La Jornada Semanal,   domingo 12 de marzo  de 2006        núm. 575


HUGO GUTIÉRREZ VEGA

INSTANTÁNEAS DE MONTALE (I DE IV)

En septiembre de1964 fui a Milán con el único objeto de conocer a Eugenio Montale, el poeta, el ensayista, el cronista musical de II Corriere della Sera. Un amigo común, Enzo Biagi, que compartía nuestra admiración por Italo Svevo, me arregló la cita y me advirtió que fuera muy cuidadoso con las palabras, pues Montale tenía fama de persona de trato difícil, debido a su carácter introvertido y a su gusto por la claridad y la precisión.

Me recibió en la sala de su casa, me ofreció un cigarrillo de tabaco rubio y un café y me observó con amabilidad. Hablamos de Svevo y de lo poco que era conocido en el mundo de la lengua española. Reímos al recordar los esfuerzos por dejar el cigarrillo realizados por el pobre Zeno y recitamos de memoria el discurso final de la novela, ese conjunto de premoniciones svevianas sobre la guerra moderna y su nebulosa primordial. Desde ese momento fui admitido en el círculo montaliano, en el pequeño cenáculo del que hablaba Bonsanti y que en los treinta se reunía en torno a la mesita de mármol ubicada en un extremo del café Giubbe Rosse.

Hablamos un poco sobre literatura en español. Recuerdo los nombres de Garcilaso, San Juan de la Cruz, Góngora, Quevedo, Juan Ramón Jiménez, Bécquer, Rosalía de Castro, García Lorca, Darío, Reyes y Neruda. Su conocimiento de Bécquer era profundo y minucioso.

Le entregué tres libros: la poesía de Ramón López Velarde, Muerte sin fin, de Gorostiza y Hora de junio, de Pellicer. Unos meses después me comunicó por teléfono su entusiasmo por los tres poetas y su deseo de conocer más poesía escrita en México. Le mandé otros libros y algunos ensayos sobre la literatura moderna de Latinoamérica.

No hablamos mucho de poesía italiana, pero contestó con gusto mis preguntas sobre Cardarelli y Saba y noté cierta prudente reticencia al hablar de Ungaretti y Quasimodo. El resto del tiempo lo ocuparon Fóscolo y su amistad con Dionisio Solomós, el joven padre de la poesía en griego demótico; Leopardi y la emocionante perennidad de sus cantos, y el Carducci que anunció al archiduque Maximiliano los peligros ocultos tras el trono imperial mexicano: "Massimiliano non te fidare.."

Cuando le pregunté sobre la utilidad de la poesía, me contestó que, al igual que la música, era un desahogo individual y, para algunos, una especie de confesión. No le encontraba utilidad inmediata alguna, pero sí una especie de pureza debida, en gran parte, al escaso interés que despertaba en los comerciantes del libro.

Recuerdo la pequeña terraza llena de plantas de su casa milanesa, ubicada en el núm. 15 de la calle Bigli. Los libros ocupaban casi todas las paredes y había algunos cuadros pintados por amigos y por el mismo Montale que era un pintor aficionado muy interesante. Durante la entrevista fumó constantemente y cuando hablamos de Zeno y de los U.C. (último cigarrillo) que con tanta frecuencia aparecían en las páginas de su diario, Montale miró con curiosidad el cigarrillo que sostenía con la mano derecha y dejó de reír. Por esos días le diagnosticaron la bronquitis crónica que le llevaría a la tumba en 1981, diecisiete años después de nuestra entrevista.

Vi sobre la mesa de la sala unos libros de Croce: La historia de Italia de 1871 a 1915 y La historia de Europa en el siglo xix, y le pregunté por el filósofo que, con cierta coquetería, se presentaba como "un simple escritor napolitano". Me dijo que el Croce que más le interesaba era el de los últimos años. Su idea del mal como una fuerza individualizada que la voluntad moral del hombre podía contrarrestar y dirigir hacia el bien fue, en su opinión, fundamental para orientar los primeros vacilantes pasos de una Italia recién salida del fascismo. Montale había firmado, en 1925, el manifiesto de los intelectuales antifascistas de Croce y siempre fue visto con desconfianza por el gobierno, tanto por su negativa a inscribirse en el partido como por sus amistades. En 1937 su nombre apareció en la lista de los "ciudadanos sujetos a vigilancia especial" y tuvo que firmar una declaración en la que admitía haber criticado al partido, para evitar el destierro. En 1938 lo expulsaron del Gabinete Viesseux, institución cultural de gran prestigio en Lombardía, por no tener la credencial partidaria. Esto lo obligó a sobrevivir, con grandes dificultades, haciendo traducciones y publicando colaboraciones no firmadas en varios periódicos. Durante la ocupación alemana, en el invierno del ’43, escondió en su casa a Umberto Saba y a Carlo Levi y, en compañía de Mosca, se refugió en la casa de Ranuccio Bianchi, en el verano del ’44. No le gustaba hablar sobre esos temas, pues tenía la memoria herida. No le divertía, además, hablar sobre su vida y su obra. Prefería abundar en sus admiraciones y deslumbramientos, en la obra de los escritores que amaba y, sobre todo, en la música que daba sentido a su vida y a sus trabajos.