Usted está aquí: lunes 13 de marzo de 2006 Opinión Monopolios

León Bendesky

Monopolios

Ampliar la imagen Guillermo Ortiz FOTOFranciscoOlvera

La falta de productividad es uno de los grandes obstáculos para el crecimiento de la economía; de ella se deriva la capacidad de las empresas para competir en el mercado. En el Informe sobre la inflación de septiembre de 2005, el Banco de México (Banxico) expuso la pérdida significativa de participación de los productos mexicanos en los mercados mundiales.

Las exportaciones mexicanas llegaron a su nivel máximo de 2.6 por ciento en 2000 y cayeron a 2 por ciento en 2004; mientras tanto, la proporción de China pasó de 3.5 a 6.5 por ciento. En el caso de Estados Unidos, adonde van 90 por ciento de exportaciones del país, la participación de México pasó de 6 por ciento en 1990 a 10.2 en 2005; la de China, de 3 a 14.2 por ciento.

Señalaba el informe que la caída de participación representó una pérdida de más de 27 mil millones de dólares el año pasado, valor que equivale a 15 por ciento de las exportaciones no petroleras, lo que da cuenta de uno por ciento menos en la tasa de crecimiento del producto.

Las pérdidas en las exportaciones abarcan sectores claves como el automotriz, electrónico y textil. Frente a China se ha perdido competitividad en todos los productos, pero en 101 países las exportaciones a Estados Unidos crecieron más y 84 de estas naciones elevaron su participación en ese mercado, mientras la mexicana se reducía.

Estas consideraciones han sido repetidas por Guillermo Ortiz en diversos foros, incluido un seminario organizado hace días por la Cámara de Diputados. Ahí Ortiz arremetió contra la falta de competencia, que se aproxima en varios sectores a una condición de monopolio.

La falta de competencia es un factor que repercute de modo adverso en la productividad y, de ahí, en la capacidad de penetrar los mercados y mantenerse en ellos; en una economía abierta esto afecta tanto el mercado interno como las exportaciones. El impacto se aprecia, sobre todo, en los niveles de precios de bienes y servicios, cuya oferta está controlada por empresas con amplio poder de mercado, es decir, que pueden fijar sus márgenes de ganancia por arriba de los que regirían en un entorno de mayor competencia. Esto es lo que se llama grado de monopolio.

La carga de una estructura monopólica en el mercado se impone, por supuesto, sobre los consumidores, ya sean intermedios o finales, individuos o empresas. Este es, entonces, un mecanismo que distorsiona el funcionamiento de los mercados, incrementa los costos y provoca la ineficiencia en la asignación de los recursos. También contribuye a una mayor concentración del ingreso, de la riqueza y los privilegios en muy pocas manos.

Un caso notorio de falta de competencia en esta economía es el sector de las telecomunicaciones. Ortiz mostró que en México los precios de las tarifas de teléfono e Internet están entre las más caras de los países de la OCDE. En el caso de la telefonía fija, la empresa dominante, Telmex, controla 94 por ciento del mercado y en la telefonía móvil, Telcel, tiene 80 por ciento. Este control casi monopólico del mercado se extiende al acceso a Internet, transferencia de datos, banda ancha y servicios de voz.

El control prácticamente completo de este sector proviene de la venta del anterior monopolio estatal, en el gobierno de Carlos Salinas, a una empresa privada controlada por Carlos Slim. Este es un caso evidente de deformación del mercado, que debe ser casi único en los registros de las que, se supone, son economías abiertas y menos reguladas.

Si un monopolio estatal debe justificarse de manera económica, fiscal y social, no existe ninguna justificación para crear monopolios privados.

La renta que se deriva de este monopolio ha significado una enorme transferencia de recursos de los consumidores al grupo que controla las empresas dominantes de telecomunicaciones en el país. En un reciente artículo publicado en The Wall Street Journal (Mary A. O'Grady, 10/02/06), se pone de relieve esta circunstancia como elemento crucial de la reducida competitividad de la economía mexicana. Incluso se señala la protección que el monopolio recibe del gobierno, concretamente del titular de la Secretaría de Comunicaciones y Transportes, antes funcionario de Telmex, Pedro Cerisola, completamente apocado luego del fiasco del aeropuerto de Atenco, que detiene a rajatabla cualquier intento, por ejemplo, de la menguada Comisión Federal de Telecomunicaciones para abrir el sector.

Es notoria la manera como las discusiones sobre el estado de la productividad, las reformas y la modernización en la economía tienden a dejar de lado el asunto de la falta de competencia, especialmente en este sector. Por ello llama la atención la cruzada para aumentar la competitividad que encabeza el empresario Carlos Slim Helú.

El Pacto de Chapultepec, que promueve activamente, tiene contradicciones esenciales, además de representar un conflicto de intereses con Telmex y sus empresas asociadas; en este tipo de elecciones representa hasta una presión política para quien encabece el gobierno el final de este año.

La coherencia es un elemento básico para enderezar el curso de esta economía y modificar la rigidez social que la caracteriza, sobre todo cuando se han acumulado y se siguen creando distorsiones graves en el uso de los recursos públicos y la apropiación privada de las ganancias en actividades claves de la producción, los servicios y el financiamiento.

 
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