Usted está aquí: martes 21 de marzo de 2006 Opinión Vigencia de Juárez

Editorial

Vigencia de Juárez

En una circunstancia nacional incierta y difícil, México celebra hoy el bicentenario del natalicio de Benito Juárez. A lo largo de cuatro sexenios el país se ha enfrentado a una sistemática y deliberada destrucción de sus cimientos legales, políticos, económicos e institucionales. Del periodo de Miguel de la Madrid al de Vicente Fox, los gobernantes en turno han mantenido una ofensiva contra la propiedad pública, han buscado ­y logrado en muchos casos­ desvirtuar la Constitución; han tenido bajo acoso permanente a los sindicatos, organizaciones campesinas y comunidades indígenas, malbaratado los bienes nacionales, arrasado la economía de asalariados y ejidatarios, ocasionado el deterioro de los sistemas públicos de educación y salud, propiciado una insultante y peligrosa concentración de la riqueza en unas cuantas manos, destruido buena parte de la planta industrial, han acabado con el sueño de la autosuficiencia alimentaria, depredado la industria petrolera, convertido la procuración y la impartición de justicia en una farsa; han abdicado de su obligación de defender la soberanía nacional y erosionado el prestigio, autoridad y credibilidad de las instituciones republicanas.

En sus tres últimos periodos en el poder, el Partido Revolucionario Institucional liquidó buena parte de los logros sociales y económicos construidos en el segundo cuarto del siglo pasado, tras el ciclo de confrontaciones armadas que empezó en 1910, y acabó sucumbiendo ante una de las candidaturas presidenciales más demagógicas y populistas que se recuerden, surgida de la derecha del espectro político.

Luego que el partido tricolor arrasó con las conquistas surgidas de la Revolución Mexicana, el foxismo se ha empeñado en una restauración del orden que imperó antes de la Reforma.

La tecnocracia neoliberal que se encaramó al poder en 1982 encontró sus nuevos aliados en los hacendados trasnacionalizados cuyo proyecto de nación no parece inspirado en el porfirismo, sino en algo más antiguo: la república prejuarista, cuando no el virreinato.

El grupo que todavía gobierna ha buscado, en forma poco sutil, debilitar la separación entre la Iglesia y el Estado, acabar con la educación pública, laica y gratuita, eliminar la soberanía nacional, y sustituir los derechos sociales con la práctica discrecional de la limosna. En suma: liquidar el legado de los hombres de la Reforma. Si en política el fondo es forma, el foxismo no ocultó nunca su aversión a la figura del hombre de Guelatao: una de las primeras acciones del presidente Fox en Los Pinos fue, justamente, retirar el retrato de Juárez de un salón de ese recinto.

Afortunadamente la sociedad ha resistido con éxito notable estos empeños restauradores y ha defendido su propia modernidad, su libertad de pensamiento, su diversidad y su tejido social ante los embates de la alianza tecnocrática-yunquera.

En más de cinco años que lleva este gobierno, el triunfo de la reacción se ha revelado moralmente imposible, de acuerdo con el postulado del Benemérito de las Américas. Hoy lo que queda del foxismo se debate en una manifiesta descomposición interna y en lo que parece un colapso indetenible.

El pensamiento de la Reforma, en cambio, sigue y seguirá siendo todavía una referencia, vigente y poderosa, que resultará indispensable cuando llegue el momento de recuperar y reparar la República de todos los desastres infligidos por quienes han mal gobernado este país, desde aquel lejano año de 1982 hasta los días actuales.

 
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