Usted está aquí: domingo 26 de febrero de 2006 Sociedad y Justicia EJE CENTRAL

EJE CENTRAL

Cristina Pacheco

Los poderes de la Luna

Ampliar la imagen La deidad mexica * La Jornada

Tras 500 años en el subsuelo Coyolxauhqui volvió a la luz el 28 de febrero de 1978. Con su nueva presencia, la Diosa de la Luna -hija de Coatlicue, hermana de Huitzilopochtli y las estrellas- nos devolvió otra parte de nuestro pasado indígena y modificó el rumbo de los estudios arqueológicos.

El arqueólogo Raúl Arana, quien tuvo el privilegio de identificar el hallazgo más importante del siglo XX en el Valle de México, considera que todo lo que rodea a Coyolxauhqui es mágico: "Ella decidió el momento de reaparecer y creo que también eligió a la persona que debía identificarla. Pudieron ser muchas otras, pero una serie de circunstancias desembocaron en nuestro encuentro. A partir del 21 de febrero el ingeniero Orlando Gutiérrez trató de informar a las autoridades del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) acerca del hallazgo hecho por los trabajadores de la Compañía de Luz y Fuerza del Centro en el cruce de las calles Guatemala y Argentina.

"En el INAH chocó varias veces con la burocracia -'no hay quien lo atienda en este momento', 'ésta no es la oficina adecuada', 'vuelva otro día'- y no obtuvo respuesta. Por fin alguien le sugirió que se presentara en las oficinas de Salvamento Arqueológico, donde yo estaba coordinando la segunda etapa de las excavaciones en el Metro.

"En Salvamento Arqueológico todo el personal se retiraba a las tres de la tarde, pero el día 23 me quedé a terminar un trabajo. A las cinco de la tarde se presentó el ingeniero Gutiérrez. No había nadie más que yo para atenderlo. Me explicó el motivo de su visita: los trabajadores de la Compañía de Luz habían encontrado algo y necesitaba que un especialista lo viera y determinara su valor. El asunto me interesó y prometí acudir al sitio del hallazgo. El ingeniero Gutiérrez me aclaró que él y su equipo trabajaban de las 11 de la noche a las 4 de la mañana, porque sólo en ese horario podían levantar los tablones por donde circulaban los coches y autobuses durante el día."

II

Sin imaginar de qué podría tratarse, Raúl Arana acudió al lugar de la cita a las 11 y media de la noche del 23 de febrero: "Por más que me esfuerce, nunca lograré precisar todo lo que sucedió en unos cuantos minutos a partir del momento en que, con la librería Robredo a mi espalda, me incliné sobre la excavación. Se veía sólo un trozo de la parte derecha del monolito decorado con relieves de siete y ocho centímetros que sobresalían del fango entre restos de pintura roja, azul y blanca.

"Aun cuando ese fragmento del hallazgo todavía no me revelaba nada, al verlo sentí que me alejaba en el tiempo y me perdía de mí mismo. Permanecí callado durante algunos minutos que me parecieron una eternidad. El ingeniero Gutiérrez preguntó mi opinión sobre el descubrimiento. Le dije la verdad:

"Imposible afirmar nada, pero ya que nos encontrábamos en la parte principal del Templo Mayor, era probable que el hallazgo tuviera un significado especial. De ser así influiría, entre otras cosas, en la declaratoria del Centro Histórico, que ya estaba en estudio."

Entre el día del descubrimiento y la fecha en que se hizo su declaratoria oficial, el 28 de febrero, flotaron las especulaciones y después los rumores: "Como al principio únicamente se veían en el monolito una mano, un hombro y parte de un penacho, todo el mundo pensó que íbamos a encontrar una deidad masculina. Nadie siquiera imaginó que pudiera tratarse de una mujer guerrera, de una hermosísima deidad femenina. Después de que la identificamos no faltó quien pensara que aquella aparición presagiaba males y peligros. En eso también nos equivocamos: Coyolxauhqui nos entregó los dones de su belleza y un mensaje escrito en ellos por los antiguos mexicanos."

III

Además de las eventualidades que lo acercaron a Coyolxauhqui, Arana considera que existen otras pruebas de que la diosa diseñó todas las circunstancias y puso en práctica su naturaleza y sus dones:

"Desde la magia que envolvió el primer encuentro hasta la hora de la exploración total, cada parte del proceso tuvo que ver con la deidad que Coyolxauhqui representa: la Luna. Ella quiso que así fuera, aunque también coadyuvaron las circunstancias del momento.

"La expectación que provocó fue extraordinaria. A toda hora llegaban al Templo Mayor periodistas, fotógrafos, multitudes de curiosos, intelectuales, actores, actrices, políticos. En esas condiciones era difícil trabajar, así que decidimos seguir las investigaciones de las 11 de la noche a las cinco de la mañana.

