlos Salinas de Gortari coronó su insidia con el rebuscamiento según el cual ya no podía llamársele pobres a los pobres, y para referirse a ellos era preciso decir "los que menos tienen". Más de una década después, los continuadores de aquellos latrocinios mantienen la costumbre de disfrazar la realidad con una jerigonza sólo capaz de producir encabronamiento, risa o las dos cosas al mismo tiempo.

DE TODOS MODOS JUAN TE LLAMAS

A Luis Estrada, guionista y director de Un mundo maravilloso, le gusta llamar a las cosas por su nombre, lo cual es evidente desde el título mismo de esta película, pues "maravilloso" alude, indudablemente, a la terquedad insana con la que Vicente Fox ha pretendido definir la situación del país empleando dicho adjetivo. Las maravillas de Foxilandia, con sus sesenta o más millones de pobres que se quedaron esperando el cambio y sus consecuencias pero que sólo han recibido más pobreza, son la causa y el contexto de una trama irónica que comienza en el realismo absoluto y desemboca en un absurdo igualmente absoluto, aunque no por eso menos posible.

Son tantos los agravios a las más elementales nociones de legalidad, honestidad y sensatez, que como sociedad hemos tenido que soportar por parte de quienes se llaman a sí mismos autoridades y representantes, que nuestra capacidad de indignación e incluso de asombro están como sedadas. Acaso la risa, provocada en Un mundo maravilloso por el humor negro --aunque no tan oscuro como el referente real del que se hace eco--, sea el mejor vehículo para salir de ese marasmo. La risa y decir las cosas como son. A Estrada no le tembló el pulso para contextualizar a suficiencia esta historia en el aquí y el ahora mexicanos, y hacer que el pobre sea el pobre, que el secretario de Economía sea el Chicago Boy que es, así cambie de nombre de un sexenio a otro; que el periodista amarillo sea el mendaz que siempre ha sido, y lo mismo el yuppie asesor económico; el egoísta, tenga o no dinero; el servil asistente del poder que lo mismo reparte billetes que golpizas; el profesionista arruinado, sin olvidar al ojete, al ingenuo, al ventajoso, al encumbrado, más el resto de la galería que puede prohijar un caldo de cultivo social como el nuestro, sustentado en disparidades económicas llevadas al extremo y varios ismos fuera de toda medida: egoísmo, influyentismo, cinismo, cretinismo.

QUÉPOCALIPSIS

Desentendido de ciertas modas fílmicas recientes y ya manidas, dándose el gusto de incluir buen número de referencias y homenajes, el también director de La ley de Herodes se vale nuevamente de su capacidad para emplear recursos de la narrativa cinematográfica que muchos colegas suyos parecen desconocer o despreciar, y conduce la historia a una conclusión plausiblemente cruel, que redondea lo que se había planteado desde el principio: en un país, en un mundo conducidos como quien infla un globo hasta el límite, incluso el más grande de los excesos es posible y parece bastante normal, ya se trate de homologar pobreza con delincuencia, de ver cómo la satrapía es premiada, cómo el heroísmo puede ser fuente de patetismo, o cómo la supuesta normalidad alcanza ese nombre a punta de acostumbrarnos, unos por conveniencia y otros por desidia, a no llamar a las cosas por su nombre.