Usted está aquí: sábado 18 de marzo de 2006 Opinión A sangre tibia

Leonardo García Tsao

A sangre tibia

Según los maledicientes, para aspirar a un Oscar este año era necesario haber producido una película biográfica, de crítica social o tema gay. De alguna manera, Capote logra reunir las tres instancias al describir el proceso por el cual Truman Capote (Philip Seymour Hoffman) logró escribir su obra maestra, la crónica novelada A sangre fría, y al hacerlo se condenó a sí mismo.

Antes de ésta, su primera película de ficción, el director Bennett Miller había realizado el documental The Cruise (1998) sobre un irritante guía de turistas que no para de hablar y elogiarse a sí mismo. Puede decirse que su enfoque no ha variado mucho, pues su retrato de Capote es el de un narcisista utilitario que supo detectar, en un caso de crimen verdadero, el potencial de un éxito literario. El escritor se interesa en principio por el asesinato de la familia Clutter, ocurrido en Kansas a finales de los años 50. Sin embargo, según sugiere el guión de Dan Futterman, es al conocer a los asesinos, Dick Hickok (Mark Pellegrino) y Perry Smith (Clifton Collins Jr.), y encandilarse con el segundo, que Capote encuentra el punto nodal de su proyecto. La postura egoísta del escritor lo llevará a regocijarse cuando los culpables son condenados a muerte, facilitándole un final apropiado a su libro.

Con una monotonía dramática, que es igualmente visual, la película muestra el amoral desempeño de Capote mientras manipula a los asesinos, a sus colegas -la novelista Harper Lee (Catherine Keener)- y a su editor William Shawn (Bob Balaban). Al mismo tiempo, Miller enfrenta dos aspectos de la vida estadunidense, con la consabida condena del esnobista medio literario neoyorquino en contraste con la teórica autenticidad del medio provinciano de Kansas (por ejemplo, Capote presume a los policías payos su bufanda de Bergdorf Goodman; en respuesta, uno de ellos le muestra su traje marca Sears Roebuck). El relato concluye que, en su consagración, el escritor encontró también su merecida penitencia. Un letrero informa que Capote murió a consecuencia de una congestión alcohólica y no volvió a publicar otro libro (dato falso, pues, ¿qué cosa es Música para camaleones, editado en 1980?).

Lo que sostiene a Capote es, como lo refrendan los premios, críticas y boletines publicitarios, la virtuosa encarnación de Hoffman en el papel titular. Quienes conocieron al escritor han mencionado la reproducción exacta de los gestos de Truman Capote, sus manierismos, su pueril forma de hablar. No se trata sólo de un minucioso acto de mímica. El mero empleo de una mirada esquiva le basta al actor para revelar el conflicto interno de su personaje, consciente de estar traicionando a Hickok y Smith en aras de su proyecto. Su actuación ofrece tantos matices que reduce a los demás personajes a tonalidades de gris.

La principal limitación de la película es la de tantas otras visiones que ha dado el cine sobre el proceso creativo. Por regla general, el artista y su obra son mucho más interesantes y complejos que sus interpretaciones cinematográficas. Nada en Capote -ni la lectura de una larga parrafada- le hace justicia al libro y su incalculable influencia en el estilo de relatar hechos reales como si fuera ficción. Inclusive, la adaptación dirigida por Richard Brooks en 1967 es una aproximación bastante más válida a la perspectiva del escritor y a los personajes por él descritos. Que el artista resulte ser un humano moralmente reprobable ya se ha vuelto un lugar común, que Capote no consigue hacer intrigante ni siquiera como chisme.

Capote

D: Bennnett Miller/ G: Dan Futterman, basado en el libro de Gerald Clarke/ F.en C: Adam Kimmel/ M: Mychael Danna/ Ed: Christopher Tellefsen/ I: Philip Seymour Hoffman, Catherine Keener, Clifton Collins Jr., Chris Cooper, Bruce Greenwood/ P: A-Line Pictures, Cooper's Town Prods., Infinity Media. EU, 2005.

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