Usted está aquí: domingo 19 de marzo de 2006 Cultura Exitosa cuarta versión de la ceremonia El árbol de la vida

Una pirámide levantada en pleno Zócalo sirvió de escenario para las representaciones

Exitosa cuarta versión de la ceremonia El árbol de la vida

Organizada por el Laboratorio de Teatro Campesino e Indígena, por primera vez contó con representantes de las 63 etnias del país

Estos son nuestros orígenes: María Alicia Martínez

ARTURO JIMENEZ

Ampliar la imagen Aspecto de una de las representaciones que conformaron El árbol de la vida Foto: Yazmín Ortega Cortés

Para quien quiera alucinarse y, a la vez, reanimar su identidad más profunda: el viernes, durante unas horas, rodeada de edificios coloniales, emergió en el costado sur del Zócalo una pirámide de tres niveles. Era en realidad una pirámide-árbol de la vida construida en madera y forrada de textiles para mostrar parte del arte y la cultura de los 63 pueblos indígenas del país: danza, música, teatralidad y ritualidad.

Ante el asombro y regocijo identitario del muchísimo público, en su mayoría de origen popular y que llenó los dos bloques de gradas y se desparramó a pie en torno del escenario, desfilaron 498 artistas indígenas, provenientes de las diversas regiones culturales del país.

Fue la cuarta edición de la ceremonia El árbol de la vida, puesta y coordinada por el Laboratorio de Teatro Campesino e Indígena, fundado y dirigido por María Alicia Martínez Medrano, con el apoyo de la Secretaría de Cultura del gobierno del Distrito Federal, a cargo de Raquel Sosa, quien consideró que esta muestra estuvo mejor organizada que la del año pasado.

Los espectadores pudieron apreciar, entre otras, la Danza de carnaval, de San Antonio Acuamanala, Tlaxcala, de festiva espectacularidad y en la que resaltan gigantescos tocados de plumas de avestruz. O, con banda de viento en vivo, la Danza de la Conquista o Danza de la pluma, bellísima ejecución de un grupo proveniente de la comunidad zapoteca de Santa Ana del Valle, Oaxaca.

Pero también destacaron, junto a todas, la Danza de los diablos, de la comunidad afromestiza de Cuajinicuilapa, en la Costa Chica de Guerrero; la de los Matachines, de los rarámuris de la sierra Tarahumara, de Chihuahua; la de las Pachitas, de los coras de la sierra de Nayarit; la del Venado, de los mayos de Sinaloa. O las que presentaron ñahñús de Querétaro, totonacos de Puebla, choles de Tabasco o nahuas de Xochimilco.

Máscaras sencillas y sofisticadas, tocados modestos o espectaculares, de plumas de avestruz, capas de piel o lentejuela, enaguas, huipiles, sombreros o paliacates, música de tambor y flauta, de cuerdas o hasta de una banda de viento, fueron los elementos que cubrieron de sonidos y colores las distintas manifestaciones de fiesta y religiosidad de los danzantes, quienes así referían, sobre todo para los mexicanos de la urbe, otros mundos, reales o míticos.

Con algunas fallas de forma, como la excesiva mezcla de movimientos y sonidos de los diferentes grupos participantes o la falta de información previa al público sobre quiénes danzaban y de dónde venían, lo cual se subsanó hasta el final, es posible decir que esta cuarta muestra de las culturas indígenas de México cumplió con el objetivo central de mostrar su diversidad y raíz milenaria.

"Arte, no arte popular"

María Alicia Martínez Medrano comentó sobre el trabajo del laboratorio teatral que dirige y que ha conformado una red nacional durante 37 años de labor:

"Es una pasión mía trabajar con indígenas porque ellos nos reducan. Creo que ellos serían los únicos que se van a salvar si el neoliberalismo se mantiene en hacer puro dinero. Y ellos me enseñaron en estas ceremonias que hicieron, porque vienen a pedir, en sus respectivos idiomas, por sus hijos, sus hermanos, sus padres, su pueblo, su cultura, su país y el mundo, paz con justicia y dignidad, aunque se crea que lo copiaron del EZLN.

"Yo no dirijo nada de sus ceremonias, sino que no se caigan de ahí, un orden, ver qué necesitan. Raquel Sosa le metió ganas porque esta es la cuarta edición pero es la primera vez que vinieron representantes de las 63 culturas indígenas del país.

"Pensemos lo que pensemos, estos son nuestros orígenes, que no están divorciados ni peleados con lo que somos ahorita los mestizos. Sencillamente están en lo suyo y quieren recuperar su cultura. Y en el arte vivo tienen teatro, espectáculos, conciertos, ceremonias, danzas, música.

"La condición que pongo y que ponen ellos, es que los indígenas no deben ser marginados, violentados, ni empobrecidos ni jodidos como están hasta ahora. Y el gobierno no conoce nada de su arte."

En otro momento, Martínez Medrano ha explicado que desde la Conquista en México, la clase en el poder consideró sólo como "bellas artes" las manifestaciones europeas y mestizas, y condenó las expresiones indígenas a resguardarse bajo la etiqueta de "arte popular", señalando la cauda discriminatoria de las autoridades y la clase media de aquel entonces.

Recordó que en México existen unas mil 200 fiestas y ceremonias indígenas que se llevan a cabo "lejos de la barbarie imaginada y difundida", las cuales logran sobrevivir más allá de la falta de respeto, la Colonia, la invasión y la ignorancia. "Pero sobre todo son manifestaciones que necesitan un espacio de difusión y promoción, al que no se le designe como recinto de 'artes populares', sino como de arte, de arte vivo".

 
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