La Jornada Semanal,   domingo 26 de marzo  de 2006        núm. 577
MUJERES INSUMISAS
Angélica Abelleyra


SUSANA SIERRA: DE PINTURA, MEDITACIÓN Y MOVIMIENTO

No es de muchas palabras. Y cada una la medita y luego la suelta con algo de mediana certidumbre. Será su nexo con la filosofía oriental donde lo existente es unidad, energía, duda; será su propio ser proclive a la sutileza, lo cierto es que Susana Sierra (df, 1942) traslada a cada una de sus telas un sentir tenue, lleno de silencios, códigos sin aparente significado, piedras y enigmas.

Desde los doce años tuvo un gusto especial por la abstracción. Manchar cartulinas, lanzar pintura sobre las superficies de papel era lo que la animaba. En medio de una familia que no la motivó especialmente en el universo del arte, hizo sus primeros ejercicios en la poesía. No tomó ningún taller literario, se afanaba en escribir de vez en cuando y sin embargo en su cabeza permanecía ese nexo adolescente con la pintura.

A los dieciocho años, fue a Roma para estudiar Historia del Arte. En la capital italiana y en París conoció el abstraccionismo europeo y mientras la gente en general decía que era un arte raro, sin factura perfecta, a Susana le gustaba el aire libre y despreocupado de esa forma de plasmar en una tela el mundo.

La pintura estaba ya en su camino pero faltaban siete años para empezar a recorrerlo con cierta constancia. Primero se casó y se volvió burguesa. Su vida estuvo llena de fiestas, viajes y cocteles, aunque empezó a tomar clases con Roger Von Gunten y junto a su maestro se sumergió en la figuración. Ese aprendizaje pictórico la marcó de manera definitiva y sin embargo lo que modificó su estar en el mundo fue el sendero de la meditación. Esa práctica para tratar que la mente se aquiete fue un autodescubrimiento y la forma de volverse atípica frente a la socialité que frecuentaba.

"Quiero ser pintora, me voy a San Carlos y me vestiré como quiera", decretó, y acudió a la escuela de pintura en donde encontró a Manuel Felguérez como el guía fantástico que la hacía experimentar cada una de las tendencias del arte del siglo xx y las anteriores. Así, Susana y sus compañeros hacían ejercicios a la manera de los impresionistas o los expresionistas. Cuando tocó el turno al abstraccionismo matérico y a la abstracción desarrollada en Estados Unidos por los años cincuenta, Susana percibió en ella una resonancia que la hizo adoptar ese lenguaje ligado a la materia.

Desde entonces, su paleta está plagada de texturas, materia densa, esgrafiada y craquelada por la combinación que hace de materiales como el óleo, las resinas, el caolín, los acrílicos, la piedra pómez, el polvo de mármol. O telas cubiertas por manta de cielo. O fragmentos negros que semejan guardar un secreto en una parte de la superficie impregnada de capas y capas de pintura.

Esa cualidad matérica le ha fascinado. La encuentra llena de sensualidad, calidez, juego. Además, le dio pauta para una danza. Y es que sus cuadros nunca han sido pintados desde un caballete o una pared estática. Cada cuadro lo acuesta, lo chorrea, lo voltea, haciendo que su cuerpo esté íntimamente ligado al proceso creativo.

El proceso es en realidad lo que a ella le importa. Es una acción ligada también a su pasión por la filosofía oriental de buscar la espontaneidad y la fluidez de colores, manchas, formas, materiales. De esta manera ha dado origen a series como Símbolos, Las piedras del espacio, Inmanencia, Silenciamiento, Identidad y Vislumbres, presentadas en galerías y museos de México, eu, España, Japón, Venezuela y Suiza.

Alimentada por la música clásica y oriental, con asombros continuos por la irreverencia del arte contemporáneo, considera que el arte abstracto es vigente, alejado de las modas y tan antiguo como las cuevas donde se conocieron los primeros visos. En su caso es una necesidad de expresarse desde que siendo adolescente gustaba de manchar papeles e interrelacionar colores sin conocimiento alguno; sólo impulso.

Contemplativa, aliada de lo sutil, acepta que como espectadora prefiere el arte antisolemne a la manera de Duchamp o los dadaístas, quienes nunca pretendieron una estética ligada a la belleza o el equilibrio. Empero, asume que su trabajo sí es solemne y busca lo bello. Con ambas cualidades, en sus más recientes series ha adelgazado el contenido matérico, las superficies se aligeraron, los colores se alejaron de la opacidad hacia tonos vivos, y la tercera dimensión tomó partido en esculturas hechas en resina y en malla de metal: símbolos, formas geométricas en alambre de una creadora que siempre juega y danza frente a su obra en movimiento.