Usted está aquí: miércoles 22 de febrero de 2006 Opinión Fox: consistentes manipuleos

Luis Linares Zapata

Fox: consistentes manipuleos

Por estos movidos días, el presidente Fox intensifica, de manera por demás consistente con su manera de actuar pasada, una intentona para inducir, compulsivamente, la simpatía y el voto de los electores nacionales por la continuidad panista. Don Vicente quiere imponer, mediante abrumadora campaña propagandística, su muy achicada visión de futuro envuelta en una mística de vendedor estrella y gerencial promotor. Los reclamos de los candidatos, de las dirigencias partidistas y la crítica ciudadana han sido ignorados. La reciente reconvención del IFE para que los funcionarios públicos no interfieran en la competencia lleva el rumbo de diluirse en el viento sin escucharse y, menos aún, atenderse en Los Pinos. La decisión está tomada en firme. Todo, hasta rayar en la ilegalidad por conservar el poder, tal como sentenciaban con idéntico talante los priístas de antaño.

En el ya lejano 2003, hay necesidad de recordar ahora, su administración perdió, sin gloria, con pena ajena y sí con igual dispendio la batalla para quitarle el freno al cambio. Fox situó a los votantes de ese año ante lo que terminó siendo un referendo de su desempeño, así como la rotunda negativa del pueblo a satisfacer su deseo de contar con un Congreso a modo. El Presidente, sus estrategas panistas, empresarios aliados y demás auxiliares con micrófono abierto quisieron remover el obstáculo que, según ellos, atascaba el desarrollo, concretado en sendas reformas que debían caracterizarlos. La alternativa del PAN fue ampliamente derrotada en las urnas intermedias. Y la administración de los gerentes naufragó por los siguientes años. Ninguna de sus llamadas reformas estructurales pasó en el Congreso. La inversión y su motor, el ahorro interno, se estancaron en cantidades mínimas. El crecimiento del PIB muestra, al cabo de cinco años, niveles por debajo de la media latinoamericana. El desempleo aumenta sin que pueda disimularse con la informalidad. El número de migrantes es abrumador y genera situaciones de ríspido trato con los estadunidenses. El Presidente perdió gobernabilidad y muchos de los problemas que aquejan al país lo han rebasado con holgura. La reforma del Estado quedó para mejores tiempos, naufragaron las relaciones externas, la sociedad mexicana se volvió todavía más injusta y una cauda de males adicionales cobró densa realidad acicateada por el crimen organizado. Un legado nada propicio para pretender, mediante otra simplona cruzada difusiva, trasladar, mediante voto masivo, el poder a Felipe Calderón, candidato que vaga en busca de una continuidad inasible, al unísono de su ahora mentor.

Los promotores de esa achicada continuidad han escogido algunos cuantos aspectos de su gestión que consideran difundibles, mediante los cuales los electores le firmarán el espaldarazo para que "mañana, México sea mejor". La torrencial lluvia de espots se recarga sobre un programa de vivienda exagerado hasta lo indecible.

Otro de sus publicitados éxitos es el del Seguro Popular, estratagema diseñada por el secretario Frenk para conseguir, mediante la aportación de los mexicanos pobres, recursos adicionales para financiar el crecimiento de la oferta de salud. Este programa ofrece lo que es, por ley o cometido formal, su gratuita obligación: proporcionar el cobijo universal a la población. Nada, en efecto, ha cambiado desde que muchos comenzaron a pagar su cuota para quedar, según se afirma, cubiertos de por vida ante los riesgos de alguna eventualidad. No hay más camas, más curitas, aparatos de rayos equis, alcohol suficiente ni médicos o enfermeras adicionales para cubrir percances, males o dolores de esos que se creen asegurados. Y así se puede pasar revista a todo de lo que Fox presume, sin recato ni veracidad, en su indebida intentona por empujar a su alicaído y pequeño aspirante panista.

Pero, en el fondo de la intervención presidencial en la presente competencia por el poder público, se pueden encontrar esas ataduras que la transición va resintiendo y sufre en su titubeante y dilatado paso para arribar a mejores estadios de desenvolvimiento. Lo que Fox hace, con su indebida campaña, es interferir, con el uso por demás injusto de recursos públicos y de manera descarada, a favor de uno de los contendientes. Pero, además, lo hace con lo que cree desempeñar a la perfección: convertirse en un matraquero irresponsable. Mientras el IFE, los partidos y otras instituciones le advierten sobre su conducta, que raya en lo inmoral, Fox continúa, sin recato ni mesura, apareciendo en las pantallas televisivas, tirando línea en la radio o mediante el manipuleo discursivo de sus apariciones públicas, como un inveterado abusador de la paciencia y la buena voluntad de los mexicanos. El costo de esta aventura presidencial mucho habrá de recaer sobre su persona e imagen de actor destacado en la historia de la transición democrática. Lo que Fox hace repercutirá hasta en su futura tranquilidad de ex presidente. El poco impacto que su alocada presencia en medios provoca lo resentirán el PAN y Calderón en las urnas venideras. En el recuento final quedará el dispendio como saldo insoluto en los haberes públicos. Una ingrata aventura, contraria a toda prudencia política.

Fox todavía piensa que ganó la presidencia por ser el irresistible candidato que usó los medios de comunicación masiva con maestría inigualable, y descarta, como tópico menor, la decidida disposición del electorado a sacar al PRI de Los Pinos, a como diera lugar y casi al costo que fuera. Mucho de ese cálculo mal fundado lo seguimos pagando al quedar, indefensos, delante de estos horribles mensajes publicitarios presidenciales (con p chica)

 
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