Usted está aquí: sábado 18 de marzo de 2006 Opinión Y se abrieron las grandes alamedas

Gonzalo Martínez Corbalá*

Y se abrieron las grandes alamedas

Ampliar la imagen Imagen de archivo de Bachelet junto a un grupo de niños en el acto con que se celebró en Santiago la asunción de la socialista al poder Foto: Ap

Con fundamento en el artículo 27 de la Constitución de la República de Chile, siendo presidente del Senado Eduardo Frei Ruiz-Tagle, por medio del oficio número 66 de 2006, y de la Ley Orgánica 18,460 y del 18,700, el secretario del Congreso proclamó presidenta de Chile a la señora Michelle Bachelet. Enseguida, Frei Ruiz-Tagle le puso la banda presidencial a la señora Bachelet, y el presidente Ricardo Lagos puso la "piocha" tradicional a la banda, y se desató la ovación más larga y entusiasta que hasta ese momento se había escuchado, quizás sólo comparable a la que recibió Lagos cuando ingresó en el recinto parlamentario al Salón de Plenarias, la cual duró varios minutos, desde que fue recibido por las comisiones designadas de reja y pórtico, en las que destacaba la presencia de la diputada Isabel Allende, no sólo por ser hija de Salvador Allende, sino por su presencia en la Legislatura en la que acababa de prestar juramento minutos antes de que se llevara a cabo la sesión plenaria, conjuntamente con el Senado, en la Cámara de Diputados que está ubicada junto, detrás del Salón de Plenarias.

No todo el mundo aplaudió con el mismo entusiasmo. Junto a mí estaba sentada una elegante, atractiva y joven señora, que sí lo hizo cuando ingresó en el recinto Condoleezza Rice, puesta de pie y gritándole vivas, pero no así a Lagos ni a la presidenta Bachelet. Es más, únicamente vitoreó con entusiasmo a la secretaria de Estado estadunidense, y no volvió a aplaudir hasta que bajó apresuradamente de las empinadas tribunas desde donde presenciábamos el solemne acto que marcaba un hito en Chile y en América Latina, apenas terminado el ceremonial correspondiente, para reunirse con el compañero diputado o senador al que llamaba con frecuencia por teléfono celular.

Fue muy entretenido el largo tiempo que transcurrió desde que pasamos por un acceso especial de la Cámara de Diputados, después del juramento de la Legislatura, al recinto de las reuniones plenarias. Cuando el presidente Evo Morales ingresó por la puerta lateral, fue motivo tanto de aplausos como de búsqueda por parte de diputados, senadores y funcionarios que ya estaban allí, de pie en el ancho pasillo que se formaba por entre las 30 curules en fila, una frente a la otra, en las que estaban sentados los parlamentarios más importantes -mezclados con los miembros del gabinete saliente y del entrante-, no todos en las primeras filas; en ellas sí estaba, por ejemplo, el nuevo ministro del Interior, Andrés Zaldívar, quien hace seis años le puso la banda presidencial a Ricardo Lagos y ahora encabeza el gabinete de Michelle Bachelet. Como parte del ceremonial chileno, una vez tomado el juramento por el ministro del Interior, lo hace a continuación con el resto del gabinete para después, formados todos los ministros frente al presidium, pasar a firmar y a recibir su nombramiento de parte de la presidenta, con lo que se da por terminado el acto pues no hay discurso del mandatario recién nombrado, quien hace sus primeros pronunciamientos desde el balcón del Palacio de la Moneda, inmediatamente después de trasladarse de la ciudad de Valparaíso a Santiago. La ubicación del Congreso en este bellísimo puerto, desplazándolo de la capital del país sudamericano, viene solamente de los tiempos del régimen de Pinochet para acá, y todavía no hay pleno y generalizado consenso acerca de que sea ésta la mejor ubicación.

Fue también motivo de gran expectación la entrada de Hugo Chávez al Salón de Plenarias, vestido de traje azul y con corbata roja, prodigando apretones de manos y abrazos a parlamentarios y a otros jefes de Estado que ya habían llegado. Algunos desde el día anterior, como el argentino Ernesto Kirchner y el boliviano Morales, quienes causaron expectación en el lobby del hotel Sheraton, en donde se hospedaron; allí también saludamos al uruguayo Enrique Iglesias, ex director por muchos años del Banco Interamericano de Desarrollo, quien fue director de la Cepal en los días del golpe de Estado pinochetista, y con quien estuvimos haciendo algunos recuerdos de esos tiempos. Ocupa ahora otra importante función en una organización internacional, por nombramiento del secretario general de la ONU, Kofi Annan.