"Abrigados por la oscuridad y ante la vigilancia de sus hermanas las estrellas, Coyolxauhqui fue revelándonos, durante los tres meses de exploración, su trágica belleza y entregándonos un mensaje a través de sus tesoros. Sacamos las ofrendas asociadas a la escultura: cuatro grandes cistas o cofres de piedra, cada uno correspondiente a un punto cardinal, con gran diversidad de objetos bellísimos de piedra, concha, cerámica y metal. También tropezamos con objetos de uso ornamental y, lo más importante, cráneos decapitados: ofrendas a la diosa de la Luna quien, a su vez, había sido decapitada por su hermano Huitzilopochtli, el dios solar y guerrero más importante para los mexicas."

La noche del 28 de febrero, cuando el grupo de arqueólogos encabezado por Arana logró la identificación plena de la diosa, Coyolxauhqui dibujó en el cielo otra señal de sus poderes: "Era una noche fresca, preciosa, oscura. Catorce compañeros, entre maestros y alumnos, contemplábamos a la diosa, esperando no sabíamos qué. De pronto Carmen, mi mujer, nos pidió que levantáramos los ojos al cielo: en el centro brillaba la Luna llena que se convirtió en el espejo de Coyolxauhqui. Bajo el brillo lunar, de tan hermoso casi irreal, la deidad fue haciéndose más visible, más verdadera hasta mostrarnos sus esplendorosos atributos de mujer.

"Unidos por la misma emoción, nos quedamos toda la noche contemplando cómo iban apareciendo rasgos, detalles que nos acercaban al misterio de la diosa. La revelación se prolongó hasta que surgieron los primeros rayos de sol. Entonces, según aclaraba el amanecer, la Coyolxauhqui fue borrándose, retrayéndose en sí misma, desvaneciéndose lentamente hasta que se esfumó y todo pareció un sueño."

IV

La magia y el misterio habían desaparecido bajo el peso de la realidad que se expresaba con cláxones, motores, pasos, gritos. El grupo de estudiosos tuvo una breve sensación de pérdida, enseguida compensada por una certeza: Coyolxauhqui había regresado a sus dominios; estaba allí, al alcance de la mano, esperando la noche para reaparecer: "A partir del momento en que vimos a detalle las características del monolito ya no tuvimos duda de que nos encontrábamos ante la diosa que nadie había vuelto a ver desde 1480. La única referencia que teníamos de ella como pieza arqueológica era la cabeza de diorita, encontrada en 1880 en la esquina de Carmen y Guatemala, que está frente al Calendario Azteca en el Museo Nacional de Antropología.

"Apoyados en esa escultura y en los datos que aportaron algunos cronistas, entre ellos fray Bernardino de Sahagún, pudimos identificar plenamente a Coyolxahuqui, la de los cascabeles en el rostro, que mostraba su nariguera de rayos solares, dos orejeras, una banda celeste en la frente, el pelo decorado con plumones preciosos de aves míticas; pero también las señales más importantes: la huella de la decapitación y el cuerpo dividido en seis partes: cabeza, tronco y extremidades."

Coyolxauhqui reapareció con otra herida causada por el peso de la historia y de la ciudad misma: la rajadura que tiene sobre su parte central y atraviesa todo su cuerpo: "Esa cicatriz, que por cierto agrega un toque dramático a la belleza de la diosa, es una herida insignificante si pensamos que el monopolio fue encontrado a una profundidad de apenas dos metros 10 centímetros del nivel de la calle. La integridad de la escultura es otra evidencia de su fuerza, porque sobrevivió durante siglos prácticamente indefensa.

"Cuando los aztecas la sepultaron en la parte central inferior de la escalinata que conducía al templo de Huitzilopochtli, la sellaron con un piso de estuco, de modo que únicamente sobresaliera la superficie, y la protegieron con una capa de 15 centímetros de arcilla muy fina. Desde aquel momento, en 1480, nadie jamás había vuelto a ver a Coyolxauhqui. Los españoles jamás la encontraron y ella permaneció intacta, como una ofrenda al dios solar, esperando el momento de reaparecer.

"Al hacerlo ejercició su influencia sobre el pasado y el futuro: cambió mitos, historias, concepciones, cosmogonías; nos dio nuevos datos acerca de la organización social de los aztecas. Gracias a ella se ampliaron los trabajos en el Templo Mayor, descubierto a principios del siglo XX por el arquitecto Ignacio Marquina. Ese hecho, que modificó el ritmo y la fisonomía del Centro Histórico, permite el diálogo entre el pasado indígena y todas las etapas posteriores de nuestra historia.

"Nos falta por rescatar y leer muchas de sus páginas: están bajo nuestros pies. Tenemos 16 metros de profundidad llenos de vestigios. Allí hay referencias que datan de 1321, pero también pruebas de asentamientos anteriores, vestigios de 500 años antes de la fundación de Tenochitlán."

Todo eso se concentra en un punto que es el corazón de la capital y el país entero. Si perdemos la memoria nos quedaremos también sin porvenir.

 
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