Usted está aquí: lunes 6 de marzo de 2006 Capital Irene y María Cristina: jefas policiacas a pesar de "las piedritas en el camino"

Coinciden en que persisten machismo y estereotipos sobre actividades de la mujer

Irene y María Cristina: jefas policiacas a pesar de "las piedritas en el camino"

MIRNA SERVIN VEGA

Irene Aguilar se puso un uniforme de policía del Distrito Federal a los 17 años de edad, con tal de realizar su sueño de ser piloto y paracaidista. Ser jefa de un sector policiaco en la ciudad le llevó 33 años de servicio. Se hizo en la calle y surcando los cielos. En dos días más, en el Día Internacional de la Mujer, quedará al frente de la primera Unidad de Protección Ciudadana, conformada sólo por mujeres a cargo de labores de tránsito.

María Cristina Morales tiene 30 años de edad y desde hace seis se hizo policía en busca de un empleo fijo. Con un año de experiencia decidió cursar la licenciatura en administración policial y su desempeño académico le valió ser nombrada jefa de sector Yaqui, es decir, la mujer más joven de la corporación en obtener un grado con esa jerarquía.

Ambas reconocen que a pesar de todas "las piedritas en el camino" que han debido sortear para desempeñarse como mujeres policías con altos grados, las oportunidades profesionales han mejorado en las últimas dos décadas.

Al contrario: prevalecen los estigmas sociales y culturales que las pusieron en la disyuntiva de crecer profesionalmente o ser relegadas como esposas, cumplir como madres y desempeñar un papel tradicional.

Irene es hija de militares y cuando estaba en su tierra natal, Zapopan, Jalisco, ya veía los aviones en el cielo que quería surcar. Sus hermanos se reían por que "esas eran cosas de varones". Su padre practicaba boxeo con sus hermanos y le decía que esas no eran actividades para ella, que las mujeres estaban para que las mantuvieran.

Años más tarde, su rostro de adolescente aparece en una foto sepia que ella misma muestra, donde luce su indumentaria de paracaidismo. Era 1972.

A pesar de que el uniforme durante su primer evento en el Zócalo de la ciudad, era una falda muy pequeña, Irene recuerda que las trataban con respeto y los piropos eran: "a quién tengo que asaltar para que me lleves preso".

Se preparó para ser piloto de helicópteros, pero varios años la confinaron como radioperador paramédico, sin oportunidad de pilotear, aun tendiendo un diploma y experiencia; "pero llegaban otros civiles hombres y luego luego les enseñaban y subían a pilotear".

En la Escuela Mexicana del Aire, le decían que iba a salir llorando en unas semanas; inclusive pensaban que si estaba en la escuela era porque iba de espía.

"Cuando salíamos a vuelo, siempre iba al mando un piloto y a mi sólo me dejaban ser copiloto".

Conjugar maternidad y entrenamiento

En toda su trayectoria, Irene Aguilar tuvo que sortear la maternidad con su entrenamiento. Tenía cinco meses de embarazo de su primera hija y saltó de un paracaídas; en el segundo embarazo practicaba natación y alpinismo y en el último trabajaba de rescatista.

Estos sucesos, dice, le sirvieron como aliciente para hacerlo mejor. "No medimos músculos sino capacidad. El trabajo de la mujer policía es super maratónico, tenemos que manejar un arma y las emociones por más fuertes que sean".

Sentada junto a quien fue su maestra, Cristina Morales la escucha con atención, y acepta que su ascenso profesional fue diferente, pero no su paso frente al machismo y estereotipos sobre las actividades de la mujer.

Cuando tenía 24 años, ya tenía dos hijos de cinco y siete años, el bachillerato concluido y sólo era contratada para trabajos eventuales en tiendas departamentales, como edecán o demostradora e incluso en una gasolinera. Así que cuando llegaban los aguinaldos y vacaciones de su entonces marido, quien trabaja como policía sectorial, vio en la corporación policiaca una opción de empleo formal, "ya luego le agarra a uno la pasión por el trabajo".

Hizo sus cursos y exámenes con la advertencia marital que si no pasaba alguno, regresaba a su casa, pues el plan original era que concursara por una plaza administrativa y no operativa.

Cuando aprobó todos los exámenes, la condición para entrar a la policía capitalina cambió a la de hacerse cargo de su familia igual que siempre, a pesar de sus nuevos horarios y obligaciones.

Así que empezó a trabajar en octubre de 1999 con el apoyo de su suegra quien le cuidaba por ratos a los hijos y siempre le decía que la mujer debía tener un lugar importante tanto en la familia como en lo laboral y que ambas se podían compartir.

"El siempre tenía la esperanza de que yo no trabajara, así que cuando le avise que tenía los resultados, primero pensó por mi voz que no me había quedado y me dijo que lo íbamos a superar, pero yo le conteste que quien lo tenía que superar era él, porque sí me había quedado".

Un año después, los dos entraron al Instituto de Formación Profesional de la Secretaría de Seguridad Pública del DF y acordaron superarse, pero él fue expulsado antes de concluir, debido a los problemas ocasionados en el lugar derivado de sus celos.

"Hubo un tiempo en que tenía que salir escondida del instituto en una cajuela de un auto, porque me iba a vigilar", cuenta María Cristina.

Al convertirse en la mejor alumna de su generación y obtener un puesto como jefa de sector, las dificultades no disminuyeron con el personal que ahora estaba bajo su mando. "Un comandante me dijo 'tu puedes ser mi hija, que me vas a venir a enseñar".

Ahora ambas tienen cada vez menos dificultades para desempeñar su trabajo en puestos de mando y reconocen que la preparación académica ha hecho una diferencia en su carrera laboral. Sin embargo, coinciden que son las propias mujeres, en la carrera que sea, quienes necesitan alzar la voz para realizar sus propios sueños, aunque aún tengan que estar demostrando frecuentemente su capacidad.

 
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