Chávez fue muy cuidadoso de los pasos que daba dentro del Salón de Plenarias, pues estuvo todo el tiempo pendiente del momento en que ingresaba Condoleeza Rice. Era demasiado evidente que ambos personajes trataban de no encontrarse frente a frente: ella entró por una puerta lateral, por donde antes había ingresado Evo Morales. Probablemente estuvo conversando con el mandatario boliviano en el salón de donde provenían, mientras que en el caso de Chávez éste hizo un giro muy hábil para no encontrarse de frente con la secretaria de Estado. En todo caso, el gobernante venezolano estaba sentado en la primera fila de los curules, entre los jefes de Estado -como era natural-, y Rice en la segunda o tercera fila, de acuerdo con su rango. Debe haber quedado cerca del secretario de Relaciones Exteriores de México, Luis Ernesto Derbez, quien asistió a la ceremonia en representación del gobierno de nuestro país.

Yo había llegado al salón de sesiones de la Cámara de Diputados acompañando a Isabel Allende, quien iba a prestar juramento, relecta en el vigesimonoveno distrito que representa, en compañía, también, del presidente de Cataluña, Pasqual Maragall, quien arribó a Santiago después de unos vuelos maratónicos y tras haber dormido muy poco pues había viajado directamente de Barcelona al Matto Grosso, en Brasil, para condecorar al obispo -catalán de origen- Pedro Casaldáliga, de gran prestigio en la región por haber dedicado su vida a asistir a los indígenas de Sao Felix de Araguaya.

En todo caso, la presencia en el presidium del Congreso de Frei Ruiz-Tagle, ex presidente del país y quien sucedió a Patricio Aylwin -primer mandatario de la transición democrática tras la salida de Pinochet, el 10 de marzo de 1990, del Palacio de La Moneda, como consecuencias del plebiscito en que fue derrotado en su pretención de permanecer en el poder-, quien gobernó por cuatro años y estaba también presente en el acto de toma de posesión de Bachelet; y por supuesto, a la izquierda de la presidenta chilena se ubicaba Ricardo Lagos, y a su derecha el titular del Senado, quien en Chile preside las sesiones del Congreso general, a diferencia de lo que sucede en México, que son encabezadas por el presidente de la Cámara de Diputados. Todo lo anterior fue considerado un signo evidente de unidad política.

De allí la presidenta Bachelet se trasladó a Santiago, donde -ya en la Moneda- en su primer discurso afirmó que "no queremos repetir los errores del pasado", y puso especial acento en la reconciliación de todos los chilenos de diferente signo político. "Hoy soplan vientos distintos", dijo al referirse a la superación de los vicios que dejó el régimen pinochetista, ante una multitud que la vitoreaba en la Plaza de la Constitución, justo frente a La Moneda, por donde salió el cadáver de Salvador Allende, horas después de haber hecho la famosa afirmación en su alocución por radio, ya acosado por el bombardeo de los Hawker Hunter que descargaban sus misiles sobre el palacio presidencial -se dice que eran piloteados, algunos de ellos, por aviadores estadunidenses-, con la que al parecer daba por terminada dramáticamente no sólo su presidencia y su gobierno, sino también su vida, de que "se abrirán las grandes alamedas por las que pasarán los trabajadores y el pueblo libre", y no es otra cosa lo que se está reafirmando en Chile con el arribo a la primera magistratura del país de la presidenta Bachelet, al suceder a los gobiernos democráticos de Patricio Aylwin, Eduardo Frei Ruiz-Tagle y Ricardo Lagos, todos ellos de diferente filiación política.

El Himno Nacional chileno dice en su parte final: "o la tumba será de los libres, o el asilo contra la opresión, o el asilo contra la opresión". Allí, en el Salón de Plenarias del Congreso chileno, donde se cantaba con tanto fervor patriótico, estaban quienes, como Michelle Bachelet, perdieron a su padre, el general de la Fuerza Aérea de Chile Alberto Bachelet, preso, torturado y asesinado, y Salvador Allende, muerto en las condiciones más trágicas imaginables, y quienes, como ella y su madre, la arqueóloga Angela Jeria, se vieron en la necesidad de sufrir el asilo contra la opresión, en diferentes circunstancias por supuesto, pero en ambos casos el Himno Nacional se hizo una trágica realidad para ellas. Pero ahora, asimismo, lo último que dijera Allende, ya acosado en la traición del golpe de Estado, se está haciendo una prometedora realidad, porque se han abierto las grandes alamedas con la primera mujer que ocupa la Presidencia de la República en Chile y en América Latina, en un acto sólidamente republicano que es consecuencia de la congruencia democrática de los tres gobiernos anteriores, en los que Ricardo Lagos tiene un lugar muy destacado.

* Embajador de México en Chile durante el gobierno del presidente Salvador Allende.

 
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