![]() NOÉ MORALES MUÑOZ. ANTÍGONA Habría que leer y escuchar, siempre, la poesía de José Watanabe (Laredo, Perú, 1946). Se trata de uno de esas voces indispensables que se hacen vigorosas a partir, precisa y paradójicamente, de todo aquello que otras mentes estrechas suponen débil: las pequeñas cosas, la cotidianidad, los retruécanos íntimos de la quietud, la contemplación de la naturaleza, etcétera, vertiente que se complementa con otra recargada hacia lo erótico y lo sexual, hacia la exploración gozosa del cuerpo como germen de placer carnal y espiritual, todo lo cual lo ha hecho ir a contrapelo de una generación que supo irrumpir con fuerza, con una poesía de fuerte aroma político y social, en la escena poética peruana de los setenta, período de represiones y violencias varias.
Poema dramático en el mejor de los sentidos, Antígona ha sido estrenada en varios países latinoamericanos (Perú y Argentina entre ellos) respetando la propuesta del autor: un monólogo en veintidós escenas para una actriz que encarne a la hija menor de Edipo y Yocasta. Miguel Ángel Rivera, director de origen peruano y titular de la compañía El Teatro del Mar, aprovecha la absoluta libertad que ofrece el texto de Watanabe y ha repartido (más que escindirlos o fragmentarlos) los parlamentos entre los cuatro intérpretes que llevan a escena la obra, que ofrece funciones en el Teatro Juan Ruiz de Alarcón de la unam. Son Guillermina Campuzano, Clarissa Malheiros, Gabino Rodríguez y Gerardo Trejoluna quienes incorporan la voz del poeta de origen japonés, habitando el espacio dispuesto por Xóchitl González (atípico y asimétrico, una especie de trapecio en desnivel, que habilita una total apertura de movimientos, acaso traicionado por la dimensiones de un teatro tan grande) con fuerza y reciedumbre, y tratando de aterrizar escénicamente la propuesta dramática de Watanabe. Rivera diseña una puesta que se sirve de la fuerza del lenguaje del texto pero que a la vez, como no podía ser de otra manera, denota autonomía: la división de los diálogos no pretende asignar a cada actor un personaje, sino que ayuda a potenciar la poesía y otorga mayor significado a las múltiples acciones emprendidas por el elenco. El resultado es desnivelado, no exento de momentos intensos y emocionantes, y otros mucho menores, consecuencia acaso de la saturación de movimientos y de acciones físicas, pero también de las desigualdades del reparto (la prestancia corporal y vocal de Trejoluna y la potencia enunciativa de Campuzano frente a la intermitencia de Rodríguez y Malheiros). Es indudable que hay una absoluta apropiación de los postulados temáticos y una construcción firme de la ficción; lo que parece haberle faltado a Rivera sería una mayor confianza en la palabra, en esa que él mismo eligió llevar a escena por razones que no pueden sino compartirse. |