Usted está aquí: miércoles 22 de marzo de 2006 Opinión Juárez y la laicidad

Bernardo Barranco

Juárez y la laicidad

Juárez es una de las figuras más emblemáticas y polémicas en términos del forjamiento y de la configuración de la nación mexicana. Juárez es un personaje central en la historia de este país. La celebración del bicentenario de su nacimiento tiene particular interés para recrear los ideales liberales que perfilaron los rasgos modernos del México actual. Cuáles son y qué lecturas hacer de Juárez en un momento tan crucial como el que en este momento vivimos, en el que parece que los principales actores y conductores políticos carecen de la profundidad y agudeza del personaje.

En la persona de Benito Juárez conviven diferentes referencias culturales: la indígena zapoteca, la católica eclesiástica -no olvidemos que estuvo cerca de ser ordenado sacerdote- y la de los idearios liberales. De tal suerte que Juárez, el personaje, es sujeto de las más diversas y encontradas interpretaciones sobre su trayectoria, obra y pensamiento. Juárez fue un creyente devoto y un convencido liberal, jamás titubeó para emprender un conjunto de reformas que cambiaron para siempre el tipo de relación entre la Iglesia y el Estado.

Quizá su mayor mérito fue haber roto no sólo con los resabios del viejo orden colonial, sino haber sentado las bases de un México moderno e independiente. Es decir, forja una ruptura definitiva que marca la historia de nuestro país. Dicho quiebre supuso la tenacidad por la construcción de un proyecto de nación sustentado en la soberanía, en la edificación de un Estado con reglas claras, mayores equilibrios entre poderes y en la abolición del sistema de privilegios, complicidades y canonjías, que necesariamente le llevan a enfrentarse con el alto clero y con la Iglesia católica.

Personalmente considero que actualmente estos temas son de la más alta importancia dado el naufragio de nuestra transición; basta observar los contenidos de las campañas políticas y la zozobra del actual gobierno en términos de proyecto de país, como para mirar con atención la trascendencia política de Juárez.

Coincido con Enrique Florescano (La Jornada, 21/3/06) al expresar sus preocupaciones para recordar la vigencia de Juárez en 2006, cuestionando la conducción de la política exterior actual de México y las prevalecientes condiciones de exclusión de las diferente etnias indígenas. Junto con él, es de destacar la defensa persistente de Juárez de un proyecto liberal de nación frente a todo tipo de adversidades internas y externas. Resulta ineludible compararlo con las banalidades de los candidatos tan dicharacheros, descalificadotes y de retórica pueblerina, como para preguntarnos por las razones del empobrecimiento en términos de la cultura política en nuestras elites políticas.

Sin duda alguna una de las mayores aportaciones juaristas es haber derrumbado el régimen de cristiandades. Si bien los anhelos teocráticos del clero están ahí intactos para algunos sectores, las reformas juaristas condicionaron históricamente el papel de las iglesias en el ámbito de la práctica política y del poder.

Juárez introdujo la cultura de la laicidad en el Estado y abrió una nueva era de relaciones diferenciadas entre las iglesias, en particular la católica, y el Estado. Ojo, subrayo laicidad y no laicismo, que es fruto de posicionamientos de liberales radicales anticlericales, grupos masónicos y jacobinos. Digámoslo de manera más cruda: el laicismo como fruto de una lectura idiologizada que pretendió no sólo combatir los privilegios y el posicionamiento de la Iglesia católica como estructura social, sino pretendió reducir no sólo la fe en lo privado y en lo individual, sino la extinción de la creencia per se. Juárez introdujo reformas que marcaron la separación entre la Iglesia y el Estado, nacionalizó bienes eclesiásticos, introdujo la libertad educativa, entre ella la educación laica, derogó las corporaciones eclesiásticas; dotó al Estado del registro civil y de defunciones, y contrato matrimonial.

Desde las reformas juaristas en México las relaciones Iglesia-Estado están definidas por las pautas y proceso de formación de consolidación del poder político secular. Si desde el siglo XIX se inician periodos conflictivos entre sectores clericales y liberales, la guerra de Reforma afianza la diferenciación institucional. Será en el siglo XX cuando los gobiernos posrevolucionarios hereden la tradición liberal en materia religiosa; a pesar de las simulaciones entre clero y elite política, la cuestión religiosa parecía ser un símbolo en nuestro país del triunfo de la modernidad sobre la tradición.

Sin embargo, bajo el gobierno foxista, grupos conservadores han empujado la relativización de los principios básicos de la laicidad y han provocado que incluso grupos anticlericales y jacobinos se reactiven después de un largo letargo. La figura siempre controvertida y la actuación del secretario de Gobernación, Carlos Abascal Carranza, cargada de signos e iniciativas provocadoras al carácter laico del Estado, han provocado que la sociedad mire nuevamente el estatus de la laicidad en México bajo la era de la globalización. Hay desconfianza.

De manera peligrosa se colocan de nuevo falsas disyuntivas entre supuestos "conservaduristas y progresistas" que polarizan un debate que requiere de la concurrencia de los más amplios sectores de la sociedad. Finalmente, la laicidad y la secularización son dos conceptos que configuran rasgos claros de la cultura contemporánea del país y ambas han sido empujadas por el liderazgo de Juárez.

 
